viernes, 21 de marzo de 2008

El extraño caso de los mensajes repetidos (1)




Finalmente un caso. Y parece que de él se desprenda el fin de esta humilde e insignificante oficina. Como hace días escribí hace semanas medito en cómo narrar esta historia (juro que no uso esto como la artimaña archimanida que tanto escritor o escritorzuelo utiliza para empezar a eso que algunos indeseables denominan el "bello arte de narrar"), pero mis torpes capacidades y mi poco perpicaz visión de lo ocurrido me ha sugerido que quizá sea mejor reducirme al silencio, a callar como una manera de no alterar una serie de hechos que en su conjunto quizá no explique nada, y por tanto no tengan sentido alguno.
No obstante, las noches cada vez se extienden más, el silencio se vuelve cada vez más opresivo, la necesidad de escribir se me impone como medida desesperada para aliviar (tal vez sólo por ahora) mis rutinarias pesadillas. O quizá exagero. Bien visto lo que ocurrió no hizo sino, como diría un escritor que me gusta bastante, romper corazones que ya están rotos. Y ese fue como mucho su mayor daño, además de una o dos víctimas (algo que los gringos por ejemplo llamarían daños colaterales).
Creo que todo empezó cuando Carlos R. Inze solicitó nuestros servicios. El Sr. Inze se dedicaba desde hace más de dos décadas a elaborar crucigramas para dos de los diarios de mayor circulación del país. En su tiempo libre se dedicaba a escribir novelas y uno que otro poema épico, según sus palabras. Hasta el día en que nos contactó había presentado tres de sus novelas sin mayor éxito, e incluso a una empresa que como fachada para el lavado de dólares publicaba libros de superación (y aún en esta fue rechazado). Pero ello no arredraba a Inze, estaba seguro de la justicia poética (de nuevo son palabras de Inze, y él fue el único responsable de ellas). Mal que bien Inze se conformaba con su vida de anónimo inventor de enigmas (porque todas sus novelas siempre versaban sobre enigmas, usualmente irresolubles, que en el fondo querían mostrar el sinsentido de la existencia de la vida desde el punto de vista de un periodista, teniendo en cuenta una vez más que es la declaración del cliente). Sin embargo, todo cambio un mes antes de venir a pedir nuestros servicios. Empezó a recibir pequeñas hojas con notas como la siguiente: Algunos matan y luego lloran. Otros, ni tan siquiera eso. Inze alertado, trató de averiguar quién estaba detrás de tales mensajes. Sus sesudas investigaciones alcanzaron a atisbar que quién estaba detrás de aquellos mensajes era una organización que tenía como plan acabar con todo resquicio de nueva literatura para reemplazarla por literatura facsímil, copia apenas disfrazada, plagio con inversión de preposiciones, y otras cosas por el estilo. Según Inze se le pensaba asesinar como a otros escritores mientras la organización imponía sus siniestros propósitos, entretanto ellos actuarían como conjurados que siguen un plan escrito en las estrellas, ibíd aclaración ya referida.
Tanta investigación no había hecho caer en cuenta a Inze que las frases que le llegaron eran de un mismo libro: Herzog de Saúl Bellow. Ni Marlowe ni yo lo hicimos entrar en razón. Inze decía que estábamos dejándolo a su suerte, que luego tendría que cargar con la responsibilidad de su muerte, pero principalmente el de impedir que su obra conformada por citas de otros autores quedara inconclusa.
En definitiva no hicimos nada por él. Se fue enfurecido cerrando de un portazo la oficina. A las 3 horas apareció muerto en el centro con una nota que decía: La vida en este mundo no puede ser tan sólo una película.
Arrepentidos nos sentamos a meditar en el caso. O mejor sea anotar me senté, Marlowe salió para el bar, o a seguir unas pesquisas de las que ya luego hablaré.
Ese mismo día Liliana celebraba una reunión familiar en la que cocinó su especialidad, lasagna con espinacas. Contenta trajo dos porciones a la oficina; sin embargo no tuvo en cuenta que yo odio la espinaca. Al ver que su talento se veía menospreciado salió ligeramente triste y bastante indignada. Aun creyó que Marlowe no estaba para no probar su plato. Sabiendo que tendría que esperar buen tiempo para calmar sus ánimos llamé a Arévalo, un amigo mio que estudia cine y que hace parte de un grupo que se llama: "Creadores de Cintas Cinematográficas basadas en sucesos factibles". El nombre suena algo pretencioso, y sinceramente nunca he entendido a qué se refiere con ello; pero Arévalo es un buen amigo y de vez en cuando puedo mantener una conversación medianamente sensata, lo que ya es bastante en este mundo que nos toco vivir.
Ese día estaba dedicado a comentar el reciente deceso de uno de los profesores que le daba clases, al que conocía por razones que no vienen a cuento. Mientras fumaba marihuana y bebía cerveza estuvo comentando las últimas palabras del difunto, y sobre todo, las largas piernas de una bellísima pelirroja. Cuando finalmente me dejó contarle sobre el extraño caso recordó haber hablado con un extraño estudiante que siempre tenía proyectos cuasi-psicopátas para todas sus películas. De hecho en uno se escogía arbitrariamente un grupo de 6 personas con un mismo oficio, se les amenazaba usando mensajes que tuviesen que ver con la especialidad de las víctimas, y se esperaba que el detective o la policía resolvieran el crimen. Según Bilfa (ese era el nombre de aquel estudiante) la idea era hacer una película detectivesca desde el punto de vista del asesino, lo que a su modo de ver era realmente interesante. Después de unos meses Bilfa desapareció con sus dementes proyectos, y desde entonces Arévalo no conocía noticia. Le encarecí que me mantuviese informado y traté de despedirme, pero Arévalo insistió que me quedará con el porque me aseguró que luego el entierro se podría bueno, como todos los entierros. No sé si ese día estaba especialmente pusilánime, el caso es que terminé en el Cementerio Central, intentando zafarme de Arévalo que bailaba sobre las tumbas porque decía que así recordaba mejor a Bergman, a quien por un momento confundió con su profesor.
Lo peor de todo es que a pesar del espéctaculo tuve tiempo para pensar en tantos muertos, en los recientes y en los que ya hacía tiempo se habían ido, sin acabar de entender esa maldita manía que tenía el tiempo de enredarnos con aquello que hacía tiempo nos habíamos acostumbrado a no entender.

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