
Decía Wilde que fumar era el placer perfecto. Desde luego Marlowe le da toda la razón a Wilde mientras busca desesperadamente unos fósforos (desde que Liliana visita la oficina los jueves es difícil que no deseche lo que, según sus palabras, son "elementos" nocivos para el bienestar y la vida saludable; opinión que, dicho sea de paso, ni Marlowe ni yo compartimos). Hoy, cuando en la sociedad se hacen tantos votos para no "desprediciar" su vida en tal "hábito", cuando la sociedad políticamente correcta censura esta costumbre aún cuando dice ser plural y respetuosa de las libertades individuales; Marlowe todavía no se adapta y prefiere pagar multas o días en la cárcel. Antes fumar resultaba una muestra clara de adultez, sofisticación y elegancia, antes las estrellas de cine se dedicaban a promover la ambrosía del tabaco, y aún hace poco todo que tuviese ínfula de intelectual o escritor posaba con un cigarrillo en su mano, como si mediante ello demostrara que a pesar de tanto pensar, siempre tenía tiempo para una buena bocanada.
No negamos las pruebas evidentes, el cigarrillo puede ser también fuente de una lista extensa (pero quizá no tan extensa como la haga creer el obtuso carácter y la infinita mediocridad de innumerables médicos) de enfermedades y dolencias. Seguramente todo lector encontrara algún familiar o conocido que habrá muerto por el tabaco, o cuya vida se haya visto trastocada por los dolores producidos por el cigarrillo; o, en el peor de los casos, habrá abjurado del cigarrillo (o el tabaco en general) y se habrá convertido en uno de esos ejemplares casos de personas que han derrotado su adicción. Los ejemplos de los daños abundan, para no ir más lejos podemos recordar a Bogart muriendo de cáncer; o también las sádicas fotos que ahora ponen en las cajetillas de algunos países mostrando algunos de los casos más desafortunados.
Sin embargo Marlowe tiene muchas razones (o eso dice) para continuar fumando. La principal dice que es sencillamente que sabe las nefastas consecuencias que le pueden esperar, que realmente desea tener que experimentar un doloroso cáncer de pulmón, tener que respirar con un pipeta a su lado, y aún así tener todavía deseos de fumar. Eso sí, aclara, maldecirá al hado, al tiempo, o a los dioses si no es cáncer de pulmón o de garganta lo que lo mate; de ser así lo único que demostraría es que nuestro mundo es regido por un sádico y cruel demiurgo. Pero volviendo a las razones, también afirma que se debe a que está "chapado a la antigua", ya sólo soporta los viejos vicios, y de ellos no se podrá despegar jamás del café, el whisky y el cigarrillo. Soy demasiado viejo para andar probando, me dice totalmente beodo. Y así continúa con su interminable lista de "razones": la "economía", el calentamiento global, el hecho de que el humo le recuerde las ciudades, las mujeres, el stress, las alegrías y los sufrimientos, ese olor que le recuerda vagamente su infancia (si es que eso es lo que realmente le recuerda el olor del cigarrillo), el tedio, los días perdidos, el dolor y, para no alargar más esta abstrusa lista, dice que para él fumar paradójicamente siempre ha sido un respiro.
Ya cansado de enumerar recurre a los libros y películas, añora escenas que no serían iguales si a aquellos personajes no se les hubiese ocurrido encender un cigarrillo, incluso llega a añorar a ese médico que en Doctor Pasavento recomienda fumar a sus pacientes. Y mientras tose quedamente afirma que hoy el cigarrillo es como un medio para afianzar los recuerdos, y casi un recuerdo de un pasado casi extinto.
Por fin, luego de seguir así durante una hora, hablando en circunloquios y murmullos; Marlowe duerme despatarrado agarrado a un colilla apagada y al cuello de una botella, duerme en un sueño que ahoga sus "razones". Después me afano por tomar transporte, llevo más de dos horas de retraso que seguramente hoy ya Liliana no aguantara. O quizá sí, para situaciones como estas nada mejor que un cigarrillo.
Por cierto: yo también fumo.