El presidente de Colombia en Nueva York no sólo demostró sus virtudes como inventor de realidades mágicas; realidades que suele atribuir, por razones misteriosas, a Colombia. Ni sólo cortejó, sin aparente éxito, a bellas divas del mundo del celuloide. También compartió su inmensa sabiduría con nosotros, legos y confundidos paganos, con nosotros los que estamos perdidos en la oscura noche de la realidad. A la pregunta de cómo evaluaba los frutos de su visita a la Gran Manzana, respondió (estas, lamentablemente, no son sus palabras exactas, pero creemos, como amanuenses inexpertos, que sirven para transmitir su rutilante conocimiento):
Ustedes saben que todos los jugadores de fútbol, después de un partido, no dicen que jugaron mal. No son ellos los que saben si metieron gol o no.
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