sábado, 22 de noviembre de 2008

Cartas anónimas (2)

Las cartas han seguido llegando. Si bien su remitente trata de introducir variedad en cada mensaje, los contenidos siguen teniendo, en últimas, los mismos fines.
Se me ocurrió responderle al desconocido interlocutor describiendo mis rutinas, mis repetitivos paseos, mis acostumbrados silencios. Después renuncié a ello: no sería sino redundar en un blog que gusta de la redundancia (por desgracia).
Mejor me pareció incluir uno de esos textos, un texto que creo bastante elocuente de por sí:

Este hombre, obstinado en el hombre, nos acompaña todas las mañanas a la oficina y no acierta a protestar con resultado eficaz contra la marcha del mundo, pero no aparta la vista de un punto que nadie más que él quiere advertir, si bien es claro que proceden de allí todas las desgracias del mundo que no reconoce a su redentor. Tales puntos fijos, en los que el centro del equilibrio de una persona coincide con el centro del equilibrio del mundo, son, por ejemplo, una escupidera fácil de cerrar, o la desaparición del salero en los restaurantes para evitar que el empleo del cuchillo difunda la peste de la tuberculosis, o la adopción de un nuevo sistema de taquigrafía cuyo incomparable ahorro de tiempo resuelve también en seguida los problemas sociales, o la conversión a un régimen de vida conforme a la naturaleza que puede reprimir la barbarie imperante, pero también una teoría metafísica de los movimientos del cielo, la simplificación del aparato administrativo y la reforma de la vida sexual. Si las circunstancias le son propicias, el hombre se defiende y se ayuda escribiendo, un buen día, algún libro sobre un tema cualquiera, o un opúsculo, o al menos un artículo en el periódico, con lo cual contribuye en cierto modo a la relación de las actas de la humanidad, son además un sedativo, aunque no los lea nadie; de ordinario, sin embargo, atraen a algunos lectores que aseguran al autor ser un nuevo Copérnico, después de presentarse ellos como Newtons incomprendidos. La costumbre de buscarse recíprocamente los puntos de la piel es muy beneficiosa y está muy extendida, pero su efecto no dura mucho, porque los participantes se riñen pronto y se quedan otra vez solos como antes; puede suceder también que alguno reúna alrededor de sí un pequeño círculo de admiradores, quienes con fuerzas conjuntas acusan al Cielo de no apoyar suficientemente a su Hijo Ungido.
-El hombre sin atributos
Robert Musil

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