lunes, 26 de mayo de 2008

Algunas posibilidades de un autor (1: Nombre)

Фё́дор Миха́йлович Достое́вский
ˈfʲodər mʲɪˈxajləvʲɪtɕ dəstɐˈjɛfskʲɪj
Fiódor Dostoyevski
Fiódor Dostoievski
Fiódor Dostoevski
Fedor Dostoiewski
Fiodor Dostoiewsky
Fyodor Dostoyewsky
Fedor Dostoyewsky

Variaciones "fisionómicas" sobre Marlowe






Pequeños inconvenientes...

Estas semanas han estado puntuadas por los más imprevistos y sorprendentes cambios de clima, cambios que pueden asaltar a cualquier desprevenido traseúnte en las más variadas situaciones. También han estado marcadas por la notable irritación que ha mellado mis dudosas capacidades. Hace días quiero dejar por escrito el final del extravagante caso que ha concentrado mi atención durante los últimos meses. Sin embargo, mientras pasan los días, me parece estar falsificando los sucesos, y además me parece haber disminuido ideas: al momento de anotarlas no son sino pálidas sombras de lo que una vez pensé, o tal vez siempre hayan sido esas insípidas frases carentes de ingenio. Cada vez que quiero continuar me detengo abismado ante lo que considero una clara tergiversación (a lo que Marlowe apenas repara por estar concretado en otros asuntos que expondré a continuación). Ya he borrado muchos comienzos, he tratado dejar que el cuento se narre en el tiempo adecuado (aunque no sepa muy bien qué significa esto), pero no deja de irritarme el no poder llevar a cabo mi narración el día que tenía en mente.
Entretanto Marlowe ha pasado por un periodo de angustía "vital" que se ha ahogando en el aburrimiento y en un peculiar (y raro en él) entusiasmo, ahora (y bajo el influjo de personas o libros desconocidos) se dedica de tiempo casi completo a resolver juegos de palabras, a dar respuesta a los fáciles acertijos que publican los periódicos. Se le va radiante, lleno de una energía vital que muchos dudamos que llegase a tener. Todos lo felicitan, incluso Liliana alabó su rozagante semblante y su nuevo corte de cabello (cortísimo). Cuando le pregunté sobre sus actividades se torna sombrío, dice que prefiere no hablar sobre ello; en todo caso me enteré de que escribe un libro de relatos que se centra en el influjo (nefando o no) de las mujeres de los escritores sobre estos. El centro parece ser que de no ser por ellas la literatura del mundo definitivamente no sería igual.
Por lo demás estas semanas, además de conversar sobre las usualmente lamentables coyunturas (qué notable exageración es usar así esta palabra) de lugar donde vivimos. Asimismo hemos dedicado las noches a algunos juegos que no tienen otro fin que el de divertir (o eso presume él).
Mientras tanto sigo tratando de concluir una historia que un día pensé definitiva, aguardo mirando la ventana mojada en uno de los más fríos de los que tenga memoria (no sobra anotar que no tengo mucha).

domingo, 18 de mayo de 2008

El extraño caso de los mensajes repetidos (4)


1. Terapia vegetal

Después de la muerte de Mirin siguieron dos semanas de inactividad casi asfixiante. Marlowe cayó enfermo, había pasado 4 días buscando infructuosamente a Daisy, lo único que había encontrado eran las calles solitarias (no es más que un lugar común, las calles suelen llenarse de tarde en tarde), la lluvia y una fiebre de más de 40°. Debido a mis precarios conocimientos en medicina tuve que pedirle auxilio a Liliana (que tras unas noches de buen sueño se encontraba perfectamente tranquila, si bien llamaba cada media hora para cerciórarse de que no empezábamos a formar parte del mundo al que habían pasados nuestros últimos (y únicos) tres clientes); por supuesto Liliana aceptó. Y aún cuando sus cuidados tuvieron un efecto benéfico, fue necesario pedir otro tipo de auxilio (todo debido a mi incompetencia, según sus palabras), por eso me encomendó buscar una tienda de drogas (Liliana no está de acuerdo con este nombre) naturistas ubicada al otro extremo de la ciudad. La tienda era atendida por un hombre alto que parecía estar aturdido todo el tiempo, se hacía llamar Benito Savila (lo que me hizo siempre suponer que se había cambiado el nombre a la manera en que Faulkner se añadió la u). Un tanto temeroso le pregunté por la planta que Liliana me había encomendado, Savila amablemente (y aún un tanto irónicamente) me guío por en medio de su gigantesco herbario hacia las macetas de la planta que necesitaba. Mientras andábamos Savila me contaba de algunos infaustos en los que el uso de la dichosa planta había estado involucrada, yo me limitaba a asentir y murmurar síes sin entender un ápice de todo aquello que Savila contaba. Sin darme bien por enterado tuve agarrado a mis manos un pequeño paquete del que sobresalían unas cuantas ramas (Liliana pide que se me excuse mi inmensa ignorancia en botánica), luego con un gesto de experto prestidigitador me dijo: "Saluda a Liliana de mi parte" y desapareció. Por unos segundos tuve la extraña impresión de que a quien había visto no era el verdadero Savila sino uno de los infinitos muñecos que hablaban por él. Temeroso salí del local.
Liliana preparó el remedio y se lo dio a Marlowe y a mí (para no disgustarla dije que estaba delicioso). En unas pocas horas Marlowe ya estaba casi restablecido. Esa noche le pregunté a Liliana sobre Savila, ella simplemente me anunció que en dos días iríamos a agradecerle a Savila, y no añadió nada más.
Marlowe ya completamente restablecido, y demostrando una extravagante dicha (se pasó el camino entero silbando música española), nos acompañó a la tienda de Savila. Al llegar Savila estaba garabateando unos hojas, mientras escribía intentaba imitar la escritura minúscula de un libro que tenía empotrado en un pequeño atril. Al vernos intentó ocultar las hojas y nos llevó hasta un pequeño invernadero. Después de agradecerle con las usuales y vacuas frases de siempre Savila nos instó a sentarnos y beber un poco de zumo, una bebida amarga que apenas tragamos Marlowe y yo. Entonces Savila comenzó a hablar de su tema favorito: las enfermedades De hecho parecía que más que la forma de remediarlas a Savila le fascinaban los males, sus síntomas y las distintas etapas en que se desarrollaban según el individuo que los sufriera. Así siguió durante horas incluso después de que Liliana se marchara (a su pesar) para cumplir con el horario de su trabajo (eso se aclarara luego).
La interrumpción que produjo esa salida le dio pie a Marlowe para que le preguntara a Savila sobre sus escritos. Savila comenzó a hablar de cómo las enfermedades era el signo de nuestra época (pensé entonces que evadía la pregunta), que se debía observar con cuidado cómo estas se desarrollaban para entrar en contacto con la "esencia" de nuestra existencia. Se calló unos segundos y por fin dijo que era un tratadista secreto de las dolencias "mentales y espirituales". No obstante, estos tratados salían de vez en cuando a la disposición del público para darle desahogo a los males más pronunciados, según afirmaba Savila. Por lo demás Savila intentaba aliviar a los enfermos mediante el servicio que ofrecía en ese local; muchos de ellos luego le agradecían y le daba regalos insignificante, ése era, decía, uno de sus máximos placeres. Finalmente calló una vez más, esta vez parecía temeroso.
Marlowe no vaciló en preguntarle: "¿Recibe las cartas también?". Savila apenas asintió, bajo la cabeza y sacó de debajo de su asiento un fajo de cartas atadas con la cuerda que suelen atar las cartas en películas y novelas. Marlowe las hojeó y me pasó algunas que rezaban así: "Qué estúpida y vacía es mi vida ahora"; "Me gustaría estar enfermo otra vez"; "La salud mental es una especie de embrutecimiento";"Devuélvame mi enfermedad" ó "¡Curación rima con destrucción!". Frases de Auto de fe de Canetti. Entretanto Savila había comentado que en tiempo pasados se dedicaba a otra cosa, a celebraciones y juegos mortales, decía que tal vez alguien enterado de su pasado era el responsable de estas "amenazas". Marlowe sonrió y le pidió que estuviese en contacto con nosotros, y le aconsejó que tal vez fueran recomendables unas vacaciones. A lo que Savila respondió oscuramente que él ya tenía un plan claro para su desaparición.

2. Indicios de un juego oculto

Nada nuevo ocurrió los siguientes tres días. El martes Arévalo me llamó para que no olvidase que las tertulias se llevarían a cabo pronto (hasta ese día ninguna había podido ver la luz porque la sociedad en que Arévalo "trabajaba" no se reunía debido a una huelga de un sindicato que ya no recordaba por qué protestaba, pero que sin embargo no podía dejar de protestar). Como no estaba muy seguro de ir le sugerí que nos viésemos ese día. Marlowe quiso ir conmigo porque le seguía resultando sospechoso los inmensos "conocimientos" de Bolde, el amigo de Arévalo.
Nos reunimos en un bar cerca de la oficina. Arévalo estaba acompañado precisamente de Bolde que por un momento fingió no recordarme. La conversación ese día avanzó a tronpicones, Bolde estaba ansioso por seducir a una nebulosa enfermera y apenas se permitió hablar. En menos de quince minutos abandonaron el local sin que yo hubiese podido evitar la famosa tertulia. A Marlowe toda la reunión le supo mal, aunque no tanto como el whisky que expelían en ese antro.
Decidimos pasar por el local de Savila quien no había dado señales de vida en aquellos tres días. Savila se encontraba enfebrecido, nervioso; su piel empezaba a tomar un tono amarillento. Le preguntamos por las amenazas, y a pesar que al principio se limitó a decir incoherencias, finalmente se serenó al ver que le servíamos un poco de un jugo verde (esta vez no me atreví a probarlo). Cuando su rostro hubo recobrado los colores ("normales") Savila comentó que aquellos días no había podido dormir. Alguien llamaba constantemente, colgaba enseguida Savila contestaba, no le daba respiro, a Savila esos días se le parecían cada vez más al ruido de fondo que distinguía de esas llamadas, a veces no se oía casi nada, a veces sonaba gritos de urgencia como si alguien cerca se estuviera muriendo.
Marlowe me llevó a un rincón, compartió su preocupación por el cambio de táctica del asesino (o asesinos). Savila de repente volvió a hablar, a decir que el signo de nuestra época era la enfermedad, a señalar que la repetición que un día nos había salvado ahora podía condenarnos. La exaltación hacía que hablara atropelladamente, repitiendo una y otra vez frases que parecía cambiar de sentido al tornar en opuesto el tono de voz, o al simplemente repetirla. Marlowe le dio de beber de nuevo el brebaje lo que lo calmó de nuevo. Volviendo a tomar el hilo de su discurso dijo que hace tiempo algunos entrevieron en la repetición una solución, entonces ese método era novedoso, sugestivo. Sin embargo algunos inescrupulosos lo habían adoptado, sólo copiando su superficie, se enmascaraban en ese mecanismo para saciar sus verdaderos deseos, sus ansias inagotables de algo que no comprendían (o tal vez sí porque ellos sólo necesitaban un trabajo con el que vivir la vida lo más cómodamente que pudiesen). Y aun, dijo, ese es el mínimo peligro, cada acto germina su destrucción y sus demonios, luego se contuvo y dijo que no quería ser "moralista", pero hoy no tenía otra salida. Finalmente habló sobre su trabajo, sobre esa carrera destinada al fracaso que era el tratar de curar a las personas, en últimas es como la literatura, dijo un tanto melancólico. Ya no dijo nada más. Marlowe entonces tuvo que ir a la comisaría de policía donde el negro Pimiento le esperaba para que explicara su versión sobre el asesinato de Mirin (había olvidado mencionarlo, la policía nos fastidió un tiempo pidiendo versiones sobre los asesinatos que no les interesaba investigar, de estos crímenes no podían inculpar a enemigos y por tanto les dejaba sin cuidado; aunque no sobra decir que siempre actuaban muy lentamente. Así como también que Liliana me censura tantos paréntesis, me dice que sin tantos sería mejor amanuense de lo que soy).
Volví a casa algo apesadumbrado. Liliana me aguardaba, llevaba unos bellos botines negros que se ajustaban perfectamente a sus pies. Luego todo ha desembocado inevitablemente en el sexo. Hemos tirado como si el mundo se fuese acabar (y me he dado cuenta de que yo también tomaba prestado demasiado, de que para escribir tenía que hacer uso de las metáforas de otros). El problema, me di cuenta, es que uno puede hacerse un parásito de tanto repetir a los demás. Entretanto seguimos tirando porque aquella noche Marlowe no llegó.

3. Fugitivo en vía a desaparecer

El viernes Savila nos llamó. Nos dijo que se iba a una isla perdida en el pacífico (aunque Marlowe creía que era Tierra de Fuego), nos pidió que le acompañasemos. En el taxi que tomamos en dirección al aeropuerto Savila nos comentó que sus últimos días habían sido una completa pesadilla. Las llamadas y cartas no habían cesado, una noche alguien entró por la trastienda al almacen y destruyó la mitad de las plantas antes de tratar de prender fuego al local. Había dejado la tienda en manos de una sobrina suya de California, una hermosa rubia platinada que por poco hace a Marlowe a olvidarse de Daisy.
En el aeropuerto hubo algunas complicaciones porque estaban derrumbando un sector para construir un aeropuerto nuevo. Esto nos distrajo considerablemente. Subimos en dirección a la salida para vuelos internacionales, tuvimos que conformarnos con hacer una larga fila a pesar de llegar apenas con tiempo. Mientras aguardabamos un hombre de ancha gabardina y ancho sombrero se avalanzó sobre Savila, apuntaba un arma y si no fuera por los reflejos de Marlowe lo hubiese matado. Casi al instante varios guardias de seguridad se avalanzaron sobre el sujeto que los despidió con un fuerte empujón, trató de apuntarle de nuevo a Savila pero Marlowe desvió el disparo golpeando su brazo. El hombre le pego un codazo a Marlowe y escapó en dirección del sitio en que construían el nuevo aeropuerto. A pesar del esfuerzo ni los guardias, ni Marlowe alcanzaron al sujeto.
Savila conmocionado tuvo que abandonar un momento la fila. En la cafetería Savila bebió agua en abundancia mientras yo me tomaba un delicioso café bien cargado. Antes de partir Savila tuvo tiempo de comentar que hacía días proyectaba este viaje, que ardía en ganas de desaparecer. Sin saber qué decir asentí con la cabeza. Al ver mi escepticismo Savila me intentó persuadir de sus planes afirmando que toda existencia debe en un momento decirdirse a explorar esos lugares que nadie ha explorado, a meter la cabeza en el vacío que es la única certeza de la existencia.
Tuve poco tiempo para digerir esta charla porque Marlowe llegó afanado. Conminó a Savila a irse y lo obligó a pasar rápidamente las aduanas y luego a subir al avión. Poco después de que el avión hubiese despegado nos dimos cuenta que habíamos embarcado a Savila en el avión equivocado, a uno que iba en dirección a Europa Oriental. Marlowe tratando de minimizar la confusión se fue a tomar en el bar del aeropuerto. Lo acompañe un rato hasta que llegó Liliana que no pudo salir antes de su trabajo para despedir a Savila. Pensaba entonces en que Savila se dirigía precisamente a un mundo desconocido que le abría los brazos.

domingo, 4 de mayo de 2008

Silencio

Andaba por medio de la feria, un tanto horrorizado por los cerros de letras insustanciales y vanas que muchos (y entre ellos nosotros) confudimos por momentos con literatura (si es que de una confusión realmente se trata).

De pronto tropecé con un individuo casi diminuto, me miró sorprendido pero al instante se recompuso, fijando su mirada en mí dijo:
- Es mejor guardar silencio antes de que este momento se desvanezca.
No sé exactamente qué paso después.
Lo cierto es que ya no estoy tan seguro de lo que iba (y voy e iré) a escribir. Por el momento prefiero guardar silencio también. (Aclaro que esto realmente no es verdaderamente dramático, ni siquiera significativo).