sábado, 18 de agosto de 2007

Terremoto en Perú




Pasé la noche casi desvelado por culpa del calor y ahora estoy sentado de cara al fresco de la ventana: la luz del alba titila, frágil, y enfrente se ve pasar el río entre los suaces; el agua a veces sube, lo arrasa todo. La gente acá, aprende a vivir a orilla de la desgracia. Los turistas lo llaman color local.
Respiración Artificial
Ricardo Piglia

Cada vez que suceden estas tragedias, es más claro que nuestras sociedades se parecen mucho a la superficie cuarteada de algunos lugares desérticos. Hace falta un leve cambio para que todo se derrumbe y el caos aplaste las débiles junturas que antes unían esa tierra.
Evidentemente estas situaciones son imprevisibles (o no tanto, porque en Perú han ocurrido con cierta regularidad sismos que pueden servir de avisos). La desorganización que ha producido la ineficiente distribuición de la ayuda ha desembocado (previsiblemente) en desórdenes cada vez más pronunciados. Y parece que tardará un tiempo hasta que las cosas vuelvan a su curso normal (que no es bueno por supuesto).
Lo cierto es que antes las grandes desigualdades sociales de nuestros países es probable que estas situaciones se repitan y repitan (esto lo escribo sin ánimo mamerto, o de izquierda; el probema de la sociedad es demasiado evidente como para circunscirbirlo a una tendencia política). En las imágenes no sólo es evidente la magnitud de la tragedia, también que las condiciones en que viven miles de peruanos (por no escribir millones) son más que deficientes. Y esto es común en toda latinoamérica.

Es doloroso ver la situación de estas miles de personas, y da rabia la falta de previsión de las entidades gubernamentales. Los saqueos se han vuelto el denominador común tres días después del terremoto, el desorden que se ha apoderado de Pisco y otras poblaciones es un síntoma del ineficiente actuar de los organismos que reparten la ayuda (y aunque haya que matizar este comentario señalando que las difícultades se han ahondado porque las vías de comunicación se han cortado, eso no redime el hecho de que los gobiernos peruanos no hayan tomado medidas para prevenir lo que hoy está ocurriendo).
Por lo demás no sobra anotar que en general la tragedia más grande no es el terremoto en sí, sino lo que viene después. En un futuro (no muy lejano) esta tragedia será eclipsada por otra de tantas, porque la realidad no da pausa a los contentos y sinsabores; y entonces una gran cantidad de personas quedaran de nuevo abandonadas. Volverán a empezar y se harán el sitio que pueda (y que quieran, porque no todo depende los otros y del destino), y la probabilidad de un nuevo desastre subsistirá hasta que se olvide o se vuelva cumplir. Pero al parecer la miseria no dejará de ser la misma, y en ese desierto árido se quedaran solos, como siempre lo estuvieron, hasta que la vida se les agote. Ese es el destino de un gran cantidad de latinoaméricanos, de africanos, de asiáticos, etc.
Uno se siente impotente desde acá, pero hay que ser fuerte para ver esa realidad, ver que nuestro mundo no es el mejor que se pueda imaginar, ver y seguir andando, tratar de ayudar a uno o dos y esperar a un día a descansar del desierto cotidiano. (El mundo no es tan sombrío, pero ante estas situaciones uno pierde el humor y sólo sabe lamentar).

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