(Con dos acepciones)
A
Había en los altos rosetones de la iglesia algo cantarín, pues relucían en todos los colores, a menudo también el órgano mugía desde el solemne interior hacia el mundo exterior, y el bandido estaba ahora frente a una galería de arte y se hizo el propósito de no volver a leer nunca, aunque siguió leyendo alguna cosa de vez en cuando.
A
Había en los altos rosetones de la iglesia algo cantarín, pues relucían en todos los colores, a menudo también el órgano mugía desde el solemne interior hacia el mundo exterior, y el bandido estaba ahora frente a una galería de arte y se hizo el propósito de no volver a leer nunca, aunque siguió leyendo alguna cosa de vez en cuando.
-El bandido
Robert Walser
B
"... Y para consolarle, ahora mismo voy por la novela en la que le ruego se sumerja". Se marchó, regresó al poco con el libro en la mano, y el bandido lo empezó a leer el mismo día, obediente, pero el contenido del mismo le aburría, y enseguida diremos por qué. En aquel libro, las mujeres que parecían tener todos los motivos para ser modestas -sólo eran capaces de tocar alguna que otra sonata siguiendo la partitura y de ir, por ejemplo, a comprar al mercado- eran elevadas sin excepción a la categoría de grandes damas, algo que desentonaba en realidad. "Para mi gusto, le han dado excesiva importancia a la burguesía, hay un exceso de aplomo", y el bandido tuvo la osadía de bostezar. Algo sin razones de peso se hinchaba y subía a la superficie del libro. Dios, qué importantes se creían aquellos personajillos alentados por su autor. Si la señorita Selma hubiera oído lo que él se estaba diciendo, se habría vuelto a armar otra gorda, pero él se guardó sus impresiones para sí. Y luego dijo: "Éste es el tipo de libro que se escribe para los que no conocen la vida, uno de esos libros tristemente frecuentes que siembran el orgullo entre las personas modestas".
"... Y para consolarle, ahora mismo voy por la novela en la que le ruego se sumerja". Se marchó, regresó al poco con el libro en la mano, y el bandido lo empezó a leer el mismo día, obediente, pero el contenido del mismo le aburría, y enseguida diremos por qué. En aquel libro, las mujeres que parecían tener todos los motivos para ser modestas -sólo eran capaces de tocar alguna que otra sonata siguiendo la partitura y de ir, por ejemplo, a comprar al mercado- eran elevadas sin excepción a la categoría de grandes damas, algo que desentonaba en realidad. "Para mi gusto, le han dado excesiva importancia a la burguesía, hay un exceso de aplomo", y el bandido tuvo la osadía de bostezar. Algo sin razones de peso se hinchaba y subía a la superficie del libro. Dios, qué importantes se creían aquellos personajillos alentados por su autor. Si la señorita Selma hubiera oído lo que él se estaba diciendo, se habría vuelto a armar otra gorda, pero él se guardó sus impresiones para sí. Y luego dijo: "Éste es el tipo de libro que se escribe para los que no conocen la vida, uno de esos libros tristemente frecuentes que siembran el orgullo entre las personas modestas".
-El bandido
Robert Walser
Robert Walser
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