sábado, 8 de noviembre de 2008

De mis malas lecturas

Ahora recuerdo que Armando Mariño me decía que deseaba escribir novelas en que se encubriese la verdadera trama. Sus novelas, me decía, serían una especie de puestas en escenas, de pretexto; la verdadera historia sólo podría ser descifrada correctamente si el lector sabía relacionar del modo adecuado una innumerable serie de pistas que Mariño, a lo largo de sus novelas, depositaría. En sus peroratas Mariño enfatizaba particularmente en que los lectores debían tener una concentración absoluta, porque de lo contrario malinterpretrarían su novela, al punto de comprender algo totalmente opuesto a lo que la verdadera trama decía. En esas épocas guardaba silencio y me limitaba asentir. No le decía a Mariño que su idea no era tan novedosa, y que ya algunos escritores habían conseguido alcanzar níveles dificilmente superables. En eso creía y de vez en cuando el remordimiento me embargaba.
Mariño murió hace más de un año. Nunca terminó una sola novela. Yo me quedé con todos sus borradores.
El lunes pasado Liliana vino a vivir a mi casa. Se dispuso a organizar el hogar, a pesar de que ambos somos desordenados por igual. Llevaba sus botines negros, botines que hacía días no se ponía. Y mientras yo renegaba de su idea de comprarse un par de esos zapatos que llevan un hueco por delante (un huequito horroso que deja salir el dedo gordo del pie como si fuese una especie de gusano), vi como Liliana pisaba los olvidados borradores de Mariño. Los tomé después de un torpe forcejeo que Liliana creyó se debía a sus botines (desde entonces ya no se los pone). Los hojeé sin mirarlos detenidamente.
Ya por la noche Liliana me preguntó por aquello papeles, traté de resumirlo en unas frases que no dejasen lugar a más preguntas (sobre los papeles, lógicamente). Sin embargo Liliana me preguntó por la trama, traté de resumirla brevemente, sin ningún tipo de énfasis (como las novelas de Mariño). Tuve que hacer un esfuerzo peculiar porque había olvidado casi todo el contenido de aquellos libros. Liliana pareció entonces indiferente al destino de Mariño y así se dio por terminada la conversación.
Cuando por fin estaba acostado, cuando Liliana ya estaba dormida, comencé a sentir tremendas dudas sobre la trama del libro de Mariño. Mi temor me impedía dormir. Tuve que levantarme y tomar una vez más esas novelas y leerlas otra vez. Mientras las leía me asaltaba la idea de que eran libros para mí desconocidos, de que jamás los había tenido entre mis manos. Y mi absurdo miedo fue entonces más cierto. Lo que decía Mariño era verdad, hasta entonces había leído mal a Mariño.
Y comencé a pensar en todo lo que había leído mal, en todo aquello que había malinterpretado, que había pasado por alto porque creía entenderlo. Y también recordé que Mariño me decía que muchos de los lectores, lo hacían con desatención porque ellos querían leer rápido (por encima de todo). Decía que lo que odiaba de leer en computador era precisamente eso, una sensación de agobio que impedía su concentración, y aún, le hacía sentir como en medio de un sueño artificial y agobiante, un sueño que no podía entender y del que no podía despertar.
Esa tarde traté de matizar sus juicios y luego de un rato él dijo que nunca se acostumbraría a leer de otra manera, sentado con uno de esos cuadernos empastados que llaman libros, dijo.
Ahora descubría ser uno de aquellos lectores, me desengañaba.
Tuve tiempo de leer con más concentración a Mariño durante toda la semana. Y no descubrí nada más, y no creí entrever más de lo que en primera instancia había visto. Con el paso de los días incluso recobré mi confianza. Aunque aun sigo levantándome de noche, revisando algunas de mis lecturas pasadas, intentando leer con precisión. En medio de esas vigilias a veces creo vivir el sueño de Mariño, e incluso a veces creo despertar.

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