sábado, 12 de abril de 2008

El extraño caso de los mensajes repetidos (2)


Resulta harto difícil contar una historia. Aún más cuando es una historia contada por alguien que ya lo escuchó de otro. Evidentemente este tipo de reflexiones no conducen a nada, más cuando a pesar de ellas tengamos que atenernos a contar lo que de oídas alguien más escuchó.
Marlowe se perdía mientras yo asistía al funeral del profesor de Arévalo. Realmente no tenía en mente ninguna averiguación o indicio, sólo el deseo tan habitual de engañar a su memoria con un poco de whisky barato. Y así fue de tumbo en tumbo, de un horrible antro a otro peor. En su pesadilla etílica atisbaba los tan repetidos estrupos y chantajes en los que se tan acostumbradamente estamos sumidos en estas tierras. Y fue en uno de ellos en que un hombre pequeño de mirada alucinada interrumpió su charla con sus fantasmas (aunque vale anotar que este pequeño bien podía ser otro de ellos). Su voz era suave y monótona, sus movimientos tensos e insistentes. Marlowe intentó abandonar el "establecimiento" (como dice la telegrafía periodistica), sin embargo algo le paralizaba, le recordaba que tal vez alguna vez en su pasado chandleriano alguna aventura le recordaba esta lóbrega noche. Quizá su imagen tenía que algun contacto traslaticio con Marlowe. Tal presagio casi se hizo cierto al oír a su silencioso contertulio susurrarle: "Sé a lo que se dedica... a espiar por cerraduras, husmear escándalos, cosas por el estilo." Se sonrió exageradamente y luego se presento como el Dr. Grudenas. Marlowe apenas alcanzaba a entender lo que pasaba mientras el mentado Dr. revolvía un viejo maletín repleta de figuras pequeñas, y aun cuando Marlowe sabía que Grudenas no hablaba, su mente de repente creía oír palabras que sólo cabían en ese extraño ser que el Dr. Grudenas parecía ser.
Entretanto el Dr. Grudenas había retirado el whisky de la mesa y con afán meticuloso ponía sus pequeñas obras en la mesa formando las más diversas figuras y señales. Cada imagen se asemejaba mucho a otras que Marlowe había visto hacía tiempo, en otros lugares y tiempos, figuras que ahora tenía partes de madera y de metal añadidas, como si fueran bromas referidas a aquellas figuras otrora famosas. Algunas llegaban al colmo de la gracia, otras sólo producían un tibio desencanto.
De repente el Dr. se detuvo, observó seriamente a Marlowe, miró a un lado y a otro, cuando consideró que era el momento del preciso comienzo habló: "Me llamó Paulo. El Dr. Paulo Grudenas. Algunos me llaman Doc, otros Paulo, en los días soleados hasta me digo a mi mismo que no estaría mal que me llamara Paula, y aun los días de profunda ira y dolor me llamaría Paulina. En ese punto no tengo problema. Mi verdadero problema es que desde hace días recibo unas cartas que me instan a que me llame Dr. Terror, o a que haga esculturas más grandes. No. No lo haría jamás. Sé que lo sabe, pero desde hace un tiempo creo que necesito alguien como usted, alguien que sea mi guardaespaldas. ¿Me entiende?". (Pedimos al lector misericordia, Marlowe dice que estas fueran sus palabras exactas, por otros informes que conozco sé que seguramente no lo son; no obstante necesitamos este esbozo, para que ustedes se hagan una aproximada idea de las aproximaciones que creemos nosotros).
Marlowe respiró por fin aliviado (según cuenta) y encendió un cigarrillo, porque dicho sea de paso dice que el tabaco que venden aquí en Colombia es asqueroso, jamás ensuciará su pipa con semejante porquería. El Dr. Grudenas le contó que también sabía de la muerte de Inze, que él sería el próximo y que necesitaba su ayuda. Marlowe sin una razón muy clara (por lo menos para mí) respondió: "No me pregunte cosas que no sé. No puedo responderle. Y no me pregunte cosas que sé, porque no le daré respuestas." Harto de esa extraña conversación dejó un billete que el Dr. rápidamente escondió, Marlowe salió del bar. En la esquina el Dr. aún lo alcanzó y le mostro unas cartas similares a las que recibió Inze pero que rezaban así:"Cuando uno tiene imaginación, la muerte es poca cosa; cuando uno la tiene, la muerte es demasiado." Marlowe no estaba de buenas pulgas, estaba ya cansado de este nuevo asesino que ahora le daba por mandar mensajes con frases de escritores como ahora Celine, más cuando precisamente al principio de la noche pensaba que siempre iba a parar a rincones como esos, tan estúpidamente horribles que siempre se sentía solo (eso es lo que dice Marlowe, y yo no secundo tales aseveraciones mediante las que sólo quiere parecer una víctima). Marlowe entró en un burdel cercano, deseaba que tanto el Dr. Grudenas como una decena de travestis lo dejarán en paz.
Apenas entró ocurrieron los disparos, Marlowe corrió pero el asesino ya escapaba en una camioneta que tenía el sello empresarial de un emporio con relación con los astros. Siempre demasiado tarde, siempre harto de tantos crímenes, siempre sólo recibiendo cadáveres.
En la mañana Marlowe llegó y al no encontrar a nadie se embriagó por fin sin interrupciones. En la tarde despertó ya con una severa sospecha. Mientras yo trataba de organizar el desorden que había ocasionado, Marlowe me contó su historia. Le reproché que no hubiese ayudado al Dr., a lo que Marlowe simplemente respondió que no le gustaba salvar a escritores que creían que cada una de sus palabras era una revelación. En este punto quise aclarar porque en ese momento que el Dr. Grudenas era efectivamente un médico. Entonces Marlowe me expuso sus razonamientos y ocurrió aquello que será la materia de la siguiente entrada de este confuso caso (y texto también, valga el espacio para reconocerlo).

1 comentario:

Ceniciento Longinus Jose Luis Colombini dijo...

Estoy parado frente al parpadeo del cursor sabiendo que ahora no tengo nada por decir, sin que signifique que lo haya dicho todo. Uno no es original, es tal cual es, y así lo plasma en las líneas finas o marcadas del ir y venir por los paros del planeta vida.
Atrapas a tu interlocutor por la mañana al afeitarte. Te mira en silencio desde el otro lado del cristal semi empañado. Un escalofrío te recorre el espinazo, agradeces el suave bajar y subir de las tres cuchillas en una, el afeitado perfecto dentro de los cubos sorpresivos de la imperfección.
Posandose sobre mis dedos, sobre mi trabajo, sobre la montura de mis gafas un insecto lepidoptero intenta sacarme de mis casillas, mi paciencia puede con su tenacidad. Era una simple prueba de paciencia.
De haber, hay amores que sobreviven al paso del tiempo, a la tormenta de toda dificultad; por algo será, será que es amor verdadero.
Al otro lado del auricular me informan de que los milagros no existen, no sé si creerlo del todo, hay tantas cosas que son milagrosas a mi alrededor, es tan milagroso que siga aún hoy con vida. Y, sin cableado, el ángel que lo escuchó ha derramado una lágrima sin yodo, sin sal, sin agua, una lágrima sólida de eternidad imaginaria.
Desde el otro lado del espejo, algo en ángulo y con una media sonrisa colgada de las comisuras de los labios, el otro te dice. "todo va bien, arranca todas estas algas putrefactas, esos trozos de coral desdentados y sigue navegando". Y es porque ya estoy afeitado, porque de no ser así me iría a verle otra vez para charlar un rato.