domingo, 6 de abril de 2008

Primera Enciclopedia de Lectores (7)

(Elevado al cuadrado, y aun al cubo)

Mamá se sentó junto a mi cama; había cogido Francois le Champi, libro que, por el color rojizo de su cubierta y su título incomprensible, tomaba a mis jos una personalidad definida y un misterioso atractivo. Yo nunca había leído novelas de verdad. Oí decir que Jorge Sand era el prototipo del novelista. Y ya esa me predisponía a imaginar en Francois le Champi algo indefinible y delicioso.Los procedimientos narrativos destinados a excitar la curiosidad o la emoción, y algunas expresiones que despiertan sentimientos de inquietud o melancolía, y que un lector un poco culto reconoce como comunes a muchas novelas , me parecían a mí únicos -porque yo consideraba un libro nuevo, no como una cosa de la que hay otras muchas semejantes, sino como una persona única sin razón de existir más que en sí misma- y se me representaba como una emanación inquietante de la esencia particular a Francois le Champi. Percibía yo por debajo de aquellos acontecimientos tan corrientes, de aquellos cosas tan ordinarias y de aquellas palabras tan usuales algo como una extraña entonación, como una acentuación rara. La acción comenzaba a enredarse; y la encontraba oscura con tanto más motivo que, por aquel tiempo, muchas veces, al estar leyendo, me ponía a pensar en otra cosa por espacio de páginas enteras. Y las lagunas que esta distracción abría en el relato, se añadía, cuando era mamá la que me leía alto, el que se saltaba todas las escenas de amor. Y todos los raros cambios que suceden en la actitud respectiva de la molinera y del muchacho, y que sólo se explican por el avance de un amor que nace, se me aparecían teñidos de un profundo misterio, que yo creía que tenía su origen en ese nombre desconocido y suave de "Champi", nombre que vertía, sin que yo supiera por qué, sobre el niño que le llevaba, su color vivo, purpúreo y encantador. Si mi madre no era una lectora fiel, lo era en cambio admirable para aquellas obras en que veía el acento de un sentimiento sincero, por el respeto y la sencillez de la interpretación y por la hermosura y suavidad de su tono.En la misma vida, cuando era personas vivas y no obras de arte las que excitaban su ternura o su admiración, conmovía el ver con qué deferencias apartaba de su voz, de sus ademanes o de sus palabras el relámpago de alegría que hubiera podido hacer daño a esa madre que perdió un hijo hacía tiempo; el recuerdo de un día de cumpleaños o de santo que trajera a la mente de un viejo sus muchos años, o la frase de asuntos domésticos acaso desagradable para este joven sabio. Asimismo, cuando leía la prosa de Jorge Sand, que respira siempre esa bondad y esa distinción moral que mi abuela enseñara a mi madre a considerar como superiores a todo en la vida, y que mucho más tarde la enseñé yo a no considerar como superiores a todo en los libros, atenta a desterrar de su voz toda pequeñez y afectación que pudieranponer obstáculo a la ola potente del sentimiento, revestía de toda la natural ternura y de toda la amplia suavidad que exigían a estas frases que parecían ecritas para su voz y que, por decirlo así, entraban cabalmente en el registro de su senbilidad. Para iniciarlas en el tono que es menester encontraba ese acento cordial que existió antes que ellas y que las dictó, pero que las palabras no indican: y gracias a ese acento amortiguaba al pasar toda crudeza en los tiempos de los verbos, daba al imperfecto y al perfecto la dulzura que hay en lo bondadoso y la melancolía que hay en la ternura, encaminaba la frase que se estaba acabando hacia la que iba a empezar, acelerando o conteniendo la marcha de las sílabas para que entraran todas, aunque fueran de diferente cantidad, en un ritmo uniforme, e infundía a esa prosa tan corriente una especie de vida sentimental e incesante.
-Por el camino de Swann
(En busca del tiempo perdido)
Marcel Proust

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