lunes, 13 de octubre de 2008

Primera Enciclopedia de Variedades de Lectores (11)

(Con confesión de Marcel y designios para un ars poetica)

El escritor no debe asustarse de que el invertido dé a sus heroínas un rostro masculino. Sólo esta particularidad un poco aberrante permite al invertido dar luego a lo que lee toda su generalización. Racine se vio obligado, para darle después todo su valor universal, a convertir por un momento a la Fedra antigua en una jansenista. De la misma manera, si monsieur de Charlus no hubiera dado a la "infiel" por la que Musset llora en La nuit d'Octobre o en Le souvenir el rostro de Morel, no habría llorado ni comprendido, porque sólo por esta vía, estrecha y desviada, tenía acceso a las verdades del amor. Sólo por una costumbre sacada del lenguaje insincero de los prólogos y de las dedicatorias dice el escritor: "Lector mío". En realidad, cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo. La obra del escritor no es más que un instrumento óptico que ofrece al lector para permitirle discernir lo que, sin ese libro, no hubiera podido ver en sí mismo. El reconocimiento en sí mismo, por el lector, de lo que el libro dice es la prueba de la verdad de éste, y viceversa, al menos hasta cierto punto, porque la diferencia entre los dos textos se puede atribuir, en muchos casos, no al autor, sino al lector. Además, el libro puede ser demasiado sabio, demasiado oscuro para el lector sencillo y no ofrecerle más que un cristal borroso con el que no podrá leer. Pero otras particularidades (como la inversión) pueden hacer que lector tenga que leer de cierta manera para leer bien; el autor no tiene por qué ofenderse, sino que, por contrario, debe dejar la mayor libertad al lector diciéndole: "Mire usted mismo si ve mejor con este critstal, con este otro, con aquél".
-El tiempo recobrado
(En busca del tiempo perdido)
Marcel Proust

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