sábado, 6 de diciembre de 2008

De las explicaciones tardías


La semana terminó sin las novedades que prometía. Como siempre. Marlowe vino de vez en cuando y asumió el papel que antes interpretaba. Desolado vi que su presencia hoy me irritaba, que sus maneras me parecían ridículas, que me avergonzaba al punto que había llegado mi ingenuidad.

Y el final del que había hablado no llegó.

A veces hablaba de noches solitarias, a veces de rabia y de crímenes que nunca se terminaban de explicar. ¿Cómo si la violencia tuviese que tener una explicación?

Yo me sentaba y miraba a otro lado. Liliana de vez en cuando hablaba con Marlowe en voz baja. A veces salía con Liliana.

Me acostumbre a pensar en que las explicaciones, fueran las que fueran, sólo tenían sentido en un momento, un día en particular, y que luego llegarían como palabras pasadas que no contenían el sentido que un día pudieron tener.

En Bogotá, las mañanas son siempre soleadas y las tardes siempre lluviosas. Y la oficina todavía no se acaba.

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