domingo, 14 de diciembre de 2008

El final

La oficina, por fin, se ha cerrado. Fue el domingo anterior. De alguna manera todos estábamos a la espera. Acabó de la peor manera. Ya ni siquiera sé para qué continuó escribiendo sobre ello. Tal vez no valga la pena. Lo hago por costumbre, supongo.
Me gustaría pensar que se debía a un gradual deterioro de mi vida y de mis relaciones. Y sin embargo sé que no es así.
Me veo obligado a explicarlo todo. O a redactar esto que supongo que es una explicación suficiente de unos acontecimientos que no alcanzo del todo a comprender. Para ello tendré que ir atrás y contar secretos que he ocultado y que hubiese deseado no revelar. Esos secretos se relacionan con algo que he evitado decir, mi nombre. Pero para la justificación general creo que es un detalle que puede seguir oculto. No obstante, mi nombre es el del escribiente y amigo del escritor Armando Mariño. Después de su muerte comenzaron los problemas, comenzó esta oficina. Pero trataré de ser más claro:
Armando Mariño durante años no vivió de las novelas que escribía en la sombra, es decir de su única novela (Las trampas de la diversión) y de las notas de una suerte de heterónimo (El cuaderno de Elías Pedrero); vivió de novelas policiacas que firmaban otros autores, de novelas de ciencia ficción que otros escritores presentaban, de novelas rosas que algunas señoritas firmaban en la entrada de alguna que otra librería. Sí, Mariño era un negro, un escritor fantasma, en fin, llámese como se llame el oficio de Mariño era escribir los libros de otros. A su manera era como ser una sombra que desea con toda su alma pertenecer al reino de la luces. Mariño soñaba en que su propio trabajo (el trabajo que escribía para firmarlo como Armando Mariño) tuviese la suficiente calidad (y suerte, creo yo) para salir a la luz, para librarlo de su miserable oficio. Con el paso de los años su gran novela nunca llegó a termino, Mariño se dio cuenta que lo que había supuesto como un trato cómodo para ocuparse de lo que realmente le preocupaba, había sido en realidad un pacto con un demonio que tarde o temprano iba a castigarlo sin haberle dado sino quimeras e ilusiones. En sus últimos años yo me volví una especie de secretario suyo. Junto a Mariño conversábamos casi todo el día sobre literatura, después de unos meses yo transcribía sus novelas (las que publicaba para otros y su inacabada obra). También transcibí un diario suyo con una serie de infidencias de la editorial y del mundo literario que creía conocer. Al final de su penosa enfermedad yo fui su único soporte. Murió furioso y desolado como todos esos innumerables escritores fracasados.
Durante toda su vida Mariño había tratado de mantener comunicaciones con diversos escritores, de fomentar nuevas y estimulantes relaciones. Evidentemente esas relaciones eran más imaginarias que ciertas. En todo caso 7 escritores conocían (y recordaban) la curiosa y patética historia de Mariño. Ellos eran: Carlos R. Inze, el Dr. Paulo Grudenas, Rick Mirin, Benito Savila, Paco Aldehuela, Miguel de Medeira y un último cuya identidad ya revelaré. Ya agónico Mariño redactó un escueto testamento en el que amenazaba a la editorial del Dr. Cominges (editorial para la que trabajaba) con publicar su diario. El testamento fue, a su vez, dirigido a los 7 escritores para que las directivas de la editorial se tomasen en serio sus palabras. Lo que pedía a cambio era sencillamente la publicación de su novela. Mariño murió antes de lo pensado y todo quedó en tenso equilibrio.
Ahora bien, entretanto Philip Marlowe huía de casa de Luisa Ortega con su sobrina norteamericana, Daisy Fuentes. Es hora de una aclaración dolorosa (para mí), Marlowe (este Marlowe) es un simple estafador, espía, un hombre absolutamente despreciable. Y sin embargo, con el paso de los días, creo que cada día lo entiendo un poco más.
La huída de Marlowe, equipado con joyas y otras pertenencias de la familia Ortega, se produjo la misma semana de la muerte de Mariño. No sé muy bien cómo Luisa consiguió atrapar a Marlowe y engatusarlo. El caso es que prefiguró esta oficina, los crímenes, nuestras vidas. Sé que todo esto suena como una historia vulgar, pedestre. Es más difícil saber que esa historia es nuestra propia vida.
Al principio el ofrecimiento de Marlowe me extrañó, y me emocionó para ser sincero. Rápidamente me di cuenta de que algo tramaba. Y al descubrir sus trampas, yo también empecé a fingir, con tal de salvar la obra de mi amigo. Fingí, mentí, intenté estafar al estafador. A veces escribía puros contrasentidos, a veces incluía fragmentos de la obra de Mariño, a veces incluía mis propios opiniones como si se tratara de conversaciones. Creía engañarlo, pero a medida que los escritores morían me di cuenta de mi error. Había días en me veía impedido porque sentía que alguien más escribía, que yo sólo anotaba lo que mediante una fina manipulación Marlowe estipulaba.
Luego de descubrir la confabulación, traté de tomar ventaja de la oficina. No lo conseguí. Me di cuenta de que era otra suerte de Armando Mariño, que yo también anotaba mis gemidos como si se trataran de poesía. Escribí puras imposturas, defendí sólo pretensiones y amaneramientos, hice de mi pose un sustito de lo que llamaba autenticidad. Pero yo no era sino y no seré más que un simple amanuense. A eso se reduce todo.
Cuando Marlowe volvió creo que empecé a comprenderlo. Y me di cuenta que a pesar de que él encerraba todo lo que de alguna manera detestaba, algo de su carácter era similar al mío. Marlowe no es sino otro hombre débil, otro febril desesperado sobre los que Chandler le gustaba tanto relatar.
El sábado pasado murió el último de los 7 escritores. Era el poetastro: Pablo Merlano, claro que no se llamaba Pablo. La muerte no fue premeditada. O no lo fue en el sentido en que alguien planea un asesinato. Yo mismo la vi: Caminaba cerca a la salida del Parque Simón Bolívar, cuando pasaba por el frente vi como varios policías arrastraban a Pablo a la salida. Él, en medio de uno de sus "viajes", intentaba pelear con ellos. Pero poco a poco los policías lo iban empujando, golpeando por turnos. Hubo un momento en que Pablo quiso amenazarlos con un puñal pero rápidamente fue desarmado y luego vinieron los golpes, primero con rabia, luego sólo por diversión. Y yo no hice nada, me limite a mirar. No puedo decir que fuese realmente dramático, pero después de verlo sé por cierto que hasta las muertes de los poetastros se cargan, que todo espectador de un asesinato se vuelve un poco cómplice, desde ese día sé que cargaré con esa vida como si su muerte fuese culpa mía.
No creo posible que Luisa haya pagado por la muerte de Pablo. Tarde o temprano ella sabía que su modo de vida le arrastraría a uno de estos absurdos. Para eso daba su vida, para menos da la mía (no siento ningún peligro, ellos saben que esta oficina ya es del todo irrelevante, por ende yo no soy sino alguien de más).
Después de la muerte de Pablo no tenía sentido continuar con la oficina. Se desmanteló el lunes y ya el martes volví a mi aburrida vida de corrector de errores de un periódico de baja circulación.
Aún me siento agotado de todo esto. Quiero hoy retirarme definitivamente al mundo gris de la vida cotidiana, sin esperanzas ni deseos. Desde el lunes no he vuelto a ver a nadie. No sé cuando los querré ver. Sólo se me ocurre citar, yo que he vivido escudado en un montón de citas célebres y frases prestadas (cito de memoria una traducción):
"Callad, pues, que el peligro anida en las palabras"


Las trampas de la diversión

1
Quizás sea equivocado ese terrible forma de categorizar la "Historia" por eras, épocas, periodos. Supongo que a menudo todos hemos tenido la posibilidad de experimentar que el tiempo no sucede así, que no es posible darle esas segmentaciones, sino otras más profundas (o superficiales), segmentaciones que lo afectan más a uno que al mundo. Por ello más significativo que esa costumbre de establecer cuadros y líneas, es ver como las cosas pasan en ese lugar donde sólo está el mundo. Sin embargo si a mi me preguntasen que rasgo identifica este preciso momento histórico, diría que es un ansia de diversión, casi febril, un ansia por lo demás inabarcable, o mejor redundado, insaciable (entiéndaseme, no veo mal en ella, más cuando yo mismo la sufro). Pero más allá de esto se encuentran los comentarios que creen encapsular algo cierto, cuando no son sino meras formas de remediar el aburrimiento. Por lo que a mí respecta este comentario es uno de ellos.

2
Al principio debió estar Burton, Robert Burton. Luego fue Montano. Luego Vila-Matas. Cronológicamente este orden es incorrecto, pero para nuestros fines es suficiente. Burton escribió y rescribió su Anatomía de la melancolía. Lo que dicen diversos resúmenes y otras fuentes es que Burton escribía para aliviarse de su mal, para curarse de la melancolía. Entre las muchas fuentes que cita Burton para su tratado se encuentra Montano. Uno se siente tentado a imaginar que Vila-Matas sacó a Montano de Burton. Más cuando sus muchos narradores parecen querer narrar como método terapeútico. Imagino que si pudiera hacerse un mapa se encontrarían muchas más relaciones que las endebles menciones y suposiciones que anoto. Una dudosa fuente de diversión se encuentra en trazar mapas, si uno antes no ha tenido el valor (y quizá la imprudencia) de realizar por su cuenta esas travesías que en los relatos se cuentan.

3
Hace unas semanas tuve una idea curiosa. Creí que la filmografía de David Lynch y las novelas de Witold Gombrowicz eran primas hermanas. O de hecho hermanas no reconocidas. Simplemente se me ocurre que escenas como aquella en que un (posible) mafioso pide un espresso para luego escupirlo y derramarlo apenas tomarlo son muy "gombriwicizianas". Si nos atenemos a las declaraciones de Lynch, el director norteamericano no conoce la obra del polaco (de hecho en alguna parte dijo que lo único que gustaba leer era Kafka). Entonces, de ser cierto (y no hay razones para dudarlo), uno empieza a suponer qué tanto pueden tener en común un norteamericano de Montana que ha pasado su vida en California porque dice que ama la textura de los colores de aquel lugar, qué tanto puede parecerse a la vida de un noble polaco que vivió durante más de dos décadas en una relativo marginalidad en Argentina. Y aún esto puede decirse de Lynch, que viviendo tan cerca de Hollywood tiene ese cierto aire de marginalidad. Uno puede tratar de buscar influencias comunes, pero tal vez resulte más interesante conjeturar sobre una evolución similar, en consonancia, una evolución que le da al mundo otra suerte de unidad. Evidentemente este paralelo lo he manipulado para que exista una relación que usualmente nadie haría. En todo caso es reconfortante imaginar un mundo consonante.

4
En nuestros días, cada vez más regularmente, se lee por diversión. Algo encomiable. Lo preocupante es que los límites de la palabra son particularmente vagos: divertido puede ser leer a Shakespeare, divertido puede ser ver a alguien que cae por las escaleras, divertido puede ser salir a bailar, divertido puede ser, incluso, torturar a alguien hasta la muerte, pero ya en este último caso se dice que quien se divierte es un enfermo. Lo cierto es que tal adjetivo tiene resonancias que son mejor evitar, resonancias desagradables como menos. Lo extraño, después de todo, es que en esta época le demos tanta importancia a lo que se considera (y los parámetros varían como las personas) divertido.

5
La novela que escribía Armando Mariño se titulaba Las trampas de la diversión. Una novela que intentaba conjeturar sobre el mundo, buscaba enlazar uno y otro tópico mediante una historia sencilla, tópica, una historia que fuera como una fachada que permitiera ir introduciendo mil y una tramas distintas. Lo importante, lo que nunca Mariño pudo llevar a cabo, consistía en lo siguiente: paulatinamente esa historia iba a empezar a tragarse todo lo demás. y así dejaría de ser un tópico para tornarse en lo único verdaderamente significativo. Quedaría sólo un lugar común que habría absorbido todo lo que una vez pudo encontrarse como escape. En eso consistía, según Mariño, la trampa de la diversión.

6
Si hoy escribiera una queja sobre el estado general de la cultura, no haría sino repetir lo que tanto otros (mejor que yo) han escrito. Es cierto, es preocupante que más regularmente se recomiende un libro porque se lee fácil. Pero es inevitable que eso suceda si se entrena a una serie de espectadores, de lectores, de personas que lo que esperan es sorpresa y artilugio. Que lo que esperan son máximas rimbombantes y fáciles. Es casi como esta cuestión de los zombies, lo único que finalmente terminarán deseando es carne fresca, porque es natural, está en su naturaleza. Evidentemente también la cultura difícil hace parte de otra naturaleza. Pero nuestra sociedad se ha acostumbrado a estimular algunos deseos. Y estos deseosos ciudadanos sólo quieren calmar esos deseos en particular, así sea devorando, contaminando el resto hasta que quede un planeta vacío y hostil, un vacío planeta en que los zombies vagan porque ya no tienen sino su vieja carne putrefacta.

7
Uno de los momentos más importantes de La historia trágica del Doctor Fausto de Marlowe se encuentra al principio. Cuando Mefistófeles le aclara a Fausto que infierno no es sólo un lugar bajo la tierra, sino que infierno es todo. Es el acercamiento a un mundo que se expande sin control, en el que ya el poeta no puede descender a los infiernos para ir remontando el curso (y el sentido) del mundo (tanto el terrenal como el del llamado más allá). En este mundo los hombres están perdidos y el laberinto de símbolos que antes pudo ser ordernado por una voluntad superior, es ahora indescifrable, y el modo de relacionarse hace parte de la conjetura. Aunque parezca extraño ese ejercicio de conjeturar puede ser divertido, pero no hay que olvidar que no es más que un ejercicio.

8
La escritura antes era un modo de encerrar la realidad. Ahora los escritores (o los que podemos llamar como tales) son conscientes que el mundo es inabarcable. Sin embargo existe una especie de deseo por abarcarlo, esa es tal vez nuestra aventura. Puede ser en un día de comienzos de siglo XX en Dublín, o puede ser las distintas vidas que conviven en el número 11 de la calle Simon-Crubellier, o puede ser todo un mundo que se precipita en un violento pueblo de la frontera de México y E.E.U.U. Todos los que ahora se embarcan saben que el viaje tiene al fracaso como sino. Ahora bien, la verdadera razón para ello es la experiencia, lo que algunos llaman conocimiento. Todos estos aventureros, imitadores ya no de Odiseo sino de Achab, (léase a Blanchot) deseosos por caer en lo más hondo del océano, porque, institivamente, han aprendido a creer que el conocimiento de ese abismo es lo único que hay.

9
Recuerdo que cuando era niño un hombre viejo me contaba una historia. Siempre era la misma, sin embargo me fascinaba. Ya no recuerdo muy bien lo que decía, pero era un cuento que hablaba de antiguas dispustas, de venganzas que duraban toda una vida, de mujeres y de muerte. En ese entonces mi única diversión era oírlo, y de alguna manera creía en lo que oía. A veces me daba cuenta de que los personajes cambiaban, que los nombres variaban, que también sus carácteres se transformaban. Me repetía esas variaciones, incluso intentaba recapiturlas a mis amigos, o anotarlas en un cuaderno que nunca leía. Una tarde no lo volví a ver. Pasados los años supe que era algo que en Bogotá llaman desechable, un mendigo, alguien que vive en la calle. Sus historias eran parte de su delirio. Me sentí decepcionado. Mi vida, de algún modo, perdió un rumbo que una vez había tenido. Tanto me había contentado con creer que realmente esos cuentos (de hadas) tenían algo de verdad. Ahora, un poco más viejo, creo una vez más estar equivocado, mientras las creí ciertamente había algo de verdad en lo que ese viejo me contaba. Con el tiempo sé que me retractaré una vez más de todo esto. Lo sé. No es más que una cuestión de tiempo.

Otra vuelta de tuerca

Unas comprobaciones emprendidas con diligencia no tardaron en demostrar que en efecto la mayoría de cuadros de la colección Raffke eran falsos, como falsos son la mayoría de detalles de este relato ficticio, concebido por el mero placer, y el mero estremecimiento, de la simulación.
-El gabinete de un aficionado
Georges Perec

sábado, 6 de diciembre de 2008

Algunas cosas que no le gustan a García

Lo que mejor describe a mi amigo García es su constancia. Una constancia que parece estudiada, practicada en la intimidad, una constancia cuyo único fin consiste en desconcertar.
Ahora, no se me malinterprete, yo admiro mucho a García. Por lo demás es uno de mis mejores amigos (si podemos hablar de amigos).
Como algún lector pudo notar, lo que comparto con García son diálogos que suelen no tener un objetivo definido, cuya única importancia es derivar de un tema a otro. En dichos diálogos no interesa cuál posición se defienda o se ataque, quién sea elogiado o denostado. García incluso, de vez en cuando, al hablar con algún otra persona, me inventa personalidades cual si él fuera Samuel Johnson y yo su James Boswell.
Sin embargo lo que define mejor a García (incluso mejor que su constancia) son sus fobias. Aunque fobias no sea la palabra adecuada, podía ser más bien sus odios o sus aversiones. Una pequeña muestra sin orden alguno de estas aversiones podría ser:
  • A los niños
  • A los buses
  • A los ancianos
  • A las congestiones
  • A los sitios desolados
  • A los silencios
  • A la gente escandalosa
  • A la ignorancia
  • A la presunción
  • A las enciclopedias
  • A las comedias
  • A los fanáticos
  • A los ateos
  • A los indiferentes
  • A los blogs
  • A las comedias románticas
  • A la poesía de Pablo Neruda
  • A la vida social
  • A la soledad
  • A la poesía barroca
  • A la política
  • A los fascistas
  • A los mamertos
  • A los especialistas
Este es una pequeña muestra de los odios de García. Como se ve es un ser humano perfectamente normal, contradictorio, con sus luces y sus sombras.
Lo que quería resaltar es que a pesar de todo es alguien que escucha, que permite a los otros hablar, que sabe que está perdido y no aspira guiarlos a su propia confusión. García, pues, es un perfecto amigo porque no pretende hacer de los demás otra persona igual a sí, sino un interlocutor que en el peor de los casos sólo aspirará a decir comentarios triviales e ingeniosos.

De las explicaciones tardías


La semana terminó sin las novedades que prometía. Como siempre. Marlowe vino de vez en cuando y asumió el papel que antes interpretaba. Desolado vi que su presencia hoy me irritaba, que sus maneras me parecían ridículas, que me avergonzaba al punto que había llegado mi ingenuidad.

Y el final del que había hablado no llegó.

A veces hablaba de noches solitarias, a veces de rabia y de crímenes que nunca se terminaban de explicar. ¿Cómo si la violencia tuviese que tener una explicación?

Yo me sentaba y miraba a otro lado. Liliana de vez en cuando hablaba con Marlowe en voz baja. A veces salía con Liliana.

Me acostumbre a pensar en que las explicaciones, fueran las que fueran, sólo tenían sentido en un momento, un día en particular, y que luego llegarían como palabras pasadas que no contenían el sentido que un día pudieron tener.

En Bogotá, las mañanas son siempre soleadas y las tardes siempre lluviosas. Y la oficina todavía no se acaba.

domingo, 30 de noviembre de 2008

El regreso


Fueron sus pasos lo primero. Andaba en medio de la noche y aún intuía de quién se trataba. Simplemente me negaba a volver la cabeza, tanto miedo tenía de estar equivocado, miedo de reconocer que todo lo que hasta entonces había imaginado no era sino una pueril fantasía.
Esa mañana estaba con García. Hablabamos. Es decir, repetíamos los tópicas expresiones que alguna vez nos habían parecido sesudas deducciones. Por la puerta cruzó un hombre de estatura media, calvo, de bigote, con camisa raída y mochila en pecho, un poetastro en una sola palabra. Vendía (es una exageración escribirlo) lo que él llamaba sus poesías, sus cuentos y una hoja con sus citas. Citas que no eran de él, evidentemente, sino de otros, de los mismos de siempre (Neruda, Benedetti, Cortázar, Borges, etc.). Sólo por curiosidad compré sus hojas, o mejor, para llenar el tiempo que desde entonces quedaba hasta la hora del almuerzo. García notó que el poema de Borges que citaba no era propiamente un poema. Eran tres estrofas de tres poemas distintos. De pronto me contó acerca de algo que denonimó vanguardias conservadoras. Según García el movimiento de la historia (literaria se entiende) se dividía en dos corrientes principales: la oficial (o la del canon) y la de la vanguardia (o el anti-canon, según García). Con ello en mente García empezaba a hacer clasificaciones de los más diversos autores (no necesariamente literarios), y como no tengo buena memoria el asunto no pasaba, para mí, de ser una forma de ocupar mi tiempo asintiendo. En todo caso García decía que el siglo XX a lo único que había dado luz era a eso que el llamaba vanguardias conservadoras, un género intermedio (dentro de la clasificación de García) que aparentemente jugaba a ser parte del canon, pero que en realidad era de vanguardia. Con el paso del tiempo, García decía, la intención vanguardista se asimilaba (como sucedía con todas las vanguardias convencionales) y quedaba sólo el simulacro de canon. Todo esto con el fin de mostrar que el canon no era sino una intencionada confusión de términos, la literatura se amparaba en su equívoco para que (metáforicamente hablando) se hiciese un lugar en el mundo. No quise ahondar en el asunto al notar que aquellos pensamientos derivaban en falacias, en torcidas formas de simulación y de engaño. Se me ocurrió entonces que aquellas ideas eran como esas tentaciones que tanto espantaban en la denominadada Edad Media, especialmente a doctores y a sabios. A veces García y yo no tenemos una justa medida a la hora de sentar nuestras opiniones (de lo que da buena fe este blog), así que decidí retornar el rumbo. Y las conversaciones volvieron a decir sus acostumbradas quejas y sus silencios. Y yo volví a esa vida que como máximo sobresalto tenía algunas discusiones y uno que otro enfado.
Luego, cuando por la noche volvía a casa, en eso meditaba, y fueron esos pensamientos los que introdujeron esos pasos que tanto me decían. Decidí no regresar a casa. Decidí cambiar de rumbo y entrar en una tienda. Pedí un café pero tuve que tomar cerveza. Cuando iba por la mitad Marlowe se sentó al frente mío. Llevaba el mismo traje de siempre, llevaba un ejemplar de La tragedia del Doctor Fausto de Christopher Marlowe. Ya no recuerdo su mirada, pero sé que en ese preciso momento pude ver algo más, pude ver como esos instantes cuando se ve a una mujer que no se ha de volver a ver jamás, y se sabe que algo pudo suceder, pero que no ocurrirá y será como si nunca hubiese existido (la mirada quiero decir). He juntado muchas palabras para tratar de decir que hasta entonces no había visto realmente quién era Marlowe, y que ahora lo veía, y que aún viéndolo sabía que pronto lo olvidaría y, que después, la vida seguiría comiéndose ese instante en que me había imaginado más cerca a algo que por falta de una palabra mejor he dado en llamar verdad. Esperé en silencio hasta que Marlowe, aún de pie, dijo: "Ya es hora es de que comience el fin." Asentí sin entender. Me dijo que iría la semana siguiente y luego me tendió la mano. Salió. Afuera lo esperaba Luisa, aunque lo que yo vi sólo era una silueta, una silueta que puedo jurar sonreía, si bien no sé muy bien como puedo decir que lo hacía. Intentaba memorizar todo lo que iba sucediendo, y sabía que era incapaz de ello, que a lo sumo sería otro escribiente imaginando lo que no ha sido capaz de ir contando, que ha inventado su historia porque no ha tenido la capacidad de soportar su propia historia.
Terminé la cerveza. Llamé a Liliana y salí de la tienda. Miré la calle que se perdía en medio de una inesperada niebla. Luego vi como se perdían las luces de la calle. Lo último que vi esa noche fue el dorso de mi mano hundiéndose en tinieblas.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Cartas anónimas (3)

Esta semana sólo llegó una carta. Una tensa sensación de aburrimiento se ha posado en mi vida. También una sensacíon de que pronto algo verdaderamente definitivo ocurrirá (como si eso fuera posible).
El escueto mensaje dice:

La vida es una especie de complot...
-Alejandra Pizarnik

domingo, 23 de noviembre de 2008

De algunas otras enciclopedias

Por el enlace se puede mirar un compendio de algunos libros que se encuentran en los libros. Y ante la frustrada e incompleta enciclopedia de lectores que una vez intenté, este es más que un buen complemento (es algo mucho mejor):

http://invislib.blogspot.com/

sábado, 22 de noviembre de 2008

Cartas anónimas (2)

Las cartas han seguido llegando. Si bien su remitente trata de introducir variedad en cada mensaje, los contenidos siguen teniendo, en últimas, los mismos fines.
Se me ocurrió responderle al desconocido interlocutor describiendo mis rutinas, mis repetitivos paseos, mis acostumbrados silencios. Después renuncié a ello: no sería sino redundar en un blog que gusta de la redundancia (por desgracia).
Mejor me pareció incluir uno de esos textos, un texto que creo bastante elocuente de por sí:

Este hombre, obstinado en el hombre, nos acompaña todas las mañanas a la oficina y no acierta a protestar con resultado eficaz contra la marcha del mundo, pero no aparta la vista de un punto que nadie más que él quiere advertir, si bien es claro que proceden de allí todas las desgracias del mundo que no reconoce a su redentor. Tales puntos fijos, en los que el centro del equilibrio de una persona coincide con el centro del equilibrio del mundo, son, por ejemplo, una escupidera fácil de cerrar, o la desaparición del salero en los restaurantes para evitar que el empleo del cuchillo difunda la peste de la tuberculosis, o la adopción de un nuevo sistema de taquigrafía cuyo incomparable ahorro de tiempo resuelve también en seguida los problemas sociales, o la conversión a un régimen de vida conforme a la naturaleza que puede reprimir la barbarie imperante, pero también una teoría metafísica de los movimientos del cielo, la simplificación del aparato administrativo y la reforma de la vida sexual. Si las circunstancias le son propicias, el hombre se defiende y se ayuda escribiendo, un buen día, algún libro sobre un tema cualquiera, o un opúsculo, o al menos un artículo en el periódico, con lo cual contribuye en cierto modo a la relación de las actas de la humanidad, son además un sedativo, aunque no los lea nadie; de ordinario, sin embargo, atraen a algunos lectores que aseguran al autor ser un nuevo Copérnico, después de presentarse ellos como Newtons incomprendidos. La costumbre de buscarse recíprocamente los puntos de la piel es muy beneficiosa y está muy extendida, pero su efecto no dura mucho, porque los participantes se riñen pronto y se quedan otra vez solos como antes; puede suceder también que alguno reúna alrededor de sí un pequeño círculo de admiradores, quienes con fuerzas conjuntas acusan al Cielo de no apoyar suficientemente a su Hijo Ungido.
-El hombre sin atributos
Robert Musil

domingo, 16 de noviembre de 2008

Comentarios Lívianos (4)

La semana pasada apareció una entrevista a Harold Bloom:

http://adncultura.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1066555

Bloom ha sido un crítico que a su manera representa un porcentaje importante de lo que se entiende por el medio cultural, o académico, etc. Por eso he decidido dedicarle parte de mi tiempo.
En el reportaje Bloom asevera que uno de los grandes problemas con que tiene que lidiar un lector es con aquellos libros a los que denomina piezas de época. Una pieza de época es (si no malinterpretó al Sr. Bloom),un objeto (libro para ser más preciso) que concentra la atención de un época determinada, pero que con el paso de los años va cayendo en el olvido, ya que realmente no era tan bueno como entonces se creía.
Bien puede tener razón en ello, pero no puedo dejar de pensar en esa fe casi ciega que tienen algunas personas en que el tiempo será el mejor juez de los libros. Esta idea está harto difundida(o tal vez sea sólo un sentimiento, o una profesión de fe): el tiempo dirimirá qué tanto valor tiene un libro en particular (literario, por supuesto). Y sin embargo me parece que hasta el tiempo puede llegar a equivocarse, y que su azarosa selección dejé por fuera libros de calidad superior a otros que el mismo tiempo recogerá bajo su ala (por un tiempo más). No será entonces ingenuo creer que el paso de los años criba lo bueno de lo malo (o lo bueno de lo no tan bueno, en el caso ya mentado de las piezas de época). No será unas muestras de la palpable desorientación de nuestros tiempos que los críticos supediten su juicio a la balanza del azar (del tiempo, quiero decir).
Bloom es un fenómeno de nuestra época también, un crítico que trata hacer de la literatura elevada algo más accesible al gran público (¿Será Bloom otra pieza de época? Es decir, sus libros, lo de la mortalidad se da por hecho). Tal vez sea un tema que necesita un examen más extenso, y que lo haga una persona más versada; pero ya resulta sumamente extraño escribir de alguien al que le preguntan: ¿Cuál considera que ha sido el mejor libro de Harold Bloom hasta ahora? ¿Acaso habremos de vivir con el libro Harold Bloom dentro de 50 años? Una categoría entre fiction y non-fiction. Por lo menos es rarísimo que uno le pregunten sobre los libros de uno como si fuera de otro.
No obstante Bloom no se ha dejado envanecer: "Se que no soy Platón ni Freud ni Montaigne, ni siquiera soy Emerson." Y sigue escribiendo libros que sólo Borges habría entendido (según sus declaraciones).
Ahora pienso que de pronto su teoría de las influencias bien podría explicar todo. Una persona influye a otra y a su vez todas se dejan influir por el medio en que viven, por extraños con quienes tienen la oportunidad de hablar de libros, y así. Me parece más cierto que la influencia que se le achaca al tiempo, sea más bien la de las mismas personas, de los críticos, es decir de las opiniones de quienes se suponen versados en dicha materia. Entonces el canon ya no sería sino un reflejo de cómo algunas opiniones cambian y otras persisten (con o sin razón). Eso me parece mucho más sensato, aunque a lo mejor todo lo he malinterpretado, porque repito, a este señor Bloom sólo lo habría entendido Borges.
Finalmente uno tampoco se debe alejar de la literatura elevada. De lo único que se podría culpar al escritor es de sus libros, no de sus lectores. Entretanto seguiremos leyendo y opinando, e influyendo si es que llegamos a tener semejante cualidad (y castigo), y al final, como todo el mundo lo esperaba, el tiempo nos tragará sin producir el menor escándalo (porque claro, para eso también sirven los libros).

Cartas anónimas


Esta semana han comenzado a llegar cartas anónimas. Son escritas a máquinas. Su contenido : fragmentos de literatura, supongo que es una manera más o menos evidente de ironizar mis barruntos. Sólo voy a incluir uno de los mensajes porque a decir verdad todas las cartas que me han llegado esta semana tenían un contenido casi que intercambiable. Creo que resultará claro para el lector a que se refería el anónimo remitente:

¿Quieres irte lejos de mi? Muy bien, es una decisión perfectamente respetable. Pero ¿adónde vas a ir? ¿Dónde está ese lejos de mí? ¿En la luna? No está ni siquiera allí, y además no llegarías tan lejos. Así que ¿por qué todo esto? ¿No prefieres sentarte en el rincón y quedarte callado? ¿Eso no estaría un poco mejor? ¿Ahí, en el rincón, que está cálido y oscuro? ¿No me escuchas? Tanteas en busca de la puerta. ¿Y dónde hay una puerta? Que yo recuerde, en esta habitación no la hay. Quién pensaba entonces, cuando construyeron esto, en proyectos tan importantes para el mundo como los tuyos. Pero no te preocupes, no hay nada perdido, una idea así no se pierde nunca, la comentaremos en la tertulia, y podrás darte por pagado con las risas.
-Franz Kafka

sábado, 8 de noviembre de 2008

De mis malas lecturas

Ahora recuerdo que Armando Mariño me decía que deseaba escribir novelas en que se encubriese la verdadera trama. Sus novelas, me decía, serían una especie de puestas en escenas, de pretexto; la verdadera historia sólo podría ser descifrada correctamente si el lector sabía relacionar del modo adecuado una innumerable serie de pistas que Mariño, a lo largo de sus novelas, depositaría. En sus peroratas Mariño enfatizaba particularmente en que los lectores debían tener una concentración absoluta, porque de lo contrario malinterpretrarían su novela, al punto de comprender algo totalmente opuesto a lo que la verdadera trama decía. En esas épocas guardaba silencio y me limitaba asentir. No le decía a Mariño que su idea no era tan novedosa, y que ya algunos escritores habían conseguido alcanzar níveles dificilmente superables. En eso creía y de vez en cuando el remordimiento me embargaba.
Mariño murió hace más de un año. Nunca terminó una sola novela. Yo me quedé con todos sus borradores.
El lunes pasado Liliana vino a vivir a mi casa. Se dispuso a organizar el hogar, a pesar de que ambos somos desordenados por igual. Llevaba sus botines negros, botines que hacía días no se ponía. Y mientras yo renegaba de su idea de comprarse un par de esos zapatos que llevan un hueco por delante (un huequito horroso que deja salir el dedo gordo del pie como si fuese una especie de gusano), vi como Liliana pisaba los olvidados borradores de Mariño. Los tomé después de un torpe forcejeo que Liliana creyó se debía a sus botines (desde entonces ya no se los pone). Los hojeé sin mirarlos detenidamente.
Ya por la noche Liliana me preguntó por aquello papeles, traté de resumirlo en unas frases que no dejasen lugar a más preguntas (sobre los papeles, lógicamente). Sin embargo Liliana me preguntó por la trama, traté de resumirla brevemente, sin ningún tipo de énfasis (como las novelas de Mariño). Tuve que hacer un esfuerzo peculiar porque había olvidado casi todo el contenido de aquellos libros. Liliana pareció entonces indiferente al destino de Mariño y así se dio por terminada la conversación.
Cuando por fin estaba acostado, cuando Liliana ya estaba dormida, comencé a sentir tremendas dudas sobre la trama del libro de Mariño. Mi temor me impedía dormir. Tuve que levantarme y tomar una vez más esas novelas y leerlas otra vez. Mientras las leía me asaltaba la idea de que eran libros para mí desconocidos, de que jamás los había tenido entre mis manos. Y mi absurdo miedo fue entonces más cierto. Lo que decía Mariño era verdad, hasta entonces había leído mal a Mariño.
Y comencé a pensar en todo lo que había leído mal, en todo aquello que había malinterpretado, que había pasado por alto porque creía entenderlo. Y también recordé que Mariño me decía que muchos de los lectores, lo hacían con desatención porque ellos querían leer rápido (por encima de todo). Decía que lo que odiaba de leer en computador era precisamente eso, una sensación de agobio que impedía su concentración, y aún, le hacía sentir como en medio de un sueño artificial y agobiante, un sueño que no podía entender y del que no podía despertar.
Esa tarde traté de matizar sus juicios y luego de un rato él dijo que nunca se acostumbraría a leer de otra manera, sentado con uno de esos cuadernos empastados que llaman libros, dijo.
Ahora descubría ser uno de aquellos lectores, me desengañaba.
Tuve tiempo de leer con más concentración a Mariño durante toda la semana. Y no descubrí nada más, y no creí entrever más de lo que en primera instancia había visto. Con el paso de los días incluso recobré mi confianza. Aunque aun sigo levantándome de noche, revisando algunas de mis lecturas pasadas, intentando leer con precisión. En medio de esas vigilias a veces creo vivir el sueño de Mariño, e incluso a veces creo despertar.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Comentarios Lívianos (2)

Tal vez sea harto equivocado quejarse de aquellos provocadores recalentados que lo único que han querido reclamar es un poco de atención. Me parece más conveniente partir de las opiniones de ellos, y tomando éstas como base para intentar una hipótesis sobre un porcentaje significativo de lectores de nuestra época (y de las demás, me atrevería afirmar). Hace un tiempo la lectura era una obligación, una tarea titánica que exigía a los más sesudos intelectuales un esfuerzo casi sobrehumano. Afortunadamente esa idea ha sido revaluada. Sin embargo a una peste le ha seguido otra. Será mejor que vaya directamente a los ejemplos.

Dice José Ángel Mañas en un texto titulado (muy extensamente): Semana 2. La serie del otoño: grandes tostones universales. Ulises (1922):

"(...)¿Qué de qué va? Pues no es difícil de resumir. Es un día cualquiera de la vida de un tipo que empieza afeitándose por la mañana y termina con la revelación de que su mujer le está poniendo los cuernos (algo que después de haber intimado con el señor Bloom aprobamos la mayoría de los mortales con entusiasmo: menos mal que hay alguien sensato en la novela).

¿Entremedias? Páginas y páginas de pretenciosa estilo empapado en pajas mentales religioso escatológicas de una densidad insoportable. Al amigo lo vamos a ver hacer de todo, incluso soltar ventosidades y defecar –son detalles que le encantan a Joyce: deben de ser las cosas de la educación británica de la época-, leer, discutir, pasear, ¿no os parece fascinante?(...)".


Primeras precisiones: el Sr. Mañas no terminó el libro. El Sr. Mañas no lo entendió. Por ende, el libro aburrió al Sr. Mañas. El siguiente paso, en este mundo de lectores "hedónicos", es denostar, o mofarse, o simplemente asentir a la "irreverente" expresión del escribidor.

En primer lugar lo que el ejemplo permite concluir es que aquello que no comprendas seguramente es pretencioso, ilegible y sinsentido. A renglón seguido se puede sumar los barruntos que para el comentador son genialidades absolutas. Esto último es muy importante, todos estos comentaristas son conocedores de la verdad última, sin matices, sin una mínima posibilidad de duda. Porque, y este, aventuro, podría ser su decir, si a uno no le gusta, bueno no puede ser. Para estos comentaristas no hay margen de duda, son omnisapientes y, gustan, principalemente, de publicar no muy disfrazados imprímaturs. Por otra parte no les gusta dialogar porque, a quien todo lo sabe y lo conoce, no hace falta que le digan ya nada.

Sería tonto decirle al Sr. Mañas que la revelación del final no es la infidelidad de Molly Bloom, sino el hecho de que ella finalmente reafirme dormida su amor a Leopoldo (y esta es la paródica redención de Leopoldo). Todo eso será palabra hueca para unos, como se puede decir también es hueca para estos lectores un segmento importante de la literatura.

Mis palabras no deben calificarse como censura de gustos. A nadie debe gustarle Dante, o Proust, u Homero. Pero tampoco significa que, en este mundo de comentarios tan faltos de medida como lo es el mundo de los blogs (y me incluyo por supuesto), que la expresión, de lo que en el mejor de los casos es una opinión, sea el terreno propicio para exponer nuestra ignorancia (por no escribir nuestra estulticia).

Quizá sea mejor hacer un alto en este punto, y recordar precisamente una anécdota que alguna vez contó Joyce a Louis Gillet (según Ellman): un hombre viejo que vivía en las Islas Baskets, y jamás había salido de ellas, una vez se atrevió a salir de ellas. Conoció algunos almacenes y allí compró un objeto que jamás había visto, un espejo. Lo contempló con fascinación murmurando: "Papá, oh papá". El viejo no quiso enseñar el objeto a su mujer, quien evidentemente se dio cuenta de que su marido algo le ocultaba. Finalmente ella se dio maña para obtener el espejo y al ver en él dijo: "Bah, no es más que una cara vieja" e irritada rompió el espejo. De alguna manera, y eso lo infiero yo de Ellmann (aunque tal vez lo esté infieriendo mal), para Joyce (como para tantos) la literatura era un espejo por el cual las personas se podían asomar. Aún hoy, en nuestros comentarios, y aún mejor en nuestra lectura, la literatura sigue reflejando la faz de quien la mira.



¿Un nuevo propósito?


Con el paso de las últimas semanas me he venido sintiendo identificado con Edipa Maas, he comenzado a creer que estoy descubriendo una increíble conspiración pynchoniana. Cada señal parece un mensaje, una señal que se suma a un laberinto de símbolos que me excede, un laberinto que es el mundo (evidentemente) Por el momento he preferido dejarlo pasar. A veces me irrita volver a pensar en ello, y creer que falta poco para ver en todo ello la articulada revelación de un plan, del gran secreto del mundo (como si el mundo pudiese guardar secretos semejantes). Pero generalmente no hago nada, sólo sumo coincidencias e incluso llego a anotar de vez en cuando lo que me resulta una nueva curiosidad. Así como van las cosas he decidido, que si he de mantener esta oficina, no es para más. Sé que es inevitable que la selva de símbolos me va ir tragando poco a poco, sé que seguiré esperando una respuesta que, lamentablemente (y de esto estoy casi completamente seguro), siempre se encuentra después del final.

sábado, 25 de octubre de 2008

De las dudas habituales


A mitad de semana estaba revisando, mortalmente aburrido a decir verdad, los archivos de algunos de los informes con los que, al parecer, Marlowe me jugaba una broma pesadísima. Algunos de los papeles los recordaba muy bien, otros me semejaban escritos totalmente, desconocidos, escritos, que por algún error o malentendido se había mezclado con los míos.
Debido a que no tenía más que hacer, empecé a leer y leí casi toda la tarde. Tuve, con el paso de los minutos, que reconocer que los "desconocidos" papeles eran míos; y no sólo eso, me avergoncé por haber sido capaz de garrapatear semejantes barruntos (sé que cada tanto esta oficina parece una sola queja contra mi propia incapacidad, un lamento irritante que no sé cómo detener, o llegado el caso darle una solución). Mientras leía veía la ingenuidad de cada uno de esas ideas, me molestaba profundamente ver como esa persona que había sido capaz de redactar tales "escritos". Me decidí a quemarlos, pero antes me levanté a fumar un cigarrillo, a mirar como casi todos los días la vida por la ventana.
Liliana apareció de repente en la entrada, apresurada me dijo que le acompañara al banco. Ya a esa hora había olvidado que lo había prometido hacerlo y una vez más tuve que salir con ella, hacer una larga fila, lidiar con los empleados que delegaban una y otra vez sus funciones a otras oficinas u otras instituciones, paulatinamente el pago de un seguro o la solicitud de un certificado se convertía en una odisea en que uno se perdía en una madeja de empleados que no sabían muy bien que hacer, pero creían saber quién lo sabría hacer. Evidentemente ese día no conseguimos nada. Durante estas vueltas trataba de leer Tristram Shandy sin fortuna, nada más empezar un párrafo era llamado por Liliana, o algún cliente me pedía un esfero, o un empleado preguntaba si necesitaba alguno de sus innecesarios servicos, etc. De pronto la progresiva digresión no era sino el modo en que se refleja como andaba mi vida, y harto tenía para fijarme en ella.
Por la noche, agotados, Liliana por su duro trabajo, yo por mis malos juegos de palabras; decidimos descansar un momento leyendo (y esta vez pude concertarme un poco más, aunque toda la noche estuve irritado por algo que no supe identificar). Liliana, entretanto, leía con fruición, por cambiar de tema le pregunté qué estaba leyendo y me mostró los papeles que tanto me habían avergonzado por la mañana. A ella le parecían buenos. No supe qué decir, imaginaba que para algunos estaría bien, pero no dejaba de ver en esos escritos las torpes formas de un escribiente mediocre. Anoche traté de creer en lo que ella creía, de ver como ella lo hacía, de comprender en dónde radicaba el gusto que ella obtenía. Pero no conseguí hacerlo, me quedé como detrás de un vidrio, o de una ventana, o de cualquier superficie transparente que me separase del otro, donde residía sus razones, gustos y sensaciones. Por último, por decirlo menos, me quedé abismado, creyendo que a pesar de que no hubiesen certezas, tampoco podía afirmar con seguridad mis dudas.

domingo, 19 de octubre de 2008

Comentarios livianos y otras liviandades (1)

El día de ayer el escritor colombiano Juan Carlos Botero publicó en El Espectador un artículo:

http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/juan-carlos-botero/columna84607-hoy-literatura-pesa-poco

La columna se titula: ¿Hoy la literatura pesa poco?. Pretende ser un alegato encendido contra una declaraciones del escritor valenciano Rafael Chirbes. Curioso, como diría el mismo Botero. Lastimosamente la polémica, si se puede escribir que la hay, parece solamente ser polémica en la mente de Botero. A cierta distancia uno puede afirmar que tanto las afirmaciones de Chirbes y las de Botero no son necesariamente contradictorias, ni siquiera opuestas: que dentro de la sociedad contemporánea la función de la literatura se reduzca a la de un somnífero no significa que no haya escritores que pretendan "iluminar" (como dice Botero) la tan mentada y manoseada "condición humana".
Ahora bien, los ejemplos que Botero incluye para defender lo que cree su posición no son quizás los más afortunados. Cita el escándalo que produjo El código Da Vinci, tal vez olvidando que ese no es el mejor ejemplo de cómo se "ilumina la condición humana". Asimismo cita otros escándalos que no tienen mucho que ver con lo literario, como el producido por las revelaciones de Günter Grass. Sinceramente parece que Botero confunde la política, la filosofía y casi todo lo demás con la literatura. Si un escritor defiende una posición política no está haciendo propiamente literatura, está haciendo política (o interviniendo en política mejor, para puntualizar).
Eventualmente se puede intentar revisar, desde el limitado punto de vista que nos permite este mundo, la posición de la literatura en la "Historia" o todos sus sucédaneos, y de un análisis riguroso tal vez las conclusiones provocarían otro encendido comentario del Sr. Botero.
Y sin embargo quizá eso no sea la cuestión a resaltar sobre el asunto, sino la confusión que pueden y provocarán las palabras. Para algunos, como Kundera, la levedad es insoportable (si nos atenemos a lo que dice el título de su libro); para otros es uno de los rasgos que debe poseer la literatura del futuro (Calvino). Me inclino a pensar como Calvino, aunque sé por seguro que Kundera y Calvino escriben sobre levedades diferentes. Así me parece que pasa con Chirbes y con Botero; y mientras uno cree defender valientemente una posición, tal vez Chirbes no esté en modo alguno socavando los "principios" de Botero. La liviandad de uno no se puede comparar con la del otro. Y eso debía saberlo Botero, que quizá irreflexivamente denosta de quién supone comprender. Habría, a su vez, que afirmar que la literatura no resulta "trascendental" al ser el centro del espéctaculo, y menos cuando este espéctaculo es el mediático.
Finalmente, supuse interesante referirme al tema porque creo ver en él la raíz de muchas de las polémicas que se suelen gestar en el llamado mundo cultural. Ésta, en partircular, es una perfecta polémica, vacía y sin propósito, en la que uno sobre-interpreta a otro y termina defendiendo lo que nadie estaba atacando.
Por lo demás la literatura puede seguir siendo significativa sin afirmar pesadamente sus "verdades". Al fin y al cabo, y este es mi parecer, no todas las "iluminaciones" de la literatura tienen que producir insomnio.

De búsquedas y nuevas propósitos

Lo primero que hice la semana pasada fue, y quizá sobre anotarlo, buscar a Marlowe. Ya antes escribí que lo había buscado en los locales que solía frecuentar, para ser sincero sólo lo hice en uno, ese día me sentía agotado (o simplemente decepcionado). Así que desde el martes empecé a buscarlo en los lugares que antes no había revisado, fui entonces andando por bares que siendo más sombríos, se fueron pareciendo en mi cabeza a los demás. Uno y otro parecían ser copias, uno y otro se limitaban a cambiar de canción y de anuncios. Las mañanas comenzaban con una especie de estremecimiento, presentía vagamente el inminente encuentro con Marlowe y con lo inesperado; las tardes resumían ello en un sopor agobiante y pesado, en un aburrimiento que era lo que más se podía parecer a mi desesperación. Al final de la semana seguí frecuentando diversos antros, pero más como un hábito cada vez más insignificante; ya dejé de hacer las preguntas que al principio hacía, ya dejé de anotar los insignificates detalles en los que en principio entrevía pistas que descifrasen el "misterio".

Debía enfrentarlo sin más, Marlowe había desaparecido. Frecuentemente me sentía desolado, irritado, me sentía furioso al ser un juguete de una broma incomprensible (y la rabía casi me ahoga al escribir ahora). Solamente por las tardes, al salir con Liliana o al ir a su casa, me aliviaba de algún modo, me distraía; actuaba como si todo aquello del blog nunca hubiese ocurrido, como si no fuera más que un gran agujero negro que se oscurecía con el pasó de los días. Pero era inevitable, y a veces me quedaba mirando las paredes, y a veces me detenía en las calles, y las más de las veces aspiraba con fuerza y recordaba, y todo era pura desolación.

Hoy aún me molesta lo sucedido, pero lo manejo (o creo manejarlo). Al fin y al cabo el pasado queda (por más memoria involuntaria que haya) atrás, o en esa certeza cifro mis esperanzas. Y también en todo lo demás.
Seguramente cambiaré de oficina. Entretanto escribo todo aquello a que me sentía vedado por mi oficio, y reconozco. que como reconoce ese escritor de Si una noche de invierno un viajero, el amanuense vive en el fascinante cruce de dos dimensiones, el amanuense está exento de la angustia de anotar frases con las que ha de cargar, de las que será responsable, sobre las que se verá obligado a precisar, a defender, a olvidar.
Hoy que escribo por mí mismo me parece que siempre escribí para condenarme a mis escritos, y hacer de ellas mi única compañía.

lunes, 13 de octubre de 2008

Sobre algunos encuentros inesperados


Una mañana como todas las demás, Liliana tomó el bus que la llevaría a su lugar de trabajo. Casi todo el trayecto lo tuvo que hacer aplastada contra una de las ventanas del vehículo, empujada por una treintena de cuerpos que aguardaban impacientes la estación aledaña a sus trabajos, manoseada por unos y otras y sin ninguna posibilidad de quejarse porque al igual que ella, ninguno de esos ceñudos viajeros tenían espacio suficiente para ellos mismos.
Estaba ya acostumbrada a estas dificultades, y a veces no se percataba de lo insufrible que resultaba enfrentarlas cada día. Y por eso fue como una señal de arrobo y casi éxtasis ver que uno de los pocos pasajeros que estaba sentado se dirigía a la salida del automor, y aún más cuando pudo escabullirse hasta el asiento y perderse en sus devaneos, ya no de pie sino en el asiento. Cuál no sería sorpresa (ya suprema) al ver un cuaderno pequeño, de tapas viejas, que al parecer el pasajero había dejado sin percatarse.
Lógicamente este inesperado descubrimiento fue para ella una pequeña espada de Damocles, no querría nadar entre la masa viajera apenas sentarse, pero sabía muy bien que de no intentar por lo menos devolver el cuaderno tendría que lidiar con el remordimiento toda la manaña.
Finalmente se levantó, respiró hondo para que su voluntad no se resquebrajase, y atravesó el apretado pasillo que conducía a la salida, apenas tuvo tiempo de salir antes de que el bus siguiera con su imperturbable recorrido. La estación no estaba menos atestada que el bus, así que Liliana tuvo que escurrirse entre corros de pasajeros descontentos por el atraso de los autobuses. Como una experta funambulista, Liliana supo moverse por medio de la estación hasta la salida donde creyó ver el sombrero del pasajero que había dejado el cuaderno. Entonces apuró su paso, lo tuvo casi al alcance de su mano, cuando el hombre se detuvo y besó galantemente a Luisa (la pelirroja de hace mucho) que con un gesto suficiente señaló al hombre el camino. El hombre, por supuesto, era Marlowe.

Después de oír atento la increíble historia de Liliana, le pregunté en repetidas ocasiones por los lugares, por los rostros de quienes creía habervisto, por detalles. Lamento aceptar que me mostraba incrédulo frente a la versión de Liliana. Le llegué a achacar al astigmatismo severo que sufría la responsabilidad de que tales personas se hubiesen reunido. Fueron minutos en que aplace el mirar dentro de la hojas del cuaderno, la curiosidad me impelía a examinarlo, y sin embargo el terror que experimentaba frente a él era como el de aquellos personajes que saben que la llave de la puerta que van abrir conduce al infierno, y aún entonces abren la puerta y sufren desde entonces su condena. Liliana entristeció por un momento pero pareció entender, en cualquier caso salió afanada quizá más decepcionada por mis preguntas y respuestas que por el insólito incidente de la mañana.
Aturdido, aguardé a Marlowe hasta casi el anochecer. Lo único que se alargó fueron mis ansias, mi angustia. No pude ocultarme a mi decepción, desde hacía días los encuentro con Marlowe eran más distantes, mezclados con una desconfianza que había nacido de gestos y frases que yo no sabía dónde ubicar. Y para colmo trataba de localizar a Liliana sin fortuna, sin el consuelo del diálogo franco que hasta entonces con ella sostenía.
Fueron más sorprendentes, sin embargo, las horas de lectura de ese cuaderno. El cuaderno se titulaba: Diario de Elías Pedrero. Contaba sucesos que paulatinamente se tornaban más confusos y ambiguos, era una suma de historias, de anécdotas, de comentarios, pero también de proyectos. No obstante, con el paso de los días las historías se iban desvaneciendo, los proyectos iban quedando inacabados, el mundo que parecía dibujarse apenas era un boceto de un proyecto que nunca terminaba de completarse. Por un momento parecía que el diario hubiese sido planeado como Si una noche de invierno un viajero de Calvino, después de muchas páginas, esta débil certeza me hacía regresar a la idea de esa novela que se interrumpe pero no porque otra la interrumpa, o porque la digresión de una historia llevase de una a otra, sino porque todo se iba desvaneciendo, como si las historias fueran proyecciones de una máquina que de pronto hubiese dejado de funcionar sin que nosotros, sus lectores, lo percibiésemos.
En algún punto Elías entraba en contacto con un detective norteaméricano (supuse Marlowe) que le presentaba un proyecto más ambicioso, más abstruso, más perverso. La idea era llevar a cabo una especie de proyección del diario en el internet (la prosa de Pedrero está obsesionada con las proyecciones y los juegos de prestidigitador). Pedrero reaccionó con estupor, no entendía como alguien pudiese estar enterado de sus proyectos, que hasta entonces habían estado encerrados en su diario, fuesen de conocimiento público. Marlowe, si es él quien era el detective, le dijo que hoy las formas de espionaje y de conocimiento de la intimidad de los demás era lo suficientemente avanzadas para conseguir esa minucia. Y después le dijo que nuestros mundos no eran sino otra proyección de cuadernos con proyectos distintos, y así siguió sumándole al mundo palimpsestos como si eso tuviese un mínimo de sensatez. Elías, con algo de dificultad, consiguió hacer salir a Marlowe y mantenerlo lejos durante la siguiente semana. Al final de la misma se decidió a salir para pasear como antes acostumbraba, le gustaba siempre andar por las callejuelas más viejas de la ciudad, y mirar la lluvia caer, y a veces anotar imágenes de las que veía con tal de hacer de los incompletos proyectos de su cuaderno algo más vívido. Evidentemente se encontró con Marlowe que sonrió con suficiencia, ya no necesitaba sus servicios, le dijo. Pedrero no pudo disimular su sorpresa. Marlowe entonces le mostró una hoja que dice algo así:

Proyecto Piloto

  1. Contratar amanuense.
  2. Escribir una enciclopedia de lectores.
  3. Permitir que el escribiente se desahogue de vez en cuando y escriba frecuentes desprópositos.
  4. Impedir que el escribiente intervenga en los crímenes de....
El resto de la hoja había sido arrancada, como otro par de hojas. Luego el diario seguía con desvaríos más acentuados que los primeros, y por último el diario mismo terminaba abruptamente como esa avalancha de proyectos, historias y comentarios.
Estaba completamente desconcertado. Por un momento imaginé que todo aquello era parte de una gigantesca broma que no era capaz de entender, pero tampoco podía llegar a entender por qué a alguien se le pudiera ocurrir tales tipos de broma.

Por la noche mandé a cambiar las guardas de la oficina y salí en busca de Liliana. No estaba en su apartamento, así que estuve durante un rato metido en el patibulario ambiente de un bar cercano. Bebí largamente, me sentía víctima de una horrible jugada por parte de un vulgar demiurgo, un semidios que nos hace marionetas de sus más crueles jugarretas. De repente, dejé de beber, incluso dejé de fumar, y me miré en uno de los espejos que servían de paredes en el lugar, y creí que esa persona no era yo, sino otra a la que desde hacía mucho observaba, de la que desde hacía mucho escribía y a la que no tenía que sentirme absurdamente ligado.
Volví y encontré a Liliana adormecida. Parecía que los avatares de su trabajo hubiesen hecho olvidar el acontecimiento que había removido mis creencias. La miraba atento, ella respondía comprensiva y atenta, como si nada. Me abrazaba tranquila como tantas otras noches. Y en medio de esa noche espectral no podía dejar de pensar que tenía que haber algo más, que nuestras reacciones debían ser otras y no esas maquinales reacciones que olvidan las pequeñas circunstancias que destruyen nuestras pequeñas religiones. Pero en medio de mi extrañamiento fue viniendo el sueño, y la única certeza que hoy me acompaña es la de continuar con la oficina solo. De persevar y no ser ya una ficha en el juego abstruso de manos oscuras, la certeza de que debo dar mis propios pasos. Me dormí pensando que seguir con la oficina era mi deber, aunque mi deseo por no cejar no fuese sino una absurda venganza.

Primera Enciclopedia de Variedades de Lectores (11)

(Con confesión de Marcel y designios para un ars poetica)

El escritor no debe asustarse de que el invertido dé a sus heroínas un rostro masculino. Sólo esta particularidad un poco aberrante permite al invertido dar luego a lo que lee toda su generalización. Racine se vio obligado, para darle después todo su valor universal, a convertir por un momento a la Fedra antigua en una jansenista. De la misma manera, si monsieur de Charlus no hubiera dado a la "infiel" por la que Musset llora en La nuit d'Octobre o en Le souvenir el rostro de Morel, no habría llorado ni comprendido, porque sólo por esta vía, estrecha y desviada, tenía acceso a las verdades del amor. Sólo por una costumbre sacada del lenguaje insincero de los prólogos y de las dedicatorias dice el escritor: "Lector mío". En realidad, cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo. La obra del escritor no es más que un instrumento óptico que ofrece al lector para permitirle discernir lo que, sin ese libro, no hubiera podido ver en sí mismo. El reconocimiento en sí mismo, por el lector, de lo que el libro dice es la prueba de la verdad de éste, y viceversa, al menos hasta cierto punto, porque la diferencia entre los dos textos se puede atribuir, en muchos casos, no al autor, sino al lector. Además, el libro puede ser demasiado sabio, demasiado oscuro para el lector sencillo y no ofrecerle más que un cristal borroso con el que no podrá leer. Pero otras particularidades (como la inversión) pueden hacer que lector tenga que leer de cierta manera para leer bien; el autor no tiene por qué ofenderse, sino que, por contrario, debe dejar la mayor libertad al lector diciéndole: "Mire usted mismo si ve mejor con este critstal, con este otro, con aquél".
-El tiempo recobrado
(En busca del tiempo perdido)
Marcel Proust

sábado, 27 de septiembre de 2008

De la inutilidad de los blogs

Hace tiempo dejaron de interesarme los blogs, leía ya sin interés, y observaba como otra tarde se desvanecía. Y a la sensación de hastío se sumaba el estar sujeto a releer en las opiniones de otros, la ridiculez de las propias. Hacía noches, cuando trataba de conciliar el sueño, pensaba en la inutilidad de escribir y publicar papeles, en la inutilidad de mi trabajo oficinesco que se parece a tantos otros; más temprano que tarde vería (o mejor me toparía) con las recalcitrantes opiniones (o barruntos de opiniones mejor) que semejaban a la perfección esa estupidez que hoy en día algunos han dado en llamar gusto. Mientras me revolvía entre las sábanas volvía a episodios quizá más triviales, quizá menos significativos, y con ellos el insomnio se alargaba como se extienden las películas innecesariamente largas. Entonces apareció Marlowe y me mostró una serie de cartas en que se dedicaban a insultarnos a la manera de cualquier adolescente, la carta no tenía remitente, y entonces, sin saberlo, daba razón al enfadado articulista que denostaba de los blogs, espacios para que personajes anónimos escupan sus babosas opiniones. Se lo dije en estos términos a Marlowe que sonriendo divertido dijo que yo no era él más indicado para hacer tal tipo de señalamientos (ésa fue la palabra que usó, no sé por qué en estos días le ha dado por imitar el detestable estilo periodístico). Un tanto contrariado me explayé de la manera más vergonzosa: afirmé que no tenía sentido que se abriera un espacio que únicamente daba lugar a las más bajas prácticas, y que además permitía la impunidad; le dije que estaba harto de leer a todos esos personajes que consideran sus barruntos la verdad revelada, que consideran que enhebrar un par de pensamientos es sinónimo de inteligencia. Marlowe me escuchó, callado, en alguna ocasión me pareció que asentía (aunque tal vez sólo lo hacía por demostrar una involuntaria cortesía), me recordó al detective de los primeros días, atento a mis sosas palabras, presto a oír mis más desacertadas afirmaciones, dispuesto, en definitiva, a dialogar sin darle importancia a los acostumbrados prejuicios (ya sean para considerar al interlocutor lúcido o estúpido) que le damos a quienes intervienen en las conversaciones.
Después de saciar mis ansias de innecesaria venganza, él me recordó que las generalizaciones no siempre conducían a resultados afortunados, por no decir que llevaban al error (y sin embargo esto no es más que una generalización). Asimismo me dijo que no todos los blogs se reducían a que una persona demostrara la ceguera y la corteza de miras que la caracterizaba, que no sólo eran espacio para que un personaje exhibiera su conocimiento en temas a lo sumo irrelevantes, que no eran únicamente un modo de dar espacio a un griterío ensordecedor, caótico , sin sentido. Que también daban espacio al diálogo, a intervenciones sensatas y justas, a intercambios que daban frutos más productivos que los de algunos cenáculos. Y por último me dijo que por lo menos nos daba la fachada de un aparente oficio, de estar desenradando algo aparantemente útil en un mundo que se nos presentaba indescifrable.
Al principio me mofé de estas desafortunadas metáforas, de su ingenuidad. La inutilidad de los blogs residía en que cualquier opinión, cualquier texto o posición pasaba a ser una entre millones, pasaba a sumar a ese caudal de información que casi nadie leía, y que fluía al vacío cibernético a donde irán a dar alguno de estos días (a quien le da vergüenzas las metáforas debería ser a mí). Salí y vagé por horas como Marlowe solía hacer. Y revolví una vez la madeja de mis pensamientos tratando de encajarlos para que ellos justificarán mi furia, mi angustia, mi desesperación. Ingenuamente pensaba yo aún en elevar consignas releveladoras y significativas, demostrar a esos millardos de ciegos las verdades que tanto se resistían a ver. Sentía desprecio por todos los que escribían en la red sin ser conscientes de la inutilidad inherente de sus actos. Y así pasó una tarde y varias noches.
Hasta hoy al leer esas opiniones que tanto se parecían a las mías, sentí al principio alivio, y luego me di cuenta de que aferrarse a ese punto de vista era sumamente equivocado. Y le di más razón a Marlowe de lo que hubiese deseado. Y supe que esos aparentes argumentos no eran sino otra forma en que se hacía presente mi impotencia y mi angustia. Y me harté de mis palabras y me hundí con ellas.
Luego me puse a revisar algunas de las opiniones que me había dado el lujo de descalificar tan ligeramente, me di cuenta que eran mucha más sensatas que ese pasajero hastío que me había embargado.
Por supuesto, no quiero presentar este texto como un auto de fe, no quiero decir que todas mis dudas hayan sido resueltas. Aún creo que lo que se escribe en los blogs es esencialmente inútil. No obstante lo hago como una manera de poner en duda mis endebles creencias, para darle campo a una conversación similar a la conversación constante que la literatura (de verdad) es, o eso me parece a mí la literatura.
En medio de la noche me siento cansado de tanta grandilocuencia, de tantas palabras. Será mejor darle cabida a esos otros que son de verdad sensatos y lúcidos, y darle más tiempo a este trabajo que como escribiente poco me ha dejado, pero que quizá sea la imagen más perfecta de algo que hubiese querido expresar, algo que reside en esos devaneos interminables que son mis noches de insomnio.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Notas sobre "Las 5 Obstrucciones"



Días después de mirar esta película me propusé escribir algo sobre ella. Le estuve comentando algo tímidamente la cuestión a Marlowe. Con un bufido él pareció dar por zanjada la discusión, sin embargo, días después me propuso que intentara hacer una reseña a la manera en que aparentemente Von Trier le exige a Leth (re)haga su película. Lógicamente de aquello no salió nada (nada más tenía ver que yo no re-haría mis reseñas). Los días se sucedieron hasta que he vuelto a tratar de escribir sobre el asunto, si no para aclarar mi posición sobre la película, sí para "romper" el silencio del blog.

A

Uno de los puntos que tal vez más se habría de notar en la película es su pretendida semejanza con esos extraños subproductos de nuestra época llamado realities. En Las 5 obstrucciones no hay premios, no hay precisamente ganadores. Pero hay una "competencia" que pretende captar una realización cinematográfica. Evidentemente lo que vemos ha sido cuidadosamente planeado (como los realities, dice Marlowe), lo que nos presentan Von Trier y Leth es quizás entonces una parodia de esos subproductos, pero no sólo de eso, de esa insensata pretensión de captar la "verdadera" realidad. Cómo si existieran realidades "falsas". Cómo si hubiesen ficciones absolutamente ciertas.

B

Otro de los motivos de la cinta es esa cuestión de re-hacer. De volver a lo que ya fue una obra "completa" y darle una nueva perspectiva. El acceso a todo tipo de obras de nuestra época es harto superior al de cualquier otra época (Marlowe se sonríe socarrón mientras se levanta y se va al leer esto). También hoy se retoman lo motivos del pasado (como en tantos tiempos pasados), pero tal vez con algunas sutilezas más o menos evidentes para defender un criterio un tanto dudoso de originalidad. Y no porque la originalidad no exista, sino porque algunos de esos que tantos profieren a gritos su originalidad no lo son en ningún sentido.
Las 5 obstrucciones supone re-hacer una película siguiendo unas limitaciones específicas. Este puede ser el primer motivo para una creación, y lo ha sido: hacer una novela sin utilizar una vocal por ejemplo.
¿Y qué puede significar entonces que la creatividad y la libertad de un artista dependa de una restricción? ¿Qué implicaciones tiene esto para lo que un poco irresponsablemente llamamos arte?
Tal vez al aclarar ese interrogante se tenga mucho más claro la "cuestión" estética de nuestra época. Pero sólo tal vez.

C


Pero no hay que dramatizar. Sólo se trata de una película. De una forma de pasar el tiempo. En últimas se trata sólo de arte. (O mejor, los únicos irresponsables somos Marlowe y, sobre todo yo, pero tal vez eso carezca de importancia)

D

Puede que Von Trier sea uno de los más grandes bromistas que haya dado el cine en su historia. No obstante, la solemnidad con que sus planteamientos son seguidos por algunos puede ser otra señal de los tiempos que estamos viviendo (si no más bien de algunos "mundos" que hoy tanto abundan). Ciertamente si la película fuese un experimento absolutamente veraz nos encontraríamos con alguien que pretende obligar a otro a negar sus convicciones, a actuar en contra de sus principios, a hacer lo que tanto detesta. Pero, y esto cabe subrayarlo, todo esto sólo tiene sentido si fuera absolutamente veraz.
Y no lo es.
Obviamente esto no significa que los "polémicos" postulados no le interesen a Von Trier (y a Leth), sino que quizá ellos están bien enterados de no tener la última respuesta sobre tales asuntos.
Eso me permite (lo que es una temeridad, escrita cuando Marlowe no está evidentemente) aseverar que a lo que aspira Von Trier es a un diálogo abierto, desligado de morales y de estéticas. De un diálogo perpetuo que permita reflexiones turbías y sombrías (y ajadas), pero también bromas de las que en determinado punto sea difícil reír.

CINCO OBSTRUCCIONES PARA EL PRÓXIMO MILENIO

Al comenzar de escribir esta reseña se me ocurrió que más imperiosas que las lúcidas propuestas de Calvino, era dar un número de restricciones (que dado el caso se tendrán que romper, como sucede con toda restricción o toda regla) a quienes quisieran tomarlas para que hiciesen sus trabajos. Ahí me parece que reside lo más relevante de la cinematografía de Von Trier, el hacer notar que tanto las distintas estéticas como las distintas morales se basan en principios con un marcado deje arbitrario. Y también el hecho que hoy se puede abrazar casi cualquiera porque todas son respetables como, dado el caso, equivocadas.
Pero dejándome de digresiones me puse a la tarea de hacer una lista con Marlowe al día siguiente (Liliana entretanto nos servía bebidas y canturreaba pegada a una pequeña radio). Hubo varias que pronto desechamos. Al tener una entrevimos que esta cuestión de obstruir es un paso anterior a la censura y por eso abandonamos el proyecto. Luego seguimos charlando, abismándonos por la pretensión de tan desmesurado proyecto: no éramos sino un par de oficinistas que resolvíamos parte de la escoria que otros dejaban al margen. Aunque tal vez pronto nos atrevamos a publicar una nueva lista, el tiempo dirá.
Por la tarde salimos, Marlowe encontró una rubia alta de pequeñas manos con la que seguramente pasó la noche. Liliana y yo vimos El año pasado en Marienbad. No sobra anotar que más de una cosa no la entendimos, esperamos entenderlas pronto. Esperamos seguir hablando de estas dudas, a riesgo de que un día, sin saber bien cómo, las olvidemos.


martes, 9 de septiembre de 2008

Una vez más se acaba el mundo...


http://www.diariometro.es/x/metro/2008/09/08/pFpoBnp4asjw/index.xml

De manera recurrente por la red más de uno ha estado comentando, anotando, reseñando, o simplemente como nosotros referenciando algo cansinamente, una nueva llamada al pánico (esta vez ya no por los ángeles del cielo, sino por los de la ciencia).
Y cuando yo creía acercarme al punto de perfecto estatismo me doy cuenta de que no eran sino vanas ilusiones. Pero eso no se lo comento a Marlowe que apenas le mostré la noticia dijo: Ya era hora de que cumplieran lo que tanto prometían.
No comparto su punto de vista, sin embargo estoy consciente de que más de una cosa merece ser acabada. Lo único que se me ocurrió, entretanto, fue publicar este par de frases, y esperar que tal vez haya una segunda oportunidad, aunque no sé muy bien de qué.
En todo caso no debía sorprenderme, hoy descubrí que de acabarse el mundo yo no tendría nada interesante qué decir.
(Sinceramente no era para tanto: http://ellamentodeportnoy.blogspot.com/ : ¡Vamos a morir todos! Sólo es el hábito de repetir lo que otros ha dicho mejor)

domingo, 7 de septiembre de 2008

Del típico aburrimiento oficinesco (Crónica resumida de las últimas 3 semanas)


Y estas abominables tres semanas han estado ocupadas por interminables silencios. Después de contar con tremenda infidelidad unos falsos insucesos nos hemos quedado sin más que hacer sino mirarnos las caras, repetir de vez en cuando lo que alguna vez nos pareció ocurrente, desdecirnos de algunas afirmaciones que hoy nos parecen desproporcionadas, y sobre todo, callar, callar y callar.

No creo que haga falta ser sincero. Y creo también que a Marlowe tampoco le hace falta, aunque cuando se lo digo él fuma en silencio mientras mira la ventana. Interpreto su silencio como suelo haberlo interpretado durante el último año (más o menos un año), y a veces me parece elocuente, a veces impenetrable.

Por las mañanas, apenas arribo a la oficina, suelo encontrarlo con un libro entre las manos. Alza la mirada, y entonces hace una especie de gesto de reprobación, aunque tal vez sea simplemente un saludo, o tal vez sea simplemente el modo en que Marlowe expresa su gratitud. Me siento en mi acostumbrado escritorio y copió y copió y copió. Suelo tratar de ser lo más riguroso, lo más fiel a aquellos interminables cuadernos, a su casi inintelegible letra. Aunque a veces al no poder comprender lo que dictan los cuadernos escribo lo que imagino dicen, o lo que deberían decir, a mi modo de ver.

Sin embargo, durante las últimas tres semanas no hay cuadernos sobre mi mesa. Estamos casi todo el día sentados en silencio, fumando de vez en cuando, Marlowe bebiendo whisky las más de las veces. Como soy poco imaginativo suelo repetir las bromas del primer día, o alguna de las sentencias que yo he dado en llamar "agudezas". Y él me mira hiératico, y yo siento que esto se debe parecer a la eternidad de alguna manera (aunque para ser sincero no sé muy bien por qué).

He pasado leyendo y releyendo el principio de una misma novela estas tres semanas. El intocable de John Banville. Y no es porque no me guste Banville, que me parece uno de los autores que hoy mejor escriben, sino porque en estos días tengo la impresión de olvidarlo todo, de encontrarme en un mundo cada vez más extraño. Es como si cada día fuera a crearse una vez más el mundo y con ello un mundo de personajes que se parecen a unos que vagamente me parecen conocidos, y que sin embargo no encajan con los que recuerda mi escasa memoria. Y por eso trato de agarrar esa páginas y hacerlas mías, y por eso trato de recordar cada vez mejor mi jornada, la anoto lo mejor que puedo, la guaroó y cuando encuentro de nuevo estos papeles me parecen que cifran vidas para mí indescifrables (o tal vez no sea tan así, tal vez yo sea un experto "exagerador").

Al final del día me voy. Siempre cuando salgo, al empezar la noche, Marlowe ya se ha ido. A veces lo buscó en los bares sin encontrarlo, a veces vuelvo a casa para salir con Liliana y dar de vez en cuando una vuelta por las vacías y repetidas calles de nuestras primeras citas. Y así se han ido pasando estas tres semanas que se parecen a otro tiempo del que no consigo extraer casi nunca ningún recuerdo.

sábado, 16 de agosto de 2008

Woody Allen según Jean-Luc Godard

http://www.dailymotion.com/video/xg1hk_meetin-wa-1986

Como a cualquier blog hacía falta que tomaramos prestado algo sin añadir más que el enlace para ello. El enlace del principio es una entrevista-documental que Godard le hizo a Woody Allen en 1986.
El enlace estará activo mientras los que lo pusieron en el extraño e indefinible mundo del internet lo permitan.
Mientras tanto sólo queríamos anotar lo curioso que nos pareció el énfasis que le daban los dos directores a esa cuestión del nefando influjo de la televisión sobre la gente, y sobre el cual no pudimos evitar comparar esa cuestión con la aparición del internet, con sus nuevas herramientas y espacios, sin tener la certeza de si era para bien o para mal. De momento no queremos definir nuestra posición y nos adaptamos, hacemos lo que los demás hacen. Que conversemos un poco más profundamente sobre el asunto será cuestión de otro día. Por ahora dejaremos el tiempo pasar.

viernes, 15 de agosto de 2008

De la cultura de las listas



Quizá no haga falta escribir sobre la ya habitual costumbre de los llamados medios de comunicación por cifrar la "cultura" en forma de lista. Para eso es mejor, tal vez, que lean otros comentarios mucho más acertados del siguiente blog:


http://blogs.ya.com/lomejordeloslibros/


("Cómo cambiar tu vida con El País Semanal")


Sin embargo en esta semana en que nos embarga el ocio en grado sumo, no hemos tenido más remedio que de vez en cuando comentar sobre listas del tipo: http://www.elpais.com/articulo/portada/Cien/escritores/espanol/eligen/libros/cambiaron/vida/elpepusoceps/20080810elpepspor_1/Tes


El resultado fue tal vez peor del que incluso en nuestras perspectivas más pesimisitas llegamos a tener. Y aún cuando quisimos escribir algo inteligente sobre el "caso", no hubo caso en ello (Marlowe detesta estos pedestres juegos de palabras, pero de vez en cuando no me parecen malos).


Mejor hicimos en comentar como la denominada cultura se cifra en esas listas subjetivas que reducen todo a un concurso de popularidad (esa es mi afirmación, a Marlowe no le gusta afirmar como si estuviese diciendo un verdad que no entiende del todo). Una de las pocas respuestas realmente sensatas fue la de Zambra, recordando a Perec, tan aficionado como era a elaborar listas, a expresar sus gustos, mostrando como la "cultura" había reducido la "estética" a una lista de preferencias. Y es que a mí (porque Marlowe me abandonó cuando estaba en el momento en que pensaba desarrollar mis "ideas" más "lúcidas") me parece que al faltar cualquier ideal o filosofía que cohesione a los grupos sociales se pierden los cánones y se adquiere la libertad. Es por ello que el "gusto", el "juicio subjetivo" y demás se convierten en las únicas guías para aquello que algunos llaman estéticas (hoy estoy en la vena para escribir de un modo presuntuoso y ampuloso, al contrario del otro día; y tal vez Marlowe no quiere explayarse en disertaciones inútiles, tal vez está un poco sentido por lo que escribí el otro día, pero con Marlowe nunca se sabe). Lo recomendable es que el gusto, y por ende las listas y demás, fuesen una cuestión que sólo concerniera a uno, y que no fuese impuesto a otros sino simplemente como un comentario que puede dar nuevas perspectivas a otro juicio subjetivo. O eso creo yo, hoy que vivimos huérfanos y vivimos la alegría de la orfandad. Después de un rato me cansé de garabatear papeles como estos y salí en busca de Marlowe. Lo encontré a pocas cuadras completamente beodo. Sin ser estar muy consciente del todo me dio toda la razón y repitió y repitió sin parar hasta volverse verdaderamente indeseable: "Hay que releer a Perec."


domingo, 10 de agosto de 2008

De qué hablamas cuando hablamos de autor

El sol se filtraba entre los cortinajes. Marlowe fumaba en silencio, yo hojeaba la carta que nos había enviado García, un amigo mío que estudía para profesor, aunque para vivir hace de sastre. Esperábamos atentos la llegada de García, el asunto de la misiva era esa preocupación que hacía días no le dejaba dormir. Marlowe leyó por encima la carta, alzó un ceja y sacó una botella, luego encendió el cigarrillo y así estábamos hasta que García timbró.
Al entrar vimos su silueta grande, tan alto y fornido como un oso García no es a primera vista una persona que le guste la lectura, y sin embargo lo es. Se arrellanó con cansanció en el sofá desfondado que habíamos conseguido en una subasta carcelaria. Después de intercambiar las cortesías usuales volvimos a callar, como si nos hubiésemos reunido para guardar silencio. De vez en cuando miraba por la ventana como el día se acababa, también en silencio, y parecía que el día terminaba como se nos terminaba la vida.
Por fin García se dispuso hablar:
-No sé qué pensar... Siempre creí en los libros de Carver leer los cuentos de un verdadero narrador...
-Los editores suelen cambiar muchos textos, los autores suelen pertenecer más bien al terreno de lo mitológico- dijo Marlowe por decir algo.
García frunció el entrecejo y me pidió un cigarrillo (siempre que nos encontramos me anda "robando" los cigarrillos). Volvimos a ese silencio que parecía ser nuestra verdadera ocupación.
-Lo que pasó con Carver sólo evidencia que esta cuestión de la literatura depende mucho del lector- dijo Marlowe en el mismo tono de antes.
- ¿Cómo así? - preguntó García como queriendo oír nuevas verdades.
Marlowe hizo un gesto como para quitarle la importancia a lo que decía:
-En estos días estuve leyendo Vidas escritas de Javier Marías... Y me pareció que el libro más que describir la vida de esos autores, era la descripción de la imagen de Marías como lector, un lector como todos, lleno de virtudes, un lector lúcido, pero también un lector lleno de falencias y defectos...
García hizo un gesto de no entender mientras fumaba.
- ¿Pero esa es su visión de lector, Marlowe? - pregunté yo por no quedarme callado.
- Por supuesto - afirmó Marlowe lacónico.
- Es cierto que los lectores son importantes para la literatura, pero quien los escribe siempre estara prefigurando un plan para guiar a quien lee- nos interpeló García usando el léxico borgiano que tanto admiraba.
Marlowe asintió sin convicción:
- Cierto... Siempre a alguien detrás, pero... Los lectores cuando hablan de autor quieren revivir esa experiencia que alguna vez leyeron... Necesitan un nombre, es casi una cuestión esóterica, como si con el nombre de quien escribió algo se estuviera reviviendo lo que alguna vez el lector sintió... También es cierto que los lectores son los principales responsables de esa experiencia...-discurseó Marlowe para nuestra sorpresa.
Volvimos al silencio, un tanto para tratar de entender lo que quería decir Marlowe, un tanto para descansar de tantas vanidades. En esos días a él le gustaba sorprender de esa manera, después de perder a Daisy y vagar durante meses no había tenido más que enfrentar este nuevo presente. Y lo hacía. Y cada día parecía más viejo.
- ¿Entonces usted no piensa que el autor, quien escribe, sea importante?- preguntó García en un tono que quería imitar la indignación.
-Sí, pero el autor que escribe muere cada día, es el hombre, de una época, de un momento... Carver, trataba de plasmar una experiencia, su editor creyó entender mejor la experiencia de Carver que Carver y la cambió, y para colmo usted leyó una traducción de alguien más que también creyó entender algo para que usted viviera su "experiencia". Dónde quedó Carver, en el fondo de esta confusión - respondió Marlowe por salir del paso.
García meditó unos instantes. Hacía unos días no conseguía trabajo y se dedicaba a leer con fruición. Puede que incluso trabajar no le hiciera falta. Pero como ahora nos frecuentaba tanto (y además nos escribía cartas cuando no estaba con nosotros), yo suponía que su ociosidad no la disfrutaba tanto como afirmaba.
- Claro - a media voz García hablaba ahora-, en eso me parece que estoy de acuerdo. En parte lo del autor es una ilusión, un mito...Pero hay diferencias, el sentido común nos hace ver que una persona escribe unas líneas que nosotros re-creamos.
Asentí lentamente (a decir verdad esa tarde asentí a casi todo).
- Lógico, pero lo que conocemos es lo escrito, y eso se aleja de quien escribe... Eso lo saben quienes escriben, y quizá no lo lamentan - sentenció Marlowe ya algo divertido.
- ¿Es bueno ese libro de Marías? - pregunté yo porque ya me hartaba esa conversación que además de pretensiones no decía nada.
- Sí -dijo Marlowe sin mucha convicción, luego de un momento continuó-: Me da la impresión de que Marías se toma su diversión muy en serio, demasiado quizás.
Lo escuché con un poco de sorpresa porque a mi me gustan los libros que de Marías he leído.
- Bueno, pero tiene que aceptar que a pesar de todas las circunstancias de la lectura, los autores son los que provocan, o lo tratan, esas experiencias que usted llama -García hablaba ahora de pie como si estuviera retando a Marlowe que sólo sonreía-. Los verdaderos autores configuran su escritura para expresar lo que perciben como realidad, sus reflexiones,...
- No niego que los haya - Marlowe interrumpió a García mientras sacaba un nuevo cigarrillo que iba a reemplazar al que ya se había acabado-, sí... Pero eso es también una profesión de fe... Los libros, los que yo llamaría literatura, se escriben para que la sombra de ese autor se diluya hasta desaparecer en las líneas del texto, para que el texto viva su propia vida, el resto no es más que charlatenería...
Me levanté ya un tanto incómodo porque hasta Marlowe hablaba ahora en ese tono pomposo. Vi que por la escalera subía Liliana y celebré mentalmente que con su entrada daríamos por terminaba (así fuera parcialmente) esa molesta conversación.

Salimos a un pequeño restaurante cercano. Liliana se abstuvo de comer la mitad de su plato porque estaba preocupada por su peso (sin disimulo iba dejando las papas y demás en mi plato). García y yo comimos y bebimos en abundancia. Marlowe estuvo inapetente, bebía con disimulada fruición mientras miraba por la ventana la vida que pasaba. La conversación que sostuvimos fue tan trivial como la de la oficina, pero amable porque estaba exenta de las pretensiones de la primera. No es que a mí no me guste hablar en ese tono pomposo, pero ese día no sé por qué lo detestaba. Quien pudo disfrutar la velada fue Liliana, a quien le aburre toda nuestra cháchara. Casi a medianoche salimos. La noche era helada. Las faroles relampageaban por toda la calle. El silencio volvía a imponérsenos como una obligación imprevista. Así anduvimos durante un tiempo larguísimo. Incluso que afirmaría que por horas. Cuando menos los esperaba nos despedimos y junto a Liliana entramos en su casa.