domingo, 29 de junio de 2008

El extraño caso de los mensajes repetidos (5)


Después de dejar caer su tarjeta, Marlowe se deslizó por el largo pasillo que conducía a la oficina de redacción de uno de los periódicos de mayor tirada de la ciudad. Una mujer pequeña le condujo por un dédalo de oficinas, ella era el estereotipo de secretarias de tantas novelas hoy olvidadas, la situación era uno de esos lugares comunes en los que tan a menudo se cae en la vida cotidiana.
Marlowe se sentó e intentó acomodarse sin conseguirlo. Respiró el sofocante aire que se estacionaba en la oficina, la desesperación hizo que Marlowe encendiera un cigarrillo. La voz ronca de una pelirroja le interrumpió.
- Sr. Vance, disculpe, en esta oficina se prohíbe fumar... - Marlowe la observó atento (a pesar que tal vez hizo un mohín de disgusto y luego de desconcierto, pero eso lo supongo yo, que lo conozco, lo que anoto por fuera de este paréntisis es lo que Marlowe me contó)- Sr. Vance, permítame presentarme. Soy Luisa Ortega, asesora del Dr. Cominges. ¿En qué puedo ayudarle?
- Podías decirle a tu jefe que no es necesario esconderse, hace tiempo que debió dejar esos juegos en el pasado.
- Sr. Vance, lamento decirle que el Dr. Cominges no se encuentra. Y si me permite decirlo: creo que su humor es un poco rancio, un poco pasado de moda... - afirmó la señorita Ortega revolviendo su pelo con morosidad.
- No me diga nada más, tendré que ir al psicólogo, incluso puede que deje de fumar.
- Estas artimañas ya no le servirán. El Dr. Cominges no regresa hasta agosto. Ya conoce la salida. Mucho gusto Sr. Vance.
Marlowe se levantó sin chistar, le guiñó el ojo y salió mientras dejaba una huella de humo por donde caminaba (recuerden que ésta es la versión de los hechos de Marlowe).

Liliana revolvía unas tijeras intentando copiar un borroso modelo aparecido en la prensa, una blusa larga y ajustada. Le irritaba que los modelos nunca fueran tan nítidos como hubiese deseado, que hubiese que estudiar tan atentamente para hacer una copia sumamente decente de ellos. O esas fueron sus palabras cuando intentaba recordar el momento en que se encontró por primera vez con Paco Aldehuela en el dintel de la oficina, observando distraído con ánimo curioso e inquisitivo. Era un hombre alto y su rostro parecía pertenecer a otra época, mucho más fecunda en inquisidores y supersticiones (lo de la supersticiones es un eufemismo si se mira bien cómo vivimos, sólo para seguir hablando con esos discursos que suponen que somos modernos hacen cientos de años). Preguntó por Marlowe o por alguien que le pudiese ayudar. Liliana le explicó que Marlowe seguramente ya no regresaría esa tarde, y que de cualquier manera ella le daría la información en cuánto le viera. Paco se presentó de modo extremadamente educada y decente (según las palabras de Liliana), le contó sobre sus ocupaciones que cubrían los más variopintos oficios y trabajos; aunque en líneas generales se puede resumir que era un periodista que se esforzaba en publicar bastante para poder de vez en cuando dedicarse con pasión al único oficio que amaba: la escritura literaria (porque visto desde lejos lo único que hacía este hombre era escribir). Liliana le preguntó por el largo abrigo que llevaba y le pidió que usara algo más acorde con su estatura, ya que los faldones de su abrigo le colgaban más como a una minifalda (palabra de Liliana).
Tanto se distrajeron que Paco estuvo a punto de irse sin haber dicho aún la razón de sus requerimientos. Al recordarlo Paco hizo un mohín de desagrado y contó su desdichada angustia: hacía unos días se había sumado a un diario de la capital, los primeros días fue recibido con amabilidad y decencia (eso aparentemente lo dijo Paco, pero yo recuerdo que en principio fue Liliana). En la oficina trabajaba una delgada periodista que se dedicaba esencialmente a descansar todas las tardes como una sonámbula y de vez en cuando hacer preguntas a sus compañeros de redacción, preguntas que en poco tiempo transformaba en noticias. Paco intentó infructuosamente intimar con su compañera, pero su decencia se lo impedía (ibídem los anteriores paréntesis de este apartado). Una tarde su compañera desapareció, consternado Paco comenzó hacer averiguaciones sobre las actividades de Patricia, su compañera. Por ellas averiguó que Patricia gustaba de escribir ademas pequeñas prosas, poesías que adosaba a los comentarios sardónicos que inundaban los diarios que de tanto en tanto procuraba publicar (sin éxito). Una de esas tardes un muchacho alto y desgarbado de apellido Bolde le visitó en el edificio del periódico, algo preocupado le preguntó por Patricia. El instinto periodístico impidió que Paco le dijese la verdad (o eso fue lo que Liliana dice que Paco entonces le dijo), Bolde se negó a hablar, con esfuerzo Paco logró que Bolde le diera un teléfono y aceptara su tarjeta. Días después, cuando Paco decía haber olvidado a Patricia (a pesar que luego supimos que cada día llegaba más pálido, que cada día preguntaba con mayor avidez por Patricia, una Patricia que los demás periodistas empezaban a confundir con tantas Patricias un día desaparecidas). Días después, retomando, Paco recibió un sobre, una carta que decía : "Sea como fuere, la literatura es la trampa en la que uno cae. O, para ser exacto, la lectura." La caligrafía era sumamente similar a la de Patricia, o por lo menos se trataba de una imitación de calidad. Paco rastreó el remitente sin éxito, ensayó sentidos para tales palabras de Kertész; mas no había empezado a ahondar en ellos cuando los mensajes se multiplicaron, no sólo con citas de Kertész sino también de su amado Lichtenberg, como por ejemplo: "La mejor defensa contra los golpes del destino: una sepultura." Y no sólo vinieron mensajes, sino también llamadas anónimas, hombres con gabadirna que le seguían de manera más o menos evidente, noches en vela mirando a hombres que lo espiaban por detrás de tan habituales cortinas venecianas. Ya al límite de la desesperación Paco se encontró casualmente que uno de los mensajes tenía el sello de uno de los periodistas y editores más reputados de la ciudad: el Dr. Cominges, con quien había tenido frívolas conversaciones que sólo habían confirmado sus prejuicios (los de Paco, los del Dr. no los conocemos). Ahora aparentamente estaba detrás de una desaparición, sabía Paco que las notables influencias de Cominges harían de sus esfuerzos nulos, cuando por casualidad vio el letreto de la oficina de su ventana (sí, nuestra oficina queda al frente de su apartamento). Se acercó y ya el resto lo sabía (Liliana). Ella me llamó cuando casualmente entraba con Marlowe a un solitario bar. Marlowe decidió que Paco regresara a su apartamento, desde donde le podríamos vigilar (aunque eso ya lo hicieran otros que desconocíamos entonces) y él se dirigió con prontitud a la oficina de Cominges (dónde sucedió lo ya escrito). Me devolví con paso apresurado a la oficina cuando de repente me topé con Bolde.

La Asociación de Libros Mal Impresos es una especie de dependencia de un número representativo de editoriales que intentan almacenar todas aquellas copias defectuosas que de vez en cuando sus imprentas producen. Este nombre excesivo simplemente nombra a una amplia sala donde se amontonan hilas de libros cubiertos de polvo, corroídos por la humedad. De vez en cuando, en aquellos días, un "representante" de la ALMI (porque esa es la sigla de tan peculiar asociación) traía cajas de libros llenos de erratas. Pero con el paso del tiempo aquello se había vuelto inusual y la oficina parecía ser uno de esos espacios vacíos, tan adecuados para el olvido como guardar tantos recuerdos que se ha vuelto inútil tener. Sólo un hombre algo viejo subía a eso de las 3 de la tarde, abría el lugar, lo miraba por un momento y se iba como había venido (es decir en silencio). Sin embargo aquellos días (los anteriores a la solicitud de Paco Aldehyela) los ruidos de la ALMI se habían multiplicado, como si esos fantasmas estuviesen más elocuentes en esa temporada. Lógicamente tras el relato de Paco, Marlowe me encomendó averiguar qué se cocinaba en la oficina de al lado. Avancé por el pasillo consciente ahora de cada uno de mis pasos, observando las viejas lámparas y faroles que más que iluminar parecen sumir a ese pasillo en la penumbra. Al llegar frente a la puerta me esforcé por ver sombras detrás del vidrio esmerilado, lo único que se veía era una especie de ciudad que guardaba sólo letras muertas. Miré por minutos que parecieron horas, un tiempo que ya era más como aquel tiempo mítico del que algunos tienen aún el atrevimiento de creer. Y cuando eso me fue suficentemente agobiante quise dar un paso atrás, escapando de algo aunque no supiera muy bien de qué. En ese momento fui sorprendido por Daisy que enfurecida me mostraba una nota. Con sumo esfuerzo me dio un papel con la dirección del lugar dónde se quedaba. Luego salió sin siquiera permitirse decir adiós.

Paco andaba a un lado y otro de la habitación. Se quejaba de un grupo de música pop que según él era el culpable de su angustia. Marlowe apenas lo miraba y observaba con mayor atención la desordenada colección de papeles y objetos que Paco almacenaba. Por fin Paco anunció su deseo por comentar algo que creía era la razón de esas persecuciones. Marlowe asintió y le ofreció una pequeña botella llena de Whisky. Paco comentó entonces que hacía varios meses había estado investigado a una compañía que vendía papel para las distintas editoriales de la ciudad. Desde hacía bastante las técnicas para extraer el papel de los libros había evolucionado del típico método, y si bien aún era extraído de la celulosa de distintas variedades, se suponía que hoy por hoy se podía ser más eficiente sin talar tantos árboles. Sin embargo las cosas no eran así de sencillas, al ser más barato en algunos lugares del país se usaban técnicas no muy "ecológicas" (eso dijo Paco a Marlowe). Y a pesar de todo ese sólo era la punta del verdadero problema: al parecer los mafiosos habían "intervenido" el negocio y había ido monopolizando esta "industria" como fachada para sus actividades. Paco había llegado al fondo de toda esta situación por la casual desaparición de uno de los trabajadores que alguna vez trabajó en una finca propiedad de su familia (por supuesto Paco, a pesar de su nombre, venía de una clase más que acomodada). Por un tiempo tras la presentación de las denuncias Paco había sido amenazado (no de la manera de ahora, tan absurda e inexplicable, decía), y había estado durante unos meses en el exterior. Luego calló y bebió Whisky mientras la tarde se agotaba tan rápido como se secaba la botella. Finalmente Paco, y eso fue el último momento de lucidez (aunque a mi me parece que Paco simplemente estaba borracho, pero he decidido no alterar más las palabras y figuras que usó Marlowe), Paco dijo que en ese país todo se resolvía mientras esos crímenes y delitos fuesen invisibles, mientras la gente que andaba tan tranquila por la calle no fuese alarmada (por lo demás a esa gente no le gustaba enterarse de nada, en general). Y por fin descansó y pasó la noche sin que nada en particular hiciese pensar a Marlowe que realmente Paco estuviese en peligro.

La mirada de Bolde distaba de su habitual semblante, sereno y distante. Por un momento casi que no lo reconocí, como si hubiese empequeñecido unos centímentros y bajado varios kilos. Daba presurosos pasos frente a la entrada de un pequeño café, ansioso miraba a los lados como si desease no haber mirado nunca. Me le acerqué e hice un amago de saludo con una mano, él ni se inmutó y mucho menos cuando le nombré sonora y amistosamente. Sólo se quedó con su vista fija, de hito en hito, observando hacia el café como se mira a alguien a quien se ha empezado a odiar profundamente. De pronto volteó: "No lo conozco, señor..." pronunció una voz grave y desvaída, una voz que no era la de Bolde. Entonces una mujer alta y pelirroja, una mujer cuya belleza parecía ampliar la distancia entre ella y nosotros se acercó a Bolde. Le tomó del brazo y luego me miró con un desenfado que me descolocó: "No sea entrometido... No ve que es una persona enferma..." Enarcó sus cejas y luego de concederme una mirada de desprecio se dirigió a la esquina de la calle con Bolde de la mano, tomó un taxi que estaba estacionado y partió deprisa.

La mañana del día siguiente Marlowe llegó algo enfurecido, insomne. Detrás de él Paco avanzaba con paso medido, relatando sin parar las muchas posibilidades para toda aquella suerte de amenazas que se habían detenido desde que él nos había localizado. Iba a preparar un café pero Marlowe se me adelantó y me susurró por lo bajo que estaba harto del Sr. Aldehuela y sus mil y una contradictorias tesis sobre su propia paranoia. Le pregunté por qué estaba tan seguro de la conexión de Cominges con los asesinatos. Como nadie le había comentado sobre el extraño caso nos había tocado vivir le hice un resumen exacto de víctimas, modos de asesinato y de cómo nos habíamos esforzado por salvarlos. Paco pareció consternado, la relación con Cominges era muy difícil de determinar, pero por lo que sabía era un escritor frustrado que se había dedicado a coleccionar dinero, mujeres y editoriales, un hombre que de pronto se imaginaba que podía moldear el mundo a su propia imagen. Sin intención de molestarlo le dije que finalmente la mayoría de escritores al escribir moldean un mundo, así sea imaginario. Paco asintió incómodo y preguntó si el café se demoraba, si nos gustaba el tinto (café negro en Colombia) o el café con leche, si lo preferíamos con azúcar o así nomás. Cuando Marlowe llegó con los cafés Paco volvió a hablar de Cominges y de su bella secretaria, una mujer que finalmente controlaba todas las decisiones de Cominges. Marlowe, desconcentrado, dijo que iba a bajar para comprar algo de pan. Paco quiso sumarse a la excursión y ante la mirada irritada de Marlowe propuse que fuéramos juntos a un café cercano. En el camino, mientras Paco se interrumpía por algún olvido o algún transeúnte que nos separaba, le comenté a Marlowe sobre el curioso incidente que había vivido ayer con Bolde. Marlowe levantó su cabeza asombrado, como si hubiese atado todos los hilos, e iba decir algo cuando observó en el reflejo de una tienda a una mujer que corría por la mitad de la avenida. Era delgada y muy blanca, estaba toda amoratada y caminaba como una sonámbula, parecía un espectro que resumiese nuestra peores pesadillas. Sin darnos cuenta Paco se le iba acercando gritando: "Patricia...", inconsciente caminó por entre los carros hasta que Marlowe lo alcanzó y lo detuvo. Patricia se resbaló y de pronto el carro que iba detrás aceleró y se la llevó por delante, la mujer fue embestida por espacio de una cuadra hasta dar un par de giros en el aire, al caer al suelo se rompió la columna como si fuese un muñeca que separa del cuerpo la cabeza, una moto que avanzaba a alta velocidad no pudo eludirla y aplastó la cabeza de Patricia como si fuese una calabaza vacía. Ante el horror de esta habíamos quedado estupefactos, sólo Marlowe se percató que el carro giraba en nuestra dirección, con una fuerza de la que yo no le creía capaz condujo a Paco por un callejón y yo le seguí aterrorizado. Fueron minutos largos en los que huíamos sin ver muy bien a nuestro perseguidor, buscábamos resquicios y vanos, buscamos dónde escondernos, finalmente no tuvimos otra opción que regresar a la oficina. A Paco le empezó a preocupar unos escritos que había dejado en su casa, se soltó del brazo de Marlowe y se lanzó por toda la calzada en dirección del edificio donde quedaba su apartamento. Marlowe lo siguió infructuosamente: a la entrada alguien le disparo en repetidas ocasiones. El cuerpo de Paco cayó despacio, por un momento cerré lo ojos, tenía que tomarme unos segundos para descansar de tantos asesinatos.

Otra tarde luctuosa. Otro esfuerzo inútil. Liliana, Marlowe y yo nos comentamos lo que sabíamos, en conjunto parecía haber una solución, tal vez hubiésemos actuado mejor de haber tenido en cuenta lo que los tres sabíamos. Marlowe pareció resignarse, dedicarse a fumar como oficio, dedicarse a volver a buscar a Daisy. Los tres creíamos que las cosas ocurrirían más o menos como venían ocurriendo, con un espacio de varias semanas, incluso de bastantes meses. Lo que no sabíamos es que estabamos muy cerca del final.

Primera Enciclopedia de Variedades de Lectores (10)

Este libro, que trataba de dicho periodista y, por tanto, también, en cierta medida, del periodismo, no sabía nada del periodismo en épocas de catástrofes ni, en general, de la catástrofe. El libro era simpático y sabio, o sea, ignorante, pero, mediante la seducción de la ignorancia, surtió sobre mí un efecto decisivo. Es posible que el libro mintiera, pero es seguro, si mal no recuerdo que, por aquellas fechas, yo necesitara precisamente tal mentira. Uno siempre encuentra con exactitud y sin dilación la mentira que necesita, como también puede encontrar, con exactitud y sin dilación, la verdad que necesita, es decir, de la liquidación de la vida. El libro presentaba el periodismo como una actividad ligera, como una cuestión de talento, lo cual se correspondía perfectamente con mis ensoñaciones de aquel entonces, totalmente absurdas y totalmente ignorantes, relativas a una vida ligera pero de tinte más o menos intelectual. De un lado, no tardé en olvidar el libro; de otro, no lo olvidé nunca; jamás volví a leerlo, jamás volvió a mis manos, el libro se extravió y yo nunca lo busqué más.
-La bandera inglesa
Imre Kertész

domingo, 15 de junio de 2008

Una carta enfadada de un lector habitual


Y después de tantos días estancados en el tedio, de tal sensación de agobio, me he visto obligado a escribir una y otra vez borradores que de tanto en tanto me he dedicado a destruir. Afortunadamente en estos días una misiva sorprendió a esta desolada tienda que sólo parece albergar nuestras quejas. Al principio sospechamos que tuviese algo que ver con los asesinatos de los mensajes repetidos, pero de entrada la carta nos enseñaba peculiaridades que nos aliviaron (por lo menos a mí). Se trataba de una enfurecida invectiva (es como exageradamente la he denominado, aunque Marlowe me censura cada vez que así la nombro), la razón de la indignación es el abrupto cese de las entregas del único caso que tuvimos en nuestras manos. Copio la carta:

Estimados oficinistas,

Por medio de la presente me permito hacer constancia de mi inconformidad, de mi desasosiego. Es desde todo punto de vista inaceptable que esta dudosa oficina se tome tantas atribuciones. Bien es cierto que el trabajo de cada cuál es difícil, arduo, adosado con incensantes enigmas, obstáculos, dificultades que vistos de fuera no son más que trivialidades. Sin embargo no es justo. Uno no es sólo un lector, tiene su tiempo, sus ocupaciones, sus preocupaciones. Realmente consideran tan importante las aventuras y desventuras de un par de incompetentes que dejan morir a todos los clientes con quienes se topan. No, en absoluto. No lo son. Ni más faltaba. Pueden que muchos se la dejen montar, pero ese no es mi estilo, porque aunque no lo parezca en mi oficina dicen que tengo tino, y es que más de uno prefiere beber vino, y no leer gacetilleros de su estilo (disculpen la redundancia). Esta es una invectiva de todos los sufrientes lectores de internet que tienen que soportar a escribientes como ustedes. Cómo es posible que citen cosas fuera de contexto, como es posible que trivialicen hasta nuestro dolor. No hay derecho. No, señores, no. Desde hoy han perdido uno de sus inestimables lectores, desde ahora no les deseo sino una atribulada y desasogedora singladura.

Siempre suyo,

Su más fiel y sincero lector.

Por un instante imaginé que debía ser una broma, pero efectivamente el remitente existía y el señor nos comunicaba su enfado. Prontamente Marlowe se dispuso a responderle por medio de una carta injuriosa y molesta que yo traducí a un lenguaje convencional y altisonante. Después de enviada la carta Marlowe me dio un plazo perentorio de dos semanas para que publicará el final del malhadado caso ya mentado. Luego estuvo recordando el final de libro de Broch, ciertamente los valores que se proclamaban como tales nacían de la irracionalidad, pero los que hoy se les considera como tales no son sino el pálido reflejo de lo que una vez fueron valores, de los valores que pensaba Broch. Ahora, dijo, todo gira entorno a un medio en el que el Absoluto no es un verdadero Absoluto (como eso de la nacionalidad), y por tanto lo que se vive en un país como Colombia es un esquema más bien convencional (y mediocre) del juego llamado en algunos lugares Policias y ladrones. Unos los buenos y otros los malos, pero más bien por azar. Lógicamente le reproche que los crímenes de unos y otros iban más allá de ese simple azar. Marlowe asintió sombrió, luego afirmó (pero era como para que después no escribiera que no había dicho tal cosa) que por eso estaba en este negocio: haciendo lo que creía correcto. Se levantó y mientras salía me miró y dijo (como quien no quiere la cosa): No se olvide de Canetti: "La desgracia de la moral: pretender saberlo todo y por ello, no enterarse de nada." Luego me guiñó el ojo y se perdió. Ya han pasado un par de días en los que me he dedicado a deshacer borradores, a mirar por las ventanas a la gente que pasa, a sospechar cada vez con mayor insistencia que he perdido mucho más de lo que alguna vez pensé había consentido perder.

Algunas posibilidades de un autor (2: El retrato)








Primera Enciclopedia de Variedades de Lectores (9)

Después ella lo tendía todo a secar en las cuerdasd de los columpios, y el Bueno, sentado en una piedra, le leía La Jerusalén libertada.
A Pamela la lectura no le importaba nada y se estaba tumbada a la bartola en la hierba, despiojándose (porque al vivir en bosque había cogido algunos bichitos), rascándose con una planta llamada pinchaculos, bostezando, levantando piedras por el aire con los pies descalzos, y mirándose las piernas, que eran rosadas y regordetas. El Bueno, sin alzar la mirada del libro, seguía declamando octava tras octava, con la intención de suavizar las costumbres de la rústica muchacha.
Pero ella, que no seguía el hilo y se aburría, a la chita callando incitó a la cabra a que lamiese la media cara del Bueno y al pato a que se le posase en el libro.
-El vizconde demediado
Italo Calvino

sábado, 7 de junio de 2008

Apostillas al El fin del mal

Sábado por la tarde. Marlowe está sumamante fastidiado. Por pura curiosidad miró y leyó lo que aparecía en internet, se siente traicionado, desdibujado. Me amonesta severamente amenazándome con cambiar de amanuense. Le prometo cambiar cada frase en la que se sienta tergiversado, como también consultar cada entrada con él antes de publicarla. Luego de una escena más propia de una mujer celosa, Marlowe parece estar más tranquilo.
Sobre la entrada El fin del mal ha querido acotar más o menos lo siguiente: teniendo en cuenta la 3ra parte de Los sonámbulos de Broch, Marlowe recalca la diferencia entre un criminal y un rebelde, el criminal a pesar de sus actos quiere adaptarse a la sociedad (o quiere adaptarla a su forma de ser, como la mayoría de políticos, puntualiza), el rebelde (ese sí respetable) no quiere hacer parte de una sociedad que considera equivocada. Luego discurseó sin mucha profundidad sobre el mal (ya sé, estoy poniendo a prueba mi puesto, pero estoy casi convencido que Marlowe no leerá esta entrada, he conseguido un whisky que satisface plenamente el paladar de un buen detective).
No obstante creo importante anotar que Marlowe dijo algo así: cada uno sabe internamente lo que considera correcto o no, debe ser fiel a ello. En últimas lo que llaman moral sólo sería una prueba de lealtad. Entonces Marlowe, ebrio de solemnidad, ha dicho que el verdadero problema de eso que llaman sociedades es que tienen como divinidad (aunque también dijo amo, institucionalidad, monarca, e incluso democracia) siempre a un ser que aparenta salvarlos, pero que es perversa, injusta, etc.
Finalmente recalcó que no tenía nada en contra de los ménage à trois, como buen hombre (pos)moderno él no tenía ese tipo de prejuicios. Asimismo guardaba el mayor respeto al mayor respeto al gremio de las meseras, sin cuyos servicios estaríamos perdidos, afirmó.
Entonces caí en cuenta de que no había soñado ese martes anterior. Todavía sorprendido Marlowe me sonríe en este momento y me dice que no tenga miedo, no me despedirá escriba lo que escriba. De alguna manera somos iguales, dice, a ambos no nos gusta transigir. Cae dormido en medio de su pea. Y aunque eso era lo que esperaba, no salgo de mi asombro. Me considero engañado, prefiero salir a caminar, ya entonces sabré lo que a mi bien tenga en decidir.

Primera Enciclopedia de Variedades de Lectores (8)

Aunque cogiera un libro y lo acercara a sus ojos miopes, parecía como si estuviera leyendo cosas muy distintas de las que contenía. Sentía un respeto desmesurado por todos los libros, pero, ante una simple línea de Kant, era capaz de reírse descontroladamente y se extrañaba de que yo no hiciera como él. Por ello le pareció un chiste buenísimo encontrar en Hegel la siguiente frase: El principio de la magia consiste en que no se conoce el nexo entre el medio y el resultado. Lo más seguro es que me despreciara por no ver como él, el fondo y la comicidad de las cosas, y lo más curioso es que yo me inclinaba a reconocer que su punto de vista era más extacto, aunque más complejo. En todo caso, éstas fueron las únicas ocasiones en que le vi reír.
-Huguenau o el realismo
Hermann Broch

domingo, 1 de junio de 2008

El fin del mal

Durante los días presentes se ha ahondado una sensación de extrañamiento que me viene persiguiendo desde hace unas semanas. Miro a las personas con las que convivo en esta oficina, trato de recordar el pasado que un día vivimos, y siento que ese pasado cada día es más irreal, que ese pasado pertenece tal vez al terreno de mis especulaciones y desvarios.
Y mientras tanto, he tenido una que otra charla "productiva" con Marlowe, diálogos que se presienten esenciales al momento de vivirlos, aunque tal vez todo sea parte de un exceso de pseudo-dramatismo. El martes Marlowe estaba particularmente inclinado a vagar, a dar un traspie tras otro, a evadir cualquier lugar que pudiese considerarse un punto de encuentro o de llegada. Deambulamos por el centro hasta llegar a Chapinero, y recordé los paseos que durante tanto tiempo he sostenido con una de mis mejores amigas, paseos sin objetivo que a veces me parecían ser lo más cercano a aquello que llaman felicidad (no obstante, objetivamente estas patéticas declaraciones son del más acendrado mal gusto).
Y mientras caminábamos, hablamos. Una larga conversación sin principio ni fin... Por ella llegamos al inevitable (y afortunado) deceso de uno de los guerrilleros más viejos de este país. Al margen del "despliegue" (el sustantivo es de los mismos medios) de los medios, de los análisis que frecuentemente se quedan entre la repetición y la adivinación; Marlowe comentaba el hecho con indiferencia, casi como si estuviésemos diciendo algo absolutamente banal. Intenté hacerle comprender que después de todo alguna repercursión iba tener la muerte de ese criminal. Y si mal no recuerdo Marlowe respondía:
-Sí... pero como puede repercutir el robo más trivial, el descuido más nimio, el encuentro más inesperado...
A esta curiosa sucesión de ideas no pude sino responder con balbuceos, Marlowe continuó:
-Ya se sabe... eso que llaman Historia ha acostumbrado a la gente a pensar en esos términos... bueno antes pasaba algo similar con el Honor o la Gloria o... no vale la pena seguir... Hace tiempo debíamos tener claro que en general no sabemos discernir los eventos esenciales...
Se quedó un momento concentrado, estuvo mirando un rato los carteles publicitarios, luego negó con la cabeza indignado. Sin entender muy bien lo que pasaba preferí proseguir en silencio. Anduvimos así durante unas tres o cuatro cuadras más. Al fin Marlowe me comentó que la calidad del whisky ha empeorado notablemente en el centro, algo que al parecer concentra su atención, tal vez un evento esencial. No sé si notó algo pero cuando decidimos (es un eufemismo, Marlowe hace lo que se le da la gana) detenernos en un bar poco iluminado Marlowe se me quedó mirando hasta que dijo:
-Lo único que se puede aprender de todas esas noticias es lo de siempre..., la misma pelea entre dos bandas criminales... quién gane, una simple casualidad, no interesa... lo importante es que nunca se aprende, esa es la lección.
Asombrado, le recordé que si una de esas dos bandas hubiese ganado este país sería completamente distinto. Marlowe no me respondió, sólo se sonrió mientras coqueteaba con una mesera menuda y morena que andaba con sus hermosos pies descalzos como si anduviera por el aire. Empecé a suponer que Marlowe me estaba tomando el pelo, tal vez siempre fingía su posición de outsider para satisfacer sus propios caprichos, tal vez todos nos estamos convirtiendo en pequeño burgueses como un amigo mamerto me decía. Y en medio de esas reflexiones la voz de Marlowe me llegó un poco más acuosa:
-En las sociedades nos enseñan el bien y el mal, cuando suelen ser más bien pretextos para quién pueden sacar beneficio de ello... En este país la gente es domeñada más fácil... O aceptan sin chistar, o tratan de sacar beneficio ellos mismos... Eso no implica que personas que han sido domeñadas puedan convertirse en insaciables dominadores o viceversa; pero en general en Colombia la gente prefiere que todo siga como está mientras no se le moleste...
-En Colombia o en cualquier parte- me atreví a sugerir, tal vez por el whisky, una bebida a la que nunca me he acostumbrado.
Marlowe aceptó condescendiente y prosiguió:
-Por ejemplo entre los judeo-cristianos tienen el mismo problema: el enemigo es un ángel, que por otra parte fue en principio del mismo bando que los buenos... Sí mirásemos más de cerca, con los ojos bien abiertos, sin tratar de cambiar el resultado, nos toparíamos con lo terrible que es eso que llamamos realidad... Puede que hoy haya muerto quien se piensa representaba el mal, pero seguirá, tal vez porque hace parte del mundo y por ende de nosotros, tal vez porque aquello que denominan mal nunca ha existido, sólo es un invento que de vez en cuando ha beneficiado a algunos grupos...
Negué enfáticamente la última frase, a lo que Marlowe me respondió con gesto condescendiente: obviamente él creía que había una moral, y a pesar de todo él quería ser bueno... O tal vez eso nunca lo dijo porque yo ya estaba suficientemente borracho, tal vez todo lo soñé y hoy lo cuento cuando en realidad nunca ha pasado.
Lo que sí es casi seguro es que Marlowe fue un momento al baño con la mesera y volvió con el pelo desordenado. Después propuso de un modo demasiado mojigato algo que supongo era un ménage à trois, o tal vez quería referirse a un ménage à trois que había tenido con dos meseras, o incluso simplemente me preguntaba sobre mi opinión de los ménage à trois (pero son sólo suposiciones, al hablarle de la dichosa mesera Marlowe pone cara de no entender). Sin embargo ya me sentía suficientemente mal y le dije que después de todo creía que tenía toda la razón: todos queremos ser los buenos, usualmente distamos de serlo. Salí tambaleándome, y vagué horas y horas, horas que fueron como si la noche hubiese abierto las puertas de un interminable entramado de calles, de luces y de dolores. Y yo vagué por ellos hasta que sin darme cuenta muy bien del cómo, desperté.