domingo, 30 de diciembre de 2007

De cómo Marlowe se soltó de Linda para caer en Daisy


Una de los primeros interrogantes que tuve al conocer a Marlowe era conocer qué había sido de Linda, la que en las últimas obras de Chandler hacía el papel de mujer del detective. Es evidente que la vida conyugal nunca fue (ni lo será) el fuerte de nuestro amigo. El caso es que parece que Marlowe un día inevitablemente quiso parecer más a todos, y tal vez ello haya contribuido para que se decidiera a aceptar a Linda por una temporada.

Luego de vivir durante 3 años como un parásito, Marlowe se sentía ahogado, y aunque en durante estos años intento desahacerse de Linda, lo cierto es que Marlowe aprendió que siempre resulta más sencillo atar hilos con los demás, pero que resulta tremendamente difícil soltarlos. Lo que más irritaba a Marlowe era no ser capaz de ser el mismo de siempre, por eso dejó pasar días y días, días que no se diferenciaba unos de los otros, días en medio del mismo sopor que tantas veces lo acompaño durante los días de verano en que escasabean los misterios.

Sin embargo, todo cambió en un sábado de enero. Linda había salido durante unos días con algunos amigos europeos de los que Marlowe se había acostumbrado a no tener noticias. Con todo a su favor Marlowe montó en un Ford Taurus con dirección desconocida. No se detuvo en la frontera de California, ni en Nuevo México ni Arizona, no se detuvo hasta no saciar la angustia que se le agarraba a los brazos y le presionaba al pecho, la angustia que tanto le ahogaba en esa vetusta mansión. Nunca supo exactamente lo que pasó después. Lo único claro es que un día amaneció en un motel de Galveston, Texas; que a su lado estaba Daisy y que tenía que protegerla de un apostador que se había convertido en su chulo. Marlowe la trajo a salvo hasta Ciudad de México. Y desde allí nunca se pudo soltar de ella. En cierto modo Marlowe me dice que ha cometido muchas estupideces en su vida, pero la mayor es haber tratado de salvar a alguien que de por vida está y estará perdida. Y sin embargo Marlowe calla amargamente, luego me dice que me dejé de tantos amaneramientos y que escriba sin piedad, tal como deben ser las cosas. De todas maneras su silencio es elocuente, a riesgo de más regaños anoto que creo que se debe a que Marlowe veía en Daisy un espejo, alguien como él; por eso a veces las busca en las noches de llovizna, porque a veces hace falta que de vez en cuando nos miremos al espejo, así no veamos nada. Pero en todo caso esto son elucubraciones, maneras de matar el tiempo para que no nos siga consumiendo este silencio. Sólo aguardamos el nuevo año. Es tonto imaginar que todo va a cambiar de un día para otro, pero curiosamente muchas personas tienen esperanzas cada vez que se acaba un año y empieza otro (aunque esto sólo sea convención); creo Marlowe también resguarda estas esperanzas, y a falta de ser sincero yo las aguardo aún más.

No hay comentarios: