domingo, 19 de octubre de 2008

De búsquedas y nuevas propósitos

Lo primero que hice la semana pasada fue, y quizá sobre anotarlo, buscar a Marlowe. Ya antes escribí que lo había buscado en los locales que solía frecuentar, para ser sincero sólo lo hice en uno, ese día me sentía agotado (o simplemente decepcionado). Así que desde el martes empecé a buscarlo en los lugares que antes no había revisado, fui entonces andando por bares que siendo más sombríos, se fueron pareciendo en mi cabeza a los demás. Uno y otro parecían ser copias, uno y otro se limitaban a cambiar de canción y de anuncios. Las mañanas comenzaban con una especie de estremecimiento, presentía vagamente el inminente encuentro con Marlowe y con lo inesperado; las tardes resumían ello en un sopor agobiante y pesado, en un aburrimiento que era lo que más se podía parecer a mi desesperación. Al final de la semana seguí frecuentando diversos antros, pero más como un hábito cada vez más insignificante; ya dejé de hacer las preguntas que al principio hacía, ya dejé de anotar los insignificates detalles en los que en principio entrevía pistas que descifrasen el "misterio".

Debía enfrentarlo sin más, Marlowe había desaparecido. Frecuentemente me sentía desolado, irritado, me sentía furioso al ser un juguete de una broma incomprensible (y la rabía casi me ahoga al escribir ahora). Solamente por las tardes, al salir con Liliana o al ir a su casa, me aliviaba de algún modo, me distraía; actuaba como si todo aquello del blog nunca hubiese ocurrido, como si no fuera más que un gran agujero negro que se oscurecía con el pasó de los días. Pero era inevitable, y a veces me quedaba mirando las paredes, y a veces me detenía en las calles, y las más de las veces aspiraba con fuerza y recordaba, y todo era pura desolación.

Hoy aún me molesta lo sucedido, pero lo manejo (o creo manejarlo). Al fin y al cabo el pasado queda (por más memoria involuntaria que haya) atrás, o en esa certeza cifro mis esperanzas. Y también en todo lo demás.
Seguramente cambiaré de oficina. Entretanto escribo todo aquello a que me sentía vedado por mi oficio, y reconozco. que como reconoce ese escritor de Si una noche de invierno un viajero, el amanuense vive en el fascinante cruce de dos dimensiones, el amanuense está exento de la angustia de anotar frases con las que ha de cargar, de las que será responsable, sobre las que se verá obligado a precisar, a defender, a olvidar.
Hoy que escribo por mí mismo me parece que siempre escribí para condenarme a mis escritos, y hacer de ellas mi única compañía.

No hay comentarios: