sábado, 7 de junio de 2008

Apostillas al El fin del mal

Sábado por la tarde. Marlowe está sumamante fastidiado. Por pura curiosidad miró y leyó lo que aparecía en internet, se siente traicionado, desdibujado. Me amonesta severamente amenazándome con cambiar de amanuense. Le prometo cambiar cada frase en la que se sienta tergiversado, como también consultar cada entrada con él antes de publicarla. Luego de una escena más propia de una mujer celosa, Marlowe parece estar más tranquilo.
Sobre la entrada El fin del mal ha querido acotar más o menos lo siguiente: teniendo en cuenta la 3ra parte de Los sonámbulos de Broch, Marlowe recalca la diferencia entre un criminal y un rebelde, el criminal a pesar de sus actos quiere adaptarse a la sociedad (o quiere adaptarla a su forma de ser, como la mayoría de políticos, puntualiza), el rebelde (ese sí respetable) no quiere hacer parte de una sociedad que considera equivocada. Luego discurseó sin mucha profundidad sobre el mal (ya sé, estoy poniendo a prueba mi puesto, pero estoy casi convencido que Marlowe no leerá esta entrada, he conseguido un whisky que satisface plenamente el paladar de un buen detective).
No obstante creo importante anotar que Marlowe dijo algo así: cada uno sabe internamente lo que considera correcto o no, debe ser fiel a ello. En últimas lo que llaman moral sólo sería una prueba de lealtad. Entonces Marlowe, ebrio de solemnidad, ha dicho que el verdadero problema de eso que llaman sociedades es que tienen como divinidad (aunque también dijo amo, institucionalidad, monarca, e incluso democracia) siempre a un ser que aparenta salvarlos, pero que es perversa, injusta, etc.
Finalmente recalcó que no tenía nada en contra de los ménage à trois, como buen hombre (pos)moderno él no tenía ese tipo de prejuicios. Asimismo guardaba el mayor respeto al mayor respeto al gremio de las meseras, sin cuyos servicios estaríamos perdidos, afirmó.
Entonces caí en cuenta de que no había soñado ese martes anterior. Todavía sorprendido Marlowe me sonríe en este momento y me dice que no tenga miedo, no me despedirá escriba lo que escriba. De alguna manera somos iguales, dice, a ambos no nos gusta transigir. Cae dormido en medio de su pea. Y aunque eso era lo que esperaba, no salgo de mi asombro. Me considero engañado, prefiero salir a caminar, ya entonces sabré lo que a mi bien tenga en decidir.

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