domingo, 24 de febrero de 2008

A propósito de Óscar...


Hasta una película mala puede hacer llorar.
-Amor perdurable
Ian McEwan

Primera Enciclopedia de Variedades de Lectores (4)

Un amigo dice que leo a los demás hasta volverlos otros. Aunque yo era consciente de eso, nunca me había detenido a pensarlo. Esta mañana, mientras leía Prosas apátridas de Juan Ramón Ribeyro, me he acordado de la frase de mi amigo y he pasado a observarme a mí mismo en la operación de leer a Ribeyro con admiración y pasión, pero también con un ánimo muy activo de lector.
Se trata de leer de forma creativa. Me gusta tanto esas Prosas apátridas que las leo arriba y abajo, de mil maneras distintas, y les doy orientaciones y lecturas de todo tipo, las hago mías sabiendo que son de todos. Esta mañana, me he sentado en el butacón de casa frente al sol frío de este invierno y he entrado al azar en estas admirables Prosas que Ribeyro calificó de apátridas porque, al no encontrar sitio en sus libros ya publicados ni ajustarse cabalmente a ningún género, carecían de un territorio literario propio.
Esas Prosas me las sabría ya de memoria si no fuera porque vuelo mentalmente mientras las leo. Las invento, las transformo y oriento en múltiples direcciones. Con la imaginación las reescribo, y luego vuelvo a ellas para ver si averiguo qué dicen realmente esas prosas apátridas tan rápidas, tan adheridas al vuelo.
-Exterior de luz
Exploradores del abismo
Enrique Vila-Matas

viernes, 22 de febrero de 2008

Tardío Retiro


Esta oficina se permite informar su regocijo por el retiro de uno de esos viejos monstruos, sobrevivientes de eras diluvianas, de los que quizá no convenga recordar que en tiempos ya pasados solían aterrorizar y cautivar a granel a esos informes grupos de las masas, de los que en dichos viejos tiempos solían causar conmonción al asomar sus fauces (in)esperadamente. Descansa, pues, viejo animal, como han debido descansar todos los diestros y siniestros tiranos por toda la eternidad, y terminemos ya porque es hora de sumarse al eterno e irremediable sueño de los "justos".

sábado, 16 de febrero de 2008

Sociales (3)


¡Qué enorme cantidad de palabras inútiles se dicen sin ton ni son para tratar de llenar el vacío!
-La defensa
Vladimir Nabokov

Otra casual propuesta estética

Arte Poética

Busca la música ante todo
y el verso impar que en la luz se hace
más vago y soluble, de modo
que nada pese, pose o pase.

Atento al tinte y al matiz,
busca las palabras con tacto.
Lo mejor es la canción gris
que une lo Indeciso a lo Exacto;

son los ojos tras de los velos
la luz que en la tarde se esfuma
o, a traves de otoñales cielos,
la estrella dispersa en la bruma.

Sea el matiz siempre tu pauta;
nunca el color, siempre el diseño.
Sólo el matiz une la flauta
al cuerno y el sueño al ensueño.

Huye de la broma asesina,
la risa, el espíritu impuro
y el ajo de baja cocina
que hace llorar el Azul puro.

¡Tuércele el cuello a la elocuencia!
¡Ama lo enérgico y lo breve
y usa la Rimas con prudencia
o quién sabe a dónde te lleve!

¡Ah, los engaños de la Rima!
¿La inventó un sordo, un loco, un necio?
Suena a hueco bajo la lima
esta joya falsa y sin precio.

Siempre la música buscando,
haz que tus versos, voladores,
salgan desde tu alma anhelado
otros cielos y otros amores.

Que, disperso en el viento alado,
vaya tu verso a la aventura
entre el tomillo perfumado...
Lo demás es literatura.

Paul Verlaine

domingo, 10 de febrero de 2008

Elogio (interesado) del cigarrillo


Decía Wilde que fumar era el placer perfecto. Desde luego Marlowe le da toda la razón a Wilde mientras busca desesperadamente unos fósforos (desde que Liliana visita la oficina los jueves es difícil que no deseche lo que, según sus palabras, son "elementos" nocivos para el bienestar y la vida saludable; opinión que, dicho sea de paso, ni Marlowe ni yo compartimos). Hoy, cuando en la sociedad se hacen tantos votos para no "desprediciar" su vida en tal "hábito", cuando la sociedad políticamente correcta censura esta costumbre aún cuando dice ser plural y respetuosa de las libertades individuales; Marlowe todavía no se adapta y prefiere pagar multas o días en la cárcel. Antes fumar resultaba una muestra clara de adultez, sofisticación y elegancia, antes las estrellas de cine se dedicaban a promover la ambrosía del tabaco, y aún hace poco todo que tuviese ínfula de intelectual o escritor posaba con un cigarrillo en su mano, como si mediante ello demostrara que a pesar de tanto pensar, siempre tenía tiempo para una buena bocanada.
No negamos las pruebas evidentes, el cigarrillo puede ser también fuente de una lista extensa (pero quizá no tan extensa como la haga creer el obtuso carácter y la infinita mediocridad de innumerables médicos) de enfermedades y dolencias. Seguramente todo lector encontrara algún familiar o conocido que habrá muerto por el tabaco, o cuya vida se haya visto trastocada por los dolores producidos por el cigarrillo; o, en el peor de los casos, habrá abjurado del cigarrillo (o el tabaco en general) y se habrá convertido en uno de esos ejemplares casos de personas que han derrotado su adicción. Los ejemplos de los daños abundan, para no ir más lejos podemos recordar a Bogart muriendo de cáncer; o también las sádicas fotos que ahora ponen en las cajetillas de algunos países mostrando algunos de los casos más desafortunados.
Sin embargo Marlowe tiene muchas razones (o eso dice) para continuar fumando. La principal dice que es sencillamente que sabe las nefastas consecuencias que le pueden esperar, que realmente desea tener que experimentar un doloroso cáncer de pulmón, tener que respirar con un pipeta a su lado, y aún así tener todavía deseos de fumar. Eso sí, aclara, maldecirá al hado, al tiempo, o a los dioses si no es cáncer de pulmón o de garganta lo que lo mate; de ser así lo único que demostraría es que nuestro mundo es regido por un sádico y cruel demiurgo. Pero volviendo a las razones, también afirma que se debe a que está "chapado a la antigua", ya sólo soporta los viejos vicios, y de ellos no se podrá despegar jamás del café, el whisky y el cigarrillo. Soy demasiado viejo para andar probando, me dice totalmente beodo. Y así continúa con su interminable lista de "razones": la "economía", el calentamiento global, el hecho de que el humo le recuerde las ciudades, las mujeres, el stress, las alegrías y los sufrimientos, ese olor que le recuerda vagamente su infancia (si es que eso es lo que realmente le recuerda el olor del cigarrillo), el tedio, los días perdidos, el dolor y, para no alargar más esta abstrusa lista, dice que para él fumar paradójicamente siempre ha sido un respiro.
Ya cansado de enumerar recurre a los libros y películas, añora escenas que no serían iguales si a aquellos personajes no se les hubiese ocurrido encender un cigarrillo, incluso llega a añorar a ese médico que en Doctor Pasavento recomienda fumar a sus pacientes. Y mientras tose quedamente afirma que hoy el cigarrillo es como un medio para afianzar los recuerdos, y casi un recuerdo de un pasado casi extinto.
Por fin, luego de seguir así durante una hora, hablando en circunloquios y murmullos; Marlowe duerme despatarrado agarrado a un colilla apagada y al cuello de una botella, duerme en un sueño que ahoga sus "razones". Después me afano por tomar transporte, llevo más de dos horas de retraso que seguramente hoy ya Liliana no aguantara. O quizá sí, para situaciones como estas nada mejor que un cigarrillo.
Por cierto: yo también fumo.

viernes, 8 de febrero de 2008

Bartleby según Perec

Hace mucho tiempo en Nueva York, a unos cientos de metros de los arrecifes adonde viene a romper las últimas olas del Atlántico, un hombre se dejó morir. Trabajaba de escribiente para un abogado. Escondido detrás de un biombo, se pasaba el tiempo sentado frente a un pupitre y no se movía de allí nunca. Se alimentaba de galletas y de jengibre. Miraba por la ventana un muro de ladrillos ennegrecidos que casi hubiera podido tocar con la mano. Era inútil pedirle algo, que releyera un texto o que fuera al correo. Ni las amenazas ni los ruegos tenían poder sobre él. Al final, se volvió casi ciego. Hubo que echarlo. Se instaló en las escaleras del edificio. Entonces lo encerraron, pero se sentó en el patio de la cárcel y se negó a comer.
-Un hombre que duerme
Georges Perec

lunes, 4 de febrero de 2008