domingo, 29 de junio de 2008

El extraño caso de los mensajes repetidos (5)


Después de dejar caer su tarjeta, Marlowe se deslizó por el largo pasillo que conducía a la oficina de redacción de uno de los periódicos de mayor tirada de la ciudad. Una mujer pequeña le condujo por un dédalo de oficinas, ella era el estereotipo de secretarias de tantas novelas hoy olvidadas, la situación era uno de esos lugares comunes en los que tan a menudo se cae en la vida cotidiana.
Marlowe se sentó e intentó acomodarse sin conseguirlo. Respiró el sofocante aire que se estacionaba en la oficina, la desesperación hizo que Marlowe encendiera un cigarrillo. La voz ronca de una pelirroja le interrumpió.
- Sr. Vance, disculpe, en esta oficina se prohíbe fumar... - Marlowe la observó atento (a pesar que tal vez hizo un mohín de disgusto y luego de desconcierto, pero eso lo supongo yo, que lo conozco, lo que anoto por fuera de este paréntisis es lo que Marlowe me contó)- Sr. Vance, permítame presentarme. Soy Luisa Ortega, asesora del Dr. Cominges. ¿En qué puedo ayudarle?
- Podías decirle a tu jefe que no es necesario esconderse, hace tiempo que debió dejar esos juegos en el pasado.
- Sr. Vance, lamento decirle que el Dr. Cominges no se encuentra. Y si me permite decirlo: creo que su humor es un poco rancio, un poco pasado de moda... - afirmó la señorita Ortega revolviendo su pelo con morosidad.
- No me diga nada más, tendré que ir al psicólogo, incluso puede que deje de fumar.
- Estas artimañas ya no le servirán. El Dr. Cominges no regresa hasta agosto. Ya conoce la salida. Mucho gusto Sr. Vance.
Marlowe se levantó sin chistar, le guiñó el ojo y salió mientras dejaba una huella de humo por donde caminaba (recuerden que ésta es la versión de los hechos de Marlowe).

Liliana revolvía unas tijeras intentando copiar un borroso modelo aparecido en la prensa, una blusa larga y ajustada. Le irritaba que los modelos nunca fueran tan nítidos como hubiese deseado, que hubiese que estudiar tan atentamente para hacer una copia sumamente decente de ellos. O esas fueron sus palabras cuando intentaba recordar el momento en que se encontró por primera vez con Paco Aldehuela en el dintel de la oficina, observando distraído con ánimo curioso e inquisitivo. Era un hombre alto y su rostro parecía pertenecer a otra época, mucho más fecunda en inquisidores y supersticiones (lo de la supersticiones es un eufemismo si se mira bien cómo vivimos, sólo para seguir hablando con esos discursos que suponen que somos modernos hacen cientos de años). Preguntó por Marlowe o por alguien que le pudiese ayudar. Liliana le explicó que Marlowe seguramente ya no regresaría esa tarde, y que de cualquier manera ella le daría la información en cuánto le viera. Paco se presentó de modo extremadamente educada y decente (según las palabras de Liliana), le contó sobre sus ocupaciones que cubrían los más variopintos oficios y trabajos; aunque en líneas generales se puede resumir que era un periodista que se esforzaba en publicar bastante para poder de vez en cuando dedicarse con pasión al único oficio que amaba: la escritura literaria (porque visto desde lejos lo único que hacía este hombre era escribir). Liliana le preguntó por el largo abrigo que llevaba y le pidió que usara algo más acorde con su estatura, ya que los faldones de su abrigo le colgaban más como a una minifalda (palabra de Liliana).
Tanto se distrajeron que Paco estuvo a punto de irse sin haber dicho aún la razón de sus requerimientos. Al recordarlo Paco hizo un mohín de desagrado y contó su desdichada angustia: hacía unos días se había sumado a un diario de la capital, los primeros días fue recibido con amabilidad y decencia (eso aparentemente lo dijo Paco, pero yo recuerdo que en principio fue Liliana). En la oficina trabajaba una delgada periodista que se dedicaba esencialmente a descansar todas las tardes como una sonámbula y de vez en cuando hacer preguntas a sus compañeros de redacción, preguntas que en poco tiempo transformaba en noticias. Paco intentó infructuosamente intimar con su compañera, pero su decencia se lo impedía (ibídem los anteriores paréntesis de este apartado). Una tarde su compañera desapareció, consternado Paco comenzó hacer averiguaciones sobre las actividades de Patricia, su compañera. Por ellas averiguó que Patricia gustaba de escribir ademas pequeñas prosas, poesías que adosaba a los comentarios sardónicos que inundaban los diarios que de tanto en tanto procuraba publicar (sin éxito). Una de esas tardes un muchacho alto y desgarbado de apellido Bolde le visitó en el edificio del periódico, algo preocupado le preguntó por Patricia. El instinto periodístico impidió que Paco le dijese la verdad (o eso fue lo que Liliana dice que Paco entonces le dijo), Bolde se negó a hablar, con esfuerzo Paco logró que Bolde le diera un teléfono y aceptara su tarjeta. Días después, cuando Paco decía haber olvidado a Patricia (a pesar que luego supimos que cada día llegaba más pálido, que cada día preguntaba con mayor avidez por Patricia, una Patricia que los demás periodistas empezaban a confundir con tantas Patricias un día desaparecidas). Días después, retomando, Paco recibió un sobre, una carta que decía : "Sea como fuere, la literatura es la trampa en la que uno cae. O, para ser exacto, la lectura." La caligrafía era sumamente similar a la de Patricia, o por lo menos se trataba de una imitación de calidad. Paco rastreó el remitente sin éxito, ensayó sentidos para tales palabras de Kertész; mas no había empezado a ahondar en ellos cuando los mensajes se multiplicaron, no sólo con citas de Kertész sino también de su amado Lichtenberg, como por ejemplo: "La mejor defensa contra los golpes del destino: una sepultura." Y no sólo vinieron mensajes, sino también llamadas anónimas, hombres con gabadirna que le seguían de manera más o menos evidente, noches en vela mirando a hombres que lo espiaban por detrás de tan habituales cortinas venecianas. Ya al límite de la desesperación Paco se encontró casualmente que uno de los mensajes tenía el sello de uno de los periodistas y editores más reputados de la ciudad: el Dr. Cominges, con quien había tenido frívolas conversaciones que sólo habían confirmado sus prejuicios (los de Paco, los del Dr. no los conocemos). Ahora aparentamente estaba detrás de una desaparición, sabía Paco que las notables influencias de Cominges harían de sus esfuerzos nulos, cuando por casualidad vio el letreto de la oficina de su ventana (sí, nuestra oficina queda al frente de su apartamento). Se acercó y ya el resto lo sabía (Liliana). Ella me llamó cuando casualmente entraba con Marlowe a un solitario bar. Marlowe decidió que Paco regresara a su apartamento, desde donde le podríamos vigilar (aunque eso ya lo hicieran otros que desconocíamos entonces) y él se dirigió con prontitud a la oficina de Cominges (dónde sucedió lo ya escrito). Me devolví con paso apresurado a la oficina cuando de repente me topé con Bolde.

La Asociación de Libros Mal Impresos es una especie de dependencia de un número representativo de editoriales que intentan almacenar todas aquellas copias defectuosas que de vez en cuando sus imprentas producen. Este nombre excesivo simplemente nombra a una amplia sala donde se amontonan hilas de libros cubiertos de polvo, corroídos por la humedad. De vez en cuando, en aquellos días, un "representante" de la ALMI (porque esa es la sigla de tan peculiar asociación) traía cajas de libros llenos de erratas. Pero con el paso del tiempo aquello se había vuelto inusual y la oficina parecía ser uno de esos espacios vacíos, tan adecuados para el olvido como guardar tantos recuerdos que se ha vuelto inútil tener. Sólo un hombre algo viejo subía a eso de las 3 de la tarde, abría el lugar, lo miraba por un momento y se iba como había venido (es decir en silencio). Sin embargo aquellos días (los anteriores a la solicitud de Paco Aldehyela) los ruidos de la ALMI se habían multiplicado, como si esos fantasmas estuviesen más elocuentes en esa temporada. Lógicamente tras el relato de Paco, Marlowe me encomendó averiguar qué se cocinaba en la oficina de al lado. Avancé por el pasillo consciente ahora de cada uno de mis pasos, observando las viejas lámparas y faroles que más que iluminar parecen sumir a ese pasillo en la penumbra. Al llegar frente a la puerta me esforcé por ver sombras detrás del vidrio esmerilado, lo único que se veía era una especie de ciudad que guardaba sólo letras muertas. Miré por minutos que parecieron horas, un tiempo que ya era más como aquel tiempo mítico del que algunos tienen aún el atrevimiento de creer. Y cuando eso me fue suficentemente agobiante quise dar un paso atrás, escapando de algo aunque no supiera muy bien de qué. En ese momento fui sorprendido por Daisy que enfurecida me mostraba una nota. Con sumo esfuerzo me dio un papel con la dirección del lugar dónde se quedaba. Luego salió sin siquiera permitirse decir adiós.

Paco andaba a un lado y otro de la habitación. Se quejaba de un grupo de música pop que según él era el culpable de su angustia. Marlowe apenas lo miraba y observaba con mayor atención la desordenada colección de papeles y objetos que Paco almacenaba. Por fin Paco anunció su deseo por comentar algo que creía era la razón de esas persecuciones. Marlowe asintió y le ofreció una pequeña botella llena de Whisky. Paco comentó entonces que hacía varios meses había estado investigado a una compañía que vendía papel para las distintas editoriales de la ciudad. Desde hacía bastante las técnicas para extraer el papel de los libros había evolucionado del típico método, y si bien aún era extraído de la celulosa de distintas variedades, se suponía que hoy por hoy se podía ser más eficiente sin talar tantos árboles. Sin embargo las cosas no eran así de sencillas, al ser más barato en algunos lugares del país se usaban técnicas no muy "ecológicas" (eso dijo Paco a Marlowe). Y a pesar de todo ese sólo era la punta del verdadero problema: al parecer los mafiosos habían "intervenido" el negocio y había ido monopolizando esta "industria" como fachada para sus actividades. Paco había llegado al fondo de toda esta situación por la casual desaparición de uno de los trabajadores que alguna vez trabajó en una finca propiedad de su familia (por supuesto Paco, a pesar de su nombre, venía de una clase más que acomodada). Por un tiempo tras la presentación de las denuncias Paco había sido amenazado (no de la manera de ahora, tan absurda e inexplicable, decía), y había estado durante unos meses en el exterior. Luego calló y bebió Whisky mientras la tarde se agotaba tan rápido como se secaba la botella. Finalmente Paco, y eso fue el último momento de lucidez (aunque a mi me parece que Paco simplemente estaba borracho, pero he decidido no alterar más las palabras y figuras que usó Marlowe), Paco dijo que en ese país todo se resolvía mientras esos crímenes y delitos fuesen invisibles, mientras la gente que andaba tan tranquila por la calle no fuese alarmada (por lo demás a esa gente no le gustaba enterarse de nada, en general). Y por fin descansó y pasó la noche sin que nada en particular hiciese pensar a Marlowe que realmente Paco estuviese en peligro.

La mirada de Bolde distaba de su habitual semblante, sereno y distante. Por un momento casi que no lo reconocí, como si hubiese empequeñecido unos centímentros y bajado varios kilos. Daba presurosos pasos frente a la entrada de un pequeño café, ansioso miraba a los lados como si desease no haber mirado nunca. Me le acerqué e hice un amago de saludo con una mano, él ni se inmutó y mucho menos cuando le nombré sonora y amistosamente. Sólo se quedó con su vista fija, de hito en hito, observando hacia el café como se mira a alguien a quien se ha empezado a odiar profundamente. De pronto volteó: "No lo conozco, señor..." pronunció una voz grave y desvaída, una voz que no era la de Bolde. Entonces una mujer alta y pelirroja, una mujer cuya belleza parecía ampliar la distancia entre ella y nosotros se acercó a Bolde. Le tomó del brazo y luego me miró con un desenfado que me descolocó: "No sea entrometido... No ve que es una persona enferma..." Enarcó sus cejas y luego de concederme una mirada de desprecio se dirigió a la esquina de la calle con Bolde de la mano, tomó un taxi que estaba estacionado y partió deprisa.

La mañana del día siguiente Marlowe llegó algo enfurecido, insomne. Detrás de él Paco avanzaba con paso medido, relatando sin parar las muchas posibilidades para toda aquella suerte de amenazas que se habían detenido desde que él nos había localizado. Iba a preparar un café pero Marlowe se me adelantó y me susurró por lo bajo que estaba harto del Sr. Aldehuela y sus mil y una contradictorias tesis sobre su propia paranoia. Le pregunté por qué estaba tan seguro de la conexión de Cominges con los asesinatos. Como nadie le había comentado sobre el extraño caso nos había tocado vivir le hice un resumen exacto de víctimas, modos de asesinato y de cómo nos habíamos esforzado por salvarlos. Paco pareció consternado, la relación con Cominges era muy difícil de determinar, pero por lo que sabía era un escritor frustrado que se había dedicado a coleccionar dinero, mujeres y editoriales, un hombre que de pronto se imaginaba que podía moldear el mundo a su propia imagen. Sin intención de molestarlo le dije que finalmente la mayoría de escritores al escribir moldean un mundo, así sea imaginario. Paco asintió incómodo y preguntó si el café se demoraba, si nos gustaba el tinto (café negro en Colombia) o el café con leche, si lo preferíamos con azúcar o así nomás. Cuando Marlowe llegó con los cafés Paco volvió a hablar de Cominges y de su bella secretaria, una mujer que finalmente controlaba todas las decisiones de Cominges. Marlowe, desconcentrado, dijo que iba a bajar para comprar algo de pan. Paco quiso sumarse a la excursión y ante la mirada irritada de Marlowe propuse que fuéramos juntos a un café cercano. En el camino, mientras Paco se interrumpía por algún olvido o algún transeúnte que nos separaba, le comenté a Marlowe sobre el curioso incidente que había vivido ayer con Bolde. Marlowe levantó su cabeza asombrado, como si hubiese atado todos los hilos, e iba decir algo cuando observó en el reflejo de una tienda a una mujer que corría por la mitad de la avenida. Era delgada y muy blanca, estaba toda amoratada y caminaba como una sonámbula, parecía un espectro que resumiese nuestra peores pesadillas. Sin darnos cuenta Paco se le iba acercando gritando: "Patricia...", inconsciente caminó por entre los carros hasta que Marlowe lo alcanzó y lo detuvo. Patricia se resbaló y de pronto el carro que iba detrás aceleró y se la llevó por delante, la mujer fue embestida por espacio de una cuadra hasta dar un par de giros en el aire, al caer al suelo se rompió la columna como si fuese un muñeca que separa del cuerpo la cabeza, una moto que avanzaba a alta velocidad no pudo eludirla y aplastó la cabeza de Patricia como si fuese una calabaza vacía. Ante el horror de esta habíamos quedado estupefactos, sólo Marlowe se percató que el carro giraba en nuestra dirección, con una fuerza de la que yo no le creía capaz condujo a Paco por un callejón y yo le seguí aterrorizado. Fueron minutos largos en los que huíamos sin ver muy bien a nuestro perseguidor, buscábamos resquicios y vanos, buscamos dónde escondernos, finalmente no tuvimos otra opción que regresar a la oficina. A Paco le empezó a preocupar unos escritos que había dejado en su casa, se soltó del brazo de Marlowe y se lanzó por toda la calzada en dirección del edificio donde quedaba su apartamento. Marlowe lo siguió infructuosamente: a la entrada alguien le disparo en repetidas ocasiones. El cuerpo de Paco cayó despacio, por un momento cerré lo ojos, tenía que tomarme unos segundos para descansar de tantos asesinatos.

Otra tarde luctuosa. Otro esfuerzo inútil. Liliana, Marlowe y yo nos comentamos lo que sabíamos, en conjunto parecía haber una solución, tal vez hubiésemos actuado mejor de haber tenido en cuenta lo que los tres sabíamos. Marlowe pareció resignarse, dedicarse a fumar como oficio, dedicarse a volver a buscar a Daisy. Los tres creíamos que las cosas ocurrirían más o menos como venían ocurriendo, con un espacio de varias semanas, incluso de bastantes meses. Lo que no sabíamos es que estabamos muy cerca del final.

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