sábado, 16 de agosto de 2008

Woody Allen según Jean-Luc Godard

http://www.dailymotion.com/video/xg1hk_meetin-wa-1986

Como a cualquier blog hacía falta que tomaramos prestado algo sin añadir más que el enlace para ello. El enlace del principio es una entrevista-documental que Godard le hizo a Woody Allen en 1986.
El enlace estará activo mientras los que lo pusieron en el extraño e indefinible mundo del internet lo permitan.
Mientras tanto sólo queríamos anotar lo curioso que nos pareció el énfasis que le daban los dos directores a esa cuestión del nefando influjo de la televisión sobre la gente, y sobre el cual no pudimos evitar comparar esa cuestión con la aparición del internet, con sus nuevas herramientas y espacios, sin tener la certeza de si era para bien o para mal. De momento no queremos definir nuestra posición y nos adaptamos, hacemos lo que los demás hacen. Que conversemos un poco más profundamente sobre el asunto será cuestión de otro día. Por ahora dejaremos el tiempo pasar.

viernes, 15 de agosto de 2008

De la cultura de las listas



Quizá no haga falta escribir sobre la ya habitual costumbre de los llamados medios de comunicación por cifrar la "cultura" en forma de lista. Para eso es mejor, tal vez, que lean otros comentarios mucho más acertados del siguiente blog:


http://blogs.ya.com/lomejordeloslibros/


("Cómo cambiar tu vida con El País Semanal")


Sin embargo en esta semana en que nos embarga el ocio en grado sumo, no hemos tenido más remedio que de vez en cuando comentar sobre listas del tipo: http://www.elpais.com/articulo/portada/Cien/escritores/espanol/eligen/libros/cambiaron/vida/elpepusoceps/20080810elpepspor_1/Tes


El resultado fue tal vez peor del que incluso en nuestras perspectivas más pesimisitas llegamos a tener. Y aún cuando quisimos escribir algo inteligente sobre el "caso", no hubo caso en ello (Marlowe detesta estos pedestres juegos de palabras, pero de vez en cuando no me parecen malos).


Mejor hicimos en comentar como la denominada cultura se cifra en esas listas subjetivas que reducen todo a un concurso de popularidad (esa es mi afirmación, a Marlowe no le gusta afirmar como si estuviese diciendo un verdad que no entiende del todo). Una de las pocas respuestas realmente sensatas fue la de Zambra, recordando a Perec, tan aficionado como era a elaborar listas, a expresar sus gustos, mostrando como la "cultura" había reducido la "estética" a una lista de preferencias. Y es que a mí (porque Marlowe me abandonó cuando estaba en el momento en que pensaba desarrollar mis "ideas" más "lúcidas") me parece que al faltar cualquier ideal o filosofía que cohesione a los grupos sociales se pierden los cánones y se adquiere la libertad. Es por ello que el "gusto", el "juicio subjetivo" y demás se convierten en las únicas guías para aquello que algunos llaman estéticas (hoy estoy en la vena para escribir de un modo presuntuoso y ampuloso, al contrario del otro día; y tal vez Marlowe no quiere explayarse en disertaciones inútiles, tal vez está un poco sentido por lo que escribí el otro día, pero con Marlowe nunca se sabe). Lo recomendable es que el gusto, y por ende las listas y demás, fuesen una cuestión que sólo concerniera a uno, y que no fuese impuesto a otros sino simplemente como un comentario que puede dar nuevas perspectivas a otro juicio subjetivo. O eso creo yo, hoy que vivimos huérfanos y vivimos la alegría de la orfandad. Después de un rato me cansé de garabatear papeles como estos y salí en busca de Marlowe. Lo encontré a pocas cuadras completamente beodo. Sin ser estar muy consciente del todo me dio toda la razón y repitió y repitió sin parar hasta volverse verdaderamente indeseable: "Hay que releer a Perec."


domingo, 10 de agosto de 2008

De qué hablamas cuando hablamos de autor

El sol se filtraba entre los cortinajes. Marlowe fumaba en silencio, yo hojeaba la carta que nos había enviado García, un amigo mío que estudía para profesor, aunque para vivir hace de sastre. Esperábamos atentos la llegada de García, el asunto de la misiva era esa preocupación que hacía días no le dejaba dormir. Marlowe leyó por encima la carta, alzó un ceja y sacó una botella, luego encendió el cigarrillo y así estábamos hasta que García timbró.
Al entrar vimos su silueta grande, tan alto y fornido como un oso García no es a primera vista una persona que le guste la lectura, y sin embargo lo es. Se arrellanó con cansanció en el sofá desfondado que habíamos conseguido en una subasta carcelaria. Después de intercambiar las cortesías usuales volvimos a callar, como si nos hubiésemos reunido para guardar silencio. De vez en cuando miraba por la ventana como el día se acababa, también en silencio, y parecía que el día terminaba como se nos terminaba la vida.
Por fin García se dispuso hablar:
-No sé qué pensar... Siempre creí en los libros de Carver leer los cuentos de un verdadero narrador...
-Los editores suelen cambiar muchos textos, los autores suelen pertenecer más bien al terreno de lo mitológico- dijo Marlowe por decir algo.
García frunció el entrecejo y me pidió un cigarrillo (siempre que nos encontramos me anda "robando" los cigarrillos). Volvimos a ese silencio que parecía ser nuestra verdadera ocupación.
-Lo que pasó con Carver sólo evidencia que esta cuestión de la literatura depende mucho del lector- dijo Marlowe en el mismo tono de antes.
- ¿Cómo así? - preguntó García como queriendo oír nuevas verdades.
Marlowe hizo un gesto como para quitarle la importancia a lo que decía:
-En estos días estuve leyendo Vidas escritas de Javier Marías... Y me pareció que el libro más que describir la vida de esos autores, era la descripción de la imagen de Marías como lector, un lector como todos, lleno de virtudes, un lector lúcido, pero también un lector lleno de falencias y defectos...
García hizo un gesto de no entender mientras fumaba.
- ¿Pero esa es su visión de lector, Marlowe? - pregunté yo por no quedarme callado.
- Por supuesto - afirmó Marlowe lacónico.
- Es cierto que los lectores son importantes para la literatura, pero quien los escribe siempre estara prefigurando un plan para guiar a quien lee- nos interpeló García usando el léxico borgiano que tanto admiraba.
Marlowe asintió sin convicción:
- Cierto... Siempre a alguien detrás, pero... Los lectores cuando hablan de autor quieren revivir esa experiencia que alguna vez leyeron... Necesitan un nombre, es casi una cuestión esóterica, como si con el nombre de quien escribió algo se estuviera reviviendo lo que alguna vez el lector sintió... También es cierto que los lectores son los principales responsables de esa experiencia...-discurseó Marlowe para nuestra sorpresa.
Volvimos al silencio, un tanto para tratar de entender lo que quería decir Marlowe, un tanto para descansar de tantas vanidades. En esos días a él le gustaba sorprender de esa manera, después de perder a Daisy y vagar durante meses no había tenido más que enfrentar este nuevo presente. Y lo hacía. Y cada día parecía más viejo.
- ¿Entonces usted no piensa que el autor, quien escribe, sea importante?- preguntó García en un tono que quería imitar la indignación.
-Sí, pero el autor que escribe muere cada día, es el hombre, de una época, de un momento... Carver, trataba de plasmar una experiencia, su editor creyó entender mejor la experiencia de Carver que Carver y la cambió, y para colmo usted leyó una traducción de alguien más que también creyó entender algo para que usted viviera su "experiencia". Dónde quedó Carver, en el fondo de esta confusión - respondió Marlowe por salir del paso.
García meditó unos instantes. Hacía unos días no conseguía trabajo y se dedicaba a leer con fruición. Puede que incluso trabajar no le hiciera falta. Pero como ahora nos frecuentaba tanto (y además nos escribía cartas cuando no estaba con nosotros), yo suponía que su ociosidad no la disfrutaba tanto como afirmaba.
- Claro - a media voz García hablaba ahora-, en eso me parece que estoy de acuerdo. En parte lo del autor es una ilusión, un mito...Pero hay diferencias, el sentido común nos hace ver que una persona escribe unas líneas que nosotros re-creamos.
Asentí lentamente (a decir verdad esa tarde asentí a casi todo).
- Lógico, pero lo que conocemos es lo escrito, y eso se aleja de quien escribe... Eso lo saben quienes escriben, y quizá no lo lamentan - sentenció Marlowe ya algo divertido.
- ¿Es bueno ese libro de Marías? - pregunté yo porque ya me hartaba esa conversación que además de pretensiones no decía nada.
- Sí -dijo Marlowe sin mucha convicción, luego de un momento continuó-: Me da la impresión de que Marías se toma su diversión muy en serio, demasiado quizás.
Lo escuché con un poco de sorpresa porque a mi me gustan los libros que de Marías he leído.
- Bueno, pero tiene que aceptar que a pesar de todas las circunstancias de la lectura, los autores son los que provocan, o lo tratan, esas experiencias que usted llama -García hablaba ahora de pie como si estuviera retando a Marlowe que sólo sonreía-. Los verdaderos autores configuran su escritura para expresar lo que perciben como realidad, sus reflexiones,...
- No niego que los haya - Marlowe interrumpió a García mientras sacaba un nuevo cigarrillo que iba a reemplazar al que ya se había acabado-, sí... Pero eso es también una profesión de fe... Los libros, los que yo llamaría literatura, se escriben para que la sombra de ese autor se diluya hasta desaparecer en las líneas del texto, para que el texto viva su propia vida, el resto no es más que charlatenería...
Me levanté ya un tanto incómodo porque hasta Marlowe hablaba ahora en ese tono pomposo. Vi que por la escalera subía Liliana y celebré mentalmente que con su entrada daríamos por terminaba (así fuera parcialmente) esa molesta conversación.

Salimos a un pequeño restaurante cercano. Liliana se abstuvo de comer la mitad de su plato porque estaba preocupada por su peso (sin disimulo iba dejando las papas y demás en mi plato). García y yo comimos y bebimos en abundancia. Marlowe estuvo inapetente, bebía con disimulada fruición mientras miraba por la ventana la vida que pasaba. La conversación que sostuvimos fue tan trivial como la de la oficina, pero amable porque estaba exenta de las pretensiones de la primera. No es que a mí no me guste hablar en ese tono pomposo, pero ese día no sé por qué lo detestaba. Quien pudo disfrutar la velada fue Liliana, a quien le aburre toda nuestra cháchara. Casi a medianoche salimos. La noche era helada. Las faroles relampageaban por toda la calle. El silencio volvía a imponérsenos como una obligación imprevista. Así anduvimos durante un tiempo larguísimo. Incluso que afirmaría que por horas. Cuando menos los esperaba nos despedimos y junto a Liliana entramos en su casa.